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sábado, 10 de octubre de 2015

Crítica: LA CASA DE BERNARDA ALBA

Correcto drama lorquiano   

Una de las más grandes obras de Federico García Lorca es, sin duda, La casa de Bernarda Alba (1936): una notable pieza que refleja el autoritarismo y la represión reinante en la sociedad española de aquella época, a través de la historia de cinco hermanas, quienes son sometidas a un riguroso luto impuesto por su madre Bernarda, al fallecer el marido de esta. Muchos han sido los esfuerzos por llevar este riquísimo texto a escena, con irregular (e inexplicable) fortuna. Y es que los intentos por “enriquecer” una obra que no lo necesita en lo absoluto, resultaron por demás descabellados. Así llegaron puestas en escena que convirtieron a las sufridas hijas, ya sea en varones con saco y sombrero, que aceptaban las órdenes de una delicada Bernarda; o en guapísimas señoritas zapateando cada vez que se aproximaba Pepe “El Romano” y hablando con dejos españoles distintos, a pesar de haber vivido toda la vida en la misma casa. Acaso el mejor referente sea la pulcra puesta en escena dirigida por Carlos Padilla (hace exactamente 20 años), con las notables Ofelia Lazo y Helena Huambos en los roles principales en el Teatro Juan Parra del Riego. Por su parte, la última actualización de la pieza de Lorca, a cargo del colectivo Baúl de Esmeralda y estrenada en el Teatro Mocha Graña, cumple con discreción su cometido.

La mayor virtud del montaje dirigido por el joven actor Jhan Paulo Mendoza (a quien recordamos en La casa de los siete balcones) sea el de haberse mantenido fiel al texto, respetando dentro de sus posibilidades varias de las acotaciones planteadas por el autor (a falta de paredes blanquísimas, sí lo son los elementos). Por otro lado, los personajes están bien delineados, pero la caracterización de los mismos se convierte en el principal talón de Aquiles del drama. Las actrices pueden tener acaso la misma edad y el público puede entrar en dicha convención, pero el maquillaje tan recargado y la composición física en algunas intérpretes le restan verdad a la puesta. Por ejemplo, una actriz tan buena y esforzada como Noelia Mejía no puede disimular los años que la alejan de su Bernarda, frente a las actrices que representan a sus hijas y agravado además, por la aparición del personaje de la abuela María Josefa (limpio trabajo de Bernie Brouyaux) que descoloca, sin querer, al espectador.

Mendoza aprovecha el talento de su elenco, pero pudo haberlo hecho también para agilizar el montaje en los cambios de escena: contando con tantas actrices (y además, vestidas de negro) para mover los elementos en el escenario, la duración de la obra pudo haberse reducido, incluso haber prescindido del intermedio. El encierro y la claustrofobia que se perciben adecuadamente dentro de La casa de Bernarda Alba, solo son rotos con la escena de la mujer ajusticiada en la plaza, en la que salimos innecesariamente de la casa. Sin embargo, la represión sexual, la envidia entre las hermanas y las ansias de libertad están bien retratadas en este correcto esfuerzo del colectivo Baúl de Esmeralda, al que se le agradece haber traído nuevamente a escena uno de los clásicos del teatro lorquiano.

Sergio Velarde
10 de octubre de 2015

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