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sábado, 22 de noviembre de 2014

Entrevista: ALBERTO SIERRA

“Si un profesor de teatro no fascina, no sirve”

Azul Crisálida, grupo de teatro de la Universidad Pontificia Bolivariana de Colombia, estrenó su obra titulada Las heridas del silencio, un homenaje a las víctimas de la toma del Palacio de Justicia, ocurrida el 6 de noviembre de 1985. La obra se presentó en el marco del Festival iberoamericano de Teatro Universitario de la Garcilaso de la Vega de este año. El director del colectivo Alberto Sierra (en la foto, el segundo desde la izquierda) conversó con El Oficio Crítico, en un alto de los ensayos previos a su presentación en nuestro país. “El grupo Azul Crisálida ya tiene 20 años de actividad”, refiere Sierra. Las heridas del silencio narra la historia de Ismenia, una mujer solitaria que desde pequeña se enamora de Amarales. Con el tiempo se convierte en espiritista y a través de la lectura de cartas comienza a buscar a su amor platónico entre todas las ánimas, pero una serie de espíritus impide que llegue al lugar donde se encuentra enterrado.

“Como integrantes del grupo tenemos estudiantes de varias carreras como medicina y economía, con ellos realizamos un taller de iniciación teatral con juegos escénicos durante un año; todo redunda en un montaje final”, manifiesta el director. La preparación de sus estudiantes dura entre año y año y medio, dependiendo de las características del montaje. “Normalmente, yo mismo escribo las obras, pero hemos tenido ocasiones en las que trabajamos obras de autor; normalmente son los mismos muchachos y según retos de formación los que deciden las obras que haremos, pueden ser temas que nos inquieten de orden social, pedagógico, académico o alguna campaña que la universidad quiera hacer, según el momento”, cuenta. Azul Crisálida, en sus 20 años ha visitado escenarios de Perú, Chile, Ecuador, Brasil, Argentina, Cuba, Venezuela, El Salvador, República Dominicana y México; y ha presentado aproximadamente 30 obras de teatro, entre originales y adaptaciones.

Entre sus puestas en escena figuran, por ejemplo, Amor adicto, que nació debido a que la Facultad de Cultura y Bienestar Universitario había detectado problemas de depresión por causa de enamoramientos. “Algunos cogían como un objeto al sujeto amoroso; nos pusimos la tarea de indagar sobre los afectos, reunimos material y la obra se llamó Amor adicto, relata Sierra. Hace dos, la noticia de moda era la gente que era encontrada, de manera muy cruel, sin pupilas y sin riñones en hoteles; indagamos entonces sobre el comercio de órganos que existía en la ciudad. “A veces nos planteamos preguntas muy teatrales, como por ejemplo: ¿qué pasaría con un hombre sin nariz? Así como en el cuento del ruso Gogol, nos preguntamos qué seriamos nosotros sin la nariz, si se nos caerían las gafas, si nos cambiaria el rostro; hicimos una farsa sobre el cuento. Con diferentes tipos de nariz, la nariz cornuda, la nariz garfio y todo tipo de narices”.


Ser un profesor universitario de teatro

Consultado sobre las ventajas que tienen los estudiantes universitarios que llevan talleres de teatro dentro del centro educativo, Sierra nos contesta que “la  más importante es el despertar de ellos frente a un elemento de la fantástica, pues la universidad forma a un sujeto en función a unas lógicas que tiene la profesión para desarrollarla en la sociedad, pero nosotros despertamos en el estudiante unas sensibilidades, sensorialidades ante una forma de ver el mundo desde la imaginación, a partir de esa cosa ilógica pero lógica que tiene el teatro”. Refiere también que ayuda a la expresión corporal, no en cuanto al físico, sino a la expresión del cuerpo sobre cómo manejar la expresión que pueda dar mi corporalidad y también, por supuesto, la expresión vocal. “El muchacho que se inicia en el teatro, entra casi nulo en expresión vocal, pero luego comienza a despertar su expresión, y también va desarrollando un trabajo con el público, ya que muchos de ellos serán conferencistas y qué más que el teatro para ir desarrollando estos elementos”.

Entre las características que debe tener un buen profesor de teatro, Sierra menciona que debe tener el poder de la fascinación. “Si un profesor no fascina, y tiene toda la pedagogía, los títulos, es el mejor actor, sencillamente no sirve”. También debe querer a sus alumnos, pues refiere que “yo, como profesor, he venido a querer a mis muchachos y no a que ellos me quieran a mí. Eso sí, todo el tiempo tiene que haber rigor, sin confundir terror; uno exige disciplina, estudio, comportamiento, una cantidad de cosas que tiene que ver con el querer. Y yo les exijo eso: que se concentren en eso, que aprendan que el teatro los puede querer y no al revés”. Sierra explica también que debe existir “el sentido de alteridad; es decir, que la verdad está en el otro, la verdad no está en mí”, finaliza.

Sergio Velarde
22 de noviembre de 2014 

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