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domingo, 21 de julio de 2013

Crítica: EL HOMBRE ELEFANTE

Digno canto a la tolerancia

Inspirada en el caso de Joseph Merrick, el premiado drama El Hombre Elefante viene presentándose por primera vez en el Perú en el Teatro Mario Vargas Llosa, con la producción del Teatro de la Universidad Católica (TUC) y la dirección de Joaquín Vargas. Escrita por Bernard Pomerance y estrenada en Broadway en 1979, la obra nos presenta la triste historia de un hombre con neurofibromatosis y Síndrome de Proteus (enfermedades incurables que producen deformaciones por todo el cuerpo), que sobrevivió como atracción de feria en la Inglaterra victoriana, para luego ser rescatado por un compasivo médico, el Dr. Frederick Treves. Con tantos reconocimientos en su haber (Premio Tony, New York Drama Critic’s Award, Obie Award y Drama Desk Award), y una inolvidable adaptación cinematográfica a cargo de David Lynch, resulta virtualmente imposible no llegar a buen puerto con la obra teatral, y el actual proyecto en mención no es la excepción.

En el apartado técnico, tanto la escenografía como el vestuario lucen muy cuidados; aunque en el actoral, algunas actuaciones no alcanzan los niveles esperados, como los antagonistas Miguel Vargas y Jorge Bardales, así como también Jaclyn Ancani, muy débil en su doble papel. Por otra parte, el oficio de Mónica Domínguez, quien interpreta a la Sra. Kendall, una actriz que visita a Merrick (Sebastián Reátegui, feliz descubrimiento) por encargo del Dr. Treves (un demasiado correcto Hernán Romero), contribuye a lograr acaso la mejor escena de la obra: cuando el público reconoce la verdadera humanidad de Merrick, dentro de su dormitorio, mientras charla con la actriz y construye el modelo de una catedral. Su triste y lírico final es muy logrado y conmueve, llevando a la oportuna reflexión sobre el abuso de minorías para obtener beneficios propios, tan vigente en nuestros días.

Luego de leer la crítica de Gabriela Javier Caballero, debo escribir que el uso de las proyecciones en blanco y negro no me parecieron particularmente impertinentes: por el contrario, no sólo sirven para rendir un inequívoco homenaje a la notable cinta de Lynch, sino que también contribuyen a generar maneras alternativas de presentar algunas escenas clave (como la del Metro, por ejemplo) o para sugerir con cierta creatividad otras, dentro del gran campo onírico (como la presencia de los elefantes y la madre de Merrick). Totalmente de acuerdo, eso sí, con el gran acierto del montaje: la presencia del joven actor Sebastián Reátegui, quien armado sólo con su voz y cuerpo, nos convence de ser El Hombre Elefante y le otorga el necesario aire de humanidad que el personaje reclama. La pieza teatral constituye uno de los pilares fundamentales del arte en contra de la intolerancia y el prejuicio.

Merrick: “¡No soy un animal! ¡Soy un ser humano! ¡Soy una persona!”

Sergio Velarde
21 de julio de 2013

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