Páginas

domingo, 14 de agosto de 2011

Crítica: LA CHICA DEL MAXIM

Amable comedia de enredos

Luego de un tiempo dedicado a la reseña de puestas en escena de teatro independiente, tuve la oportunidad de asistir al point de moda, la nueva sucursal en donde sucede el “mejor” teatro hecho en el país (según “críticos” en planilla): el Teatro Peruano Japonés en Residencial San Felipe, para ver la comedia La chica del Maxim del dramaturgo francés Georges Feydeau, nueva apuesta de La Plaza ISIL y Raquel en Llamas, dos “íconos emblemáticos” de nuestro nuevo teatro peruano (ensalzados por la prensa miope) y con la dirección del multinominado y multipremiado (por El comercio y afines) Juan Carlos Fisher. Cabe resaltar que este humilde servidor no tiene nada en contra de los responsables de este espectáculo (la mayoría de ellos de innegable y comprobado talento), pero sí contra aquellos periodistas que sólo tienen “espacio” para ellos en sus páginas y lista de recuentos y premios anuales. Y obviamente, para las tan necesarias promociones para suscriptores. Sin embargo, debo decir que sin llegar a convertirse en la “obra comercial del año” (aunque es de esperarse su mención en diciembre próximo), sabe entretener a su público objetivo, aquel que en su mayoría valora más la presencia del actor de la novela, el profuso maquillaje, el colorido vestuario y la buena memoria de los artistas, que otros aspectos más de "fondo".

La acción de La chica del Maxim ocurre en París en 1880, cuando el doctor Lucien Petypon despierta, luego de una terrible resaca, encamado con una bailarina del famoso cabaret Moulin Rouge llamada Coco. Los problemas empiezan cuando llega la esposa de Petypon y el juego de identidades y enredos se desata. Esta efectiva adaptación, que reduce considerablemente las acciones y personajes, se presenta en tres cuadros sin intermedio, en donde los malentendidos y gags se suceden sin parar. Acaso desconcierta en parte el que algunos actores interpreten varios personajes, pero el desarrollo dramático se sigue con interés. Se agradece también el hecho que la molesta improvisación esté casi ausente del montaje. Por otro lado, el vestuario, la escenografía y la parte técnica están impecables, como era de esperarse.

La puesta en escena sirve como un exclusivo vehículo de lucimiento para esa gran actriz, cantante y bailarina que es Gisela Ponce de León (brillando con luz propia), quien opaca de manera evidente al supuesto protagonista Carlos Carlín, prometedor actor en los noventa, pero echado a perder actualmente por el mainstream televisivo. Los notables Katia Condos, Rómulo Assereto (actor fetiche de Fisher) y Paul Vega manejan muy bien la comedia y le dan la réplica justa a los protagonistas. Gratas sorpresas las del veterano Alfonso Santistevan y el joven Bruno Ascenzo, ambos hilarantes. El resto del elenco, entre quienes figuran las deliciosas Norma Martínez y Gabriela Velásquez, deja huella a pesar de lo corto de su participación. La chica del Maxim entretiene y divierte, es muy superior a la irregular ¿Y dónde está el tenor? también a cargo de Fisher, pero no pasa de ser uno de más de aquellos montajes con una impecable producción preparados para un público exclusivo.

Sergio Velarde
14 de agosto de 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario