Contundente mensaje ecológico
La dramaturga peruana Estela Luna, en su obra ¿Qué tierra heredarán los mansos?, escrita en 1988 y estrenada en el Teatro de la AAA a cargo de la Asociación Cultural Tablas Maestras, nos propone un futuro apocalíptico y sobrecogedor: los niveles mundiales de oxígeno han caído a niveles alarmantes debido a la contaminación generada por el ser humano, los animales han muerto, los mares han desaparecido y las plantas apenas mantienen su débil color verde, frente a la nube de aire envenenado que parece invadirlo todo. Mientras que Ramón Foster (Ángel Morante) es un próspero director de una fábrica, que contamina los ríos aledaños, con el único propósito de asegurarle el bienestar a su familia, su esposa Paula (Isabel Castañeda) es una madre completamente ajena a esta problemática mundial, pero sí está dispuesta a cambiarle a su hija los anticonceptivos por vitaminas con el propósito de tener un nieto. Por su parte, la nerviosa Lina (Katya Castro), hija de Ramón y Paula, debe lidiar con la nueva vida que lleva dentro, pues el futuro se hace cada vez más incierto. Y su esposo Carlos (Miguel Augurto) reniega de su suegro Ramón, pues antes de trabajar para él, le exigió detener la contaminación ambiental que provocaba su fábrica, y que ahora es lo único que heredará su futuro hijo.
El director Martin Medina eligió el camino más fácil, pero a la vez el menos estilizado, para retratar el ambiente futurista que sirve de contexto a la historia: el utilizar el color plateado como símbolo de una “modernidad” mal entendida, y lo precario de la producción, evidenciado principalmente en el vestuario y la escenografía, generan que el escenario luzca como un enorme set de película de ciencia ficción serie B de los setenta, con un gigantesco extractor de aire en el medio. Pero estas deficiencias aparentes sólo sirven para hacer relucir una historia inteligente, cautivante, inquietante y totalmente contundente en su mensaje: el ser humano camina hacia una extinción segura, si no se dejan de lado los intereses particulares y se piensa en un bien común, reflejado en el respeto hacia la naturaleza. La mejor escena de la obra: los cuatro protagonistas, echados en el suelo durante un periodo de relajación obligatoria impuesto por el gobierno, mientras debaten sobre el futuro del niño por nacer y suenan las alarmas anunciando que los niveles de oxígeno se agotan por la discusión.
La obra presta su nombre de la cita bíblica de Mateo 5:5, “Bienaventurados los mansos; porque ellos heredarán la tierra”, entendiéndose la mansedumbre como la sencillez y la humildad carente por completo dentro de la soberbia inherente del ser humano, que sólo busca su propio beneficio, sin importarle el daño que le causa a su propio planeta. Sin bien es cierto, el aspecto religioso es tocado muy someramente, el discurso filosófico de la autora abarca varios campos: las complicaciones en la relación de pareja, el aborto, el control de la natalidad, las opciones sexuales y hasta las diferencias generacionales, todos ellos desarrollados a plenitud gracias a las inspiradas actuaciones y la fluidez que le da la dirección al montaje. ¿Qué tierra heredarán los mansos? tiene una dramaturgia que hará las delicias no sólo de los defensores del medio ambiente, sino también de cualquier persona con criterio y sentido común, con un humor negro negrísimo, como el que cubre a las hierbas incapaces de generar el oxígeno vital. Este espectáculo de Tablas Maestras podrá tener mucho que mejorar en la forma, pero en el fondo es un valiente e inquietante montaje, contundente en su mensaje ecologista y que se convierte en uno de los mejores esfuerzos de nuestro teatro independiente en lo que va del año.
Sergio Velarde
14 de mayo de 2011
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