Páginas

domingo, 14 de septiembre de 2008

Crítica: COMBATE NEGRO ENTRE PERROS


Correcta adaptación a la peruana 

Bernard-Marie Koltès (1948-1989) fue un dramaturgo francés contemporáneo bastante particular en su forma de escribir. En sus obras, todas ellas oscuras con personajes que se debaten entre la soledad, el amor, el odio y el deseo, la palabra marca el ritmo y el peso de la acción dramática, se mantiene un desarrollo lineal en el tiempo y se concentra el drama en una sola locación. Su obra póstuma “Roberto Zucco”, un salvaje retrato de un asesino serial, lo consagró a nivel mundial. Pero la pieza que lo retiró del anonimato fue “Combate de negro y de perros”, dirigida por Patrice Chéreau en 1983, y que se viene presentando actualmente dentro de la Temporadas Teatrales en la ENSAD, con la dirección de Ronal Cruces, y adaptada a nuestra realidad, llevando como título “Combate negro entre perros”.

Y es justamente esta adaptación la mayor virtud del montaje, pues la historia original nos colocaba en un contexto muy diferente (una empresa extranjera en medio del África) y que encuentra en nuestra realidad un adecuado paralelo: un cuartel en la sierra en plena guerra subversiva. Definitivamente un gran riesgo bien resuelto por el director. El conflicto se desencadena con la llegada a este lugar de un hombre llamado Alberto (Miguel Medina), reclamando el cuerpo de su hermano muerto “accidentalmente” en la zona. Pero otro drama también se desarrolla en el interior, pues una frívola mujer llama Elena (Titi Plaza) agravará los conflictos entre dos soldados (Jhony Ruiz y Omar Honores). Si bien es cierto, un correcto Medina vuelve creíble la motivación de su personaje, es el triángulo sentimental desatado en el interior del cuartel el que cobra mayor interés, en gran medida por las inspiradas actuaciones, pero que finalmente no es consecuente con lo propuesto por el mismo director en el programa de mano como objetivo principal del montaje: un homenaje a las víctimas por los 20 años de violencia en nuestro país.

Y es que la pieza (en original y en adaptación) abarca aparentemente enormes temas como el racismo, la discriminación, la explotación humana, el abuso de autoridad, las injusticias sociales, pero en el fondo es un acertado cuadro de las relaciones humanas en la actualidad, llenas de mentiras, desconfianza y traiciones, de la incomunicación entre los seres humanos y de las absurdas decisiones que tomamos sin explicación racional. La presente puesta en escena mantiene un ritmo pausado pero sostenido; es convencional y funcional a la vez, acompañada por música en vivo, en la que se delimitan bien los espacios en los que desarrolla la historia, a pesar de algunos retrasos en la operación de las luces. Sorprenden la madurez actoral de Titi Plaza para darle verdad a un personaje totalmente fuera de lugar dentro de la historia; y el carisma y el nervio de Omar Honores, en contraste con la sobriedad y la contención de Jhony Ruíz, para creernos el duelo entre estos dos militares, abandonados a su suerte en aquel apartado lugar, bebiendo alcohol y jugando a los dados, y perdiendo progresivamente la razón. Una verdadera sorpresa esta adaptación, que respeta en gran medida la visión del original de Koltès, pero que podría beneficiarse largamente al tomar el contexto histórico sólo como telón de fondo, para tener como resultado un crudo estudio de la incomunicación del ser humano.

Sergio Velarde
14 de septiembre de 2008

viernes, 12 de septiembre de 2008

Colaboración: NATURALEZA MUERTA


NATURALEZA MUERTA


Ficha Técnica:
Actúan: Rochy Yépez, Manuel Calderón
Dramaturgia: Claudia Sacha
Dirección: Carlos Acosta
Sala: Espacio-Libre, Barranco.

NM es el último texto escrito por Claudia Sacha y trata sobre la vida después de la muerte o una relación que se proyecta más allá del tiempo y del espacio. Se trata de un pintor que ha perdido a su esposa en terrible accidente automovilístico (como los que menudean en el presente limeño) y se vuelve a reencontrar con ella en una especie de sueño que luego se va convirtiendo poco a poco en alucinación y cobra ribetes patológicos.

NM es además una propuesta que construye una relación de pareja en los escombros de una relación real. La situación es tan fuera de la realidad que proporciona nuevos ángulos para mirar las formas de interrelación entre un hombre y una mujer.

Si nos olvidamos lo que nos propone la autora (aquello de la comunicación de esta pareja más allá de la muerte) nos quedamos con la experiencia de dos seres que alguna vez se han amado y que pretenden seguirlo haciendo, con todos los problemas que ello implica. Tanto la mujer como el pintor se ubican en planos reconocibles de una relación amorosa: él la está pintando en todo momento y por momentos le recrimina ciertos detalles de la fatal tragedia que aconteció, donde ella supuestamente perdió la vida. Pero si se tratara de cualquier otro problema seria la misma cosa: cómo se comunica la pareja, cómo vive el presente ficcional la pareja.

El truco de NM está precisamente en reproducirnos la relación humana de esta pareja como si no pasara nada y en el fondo es la relación alucinada de un pintor y su musa, pero el caso es que ella está muerta. Esta nueva perspectiva que fluye de la puesta en escena solamente atendiendo a algunos detalles minimalistas, hacen de la reflexión sobre esta situación tan límite (los límites entre la vida y la muerte) doblemente interesante.

Los momentos en que nos adentramos en un mundo desconocido para ella y para él y por supuesto para nosotros, la obrá cobra un vigor insuperable. ¿Cómo alguien puede llegar a convencerse que está hablando con alguien que ya no está vivo? La solución muy imaginativa que en el tiempo escénico este elenco ha perpretado convence al público y llena ese espacio de verosimiltud que siempre se espera para que las propuestas escénicas tengan éxito. Son momentos que ni el propio personaje que supuestamente viene del otro lado del espectro puede definir con claridad, y que pone en problemas a su pareja para comprender por qué él puede tocarla y sentirla tan real si en realidad él está vivo y ella no. Esto queda resuelto ya en el mismo momento de su enunciación, y el mérito es de la propuesta.

Lo otro es el toque final, de alguna manera innecesario pero espectacular, cuando se revela la naturaleza del cuadro que ha estado pintando el amante artista y todo lo que concierne a la percepción de la muerte de este y a la naturaleza de su amada. Ella está buscando (posible lectura) la manera como hacer volver a la realidad a su pareja, pero qué ¿a la realidad de la dimensión donde ella se encuentra? ¿O, qué? Lo cierto es que el final no cierra el circuito, y como situándonos ante una columna de espejos paralelos multiplica nuestras explicaciones al infinito.

Intrigante propuesta, que representa un peldaño más en la dramaturgia de Claudia Sacha y la constatación de contar con espacio excelente para la experimentación y el disfrute.

Luis Paredes
Asociación Peruana de Crítica e Investigación Teatral

lunes, 1 de septiembre de 2008

Crítica: TITINA


Grata sorpresa en exteriores 

Anunciar la obra teatral “Titina” como “algo nunca visto”, resulta por lo menos, una exageración. El hecho de realizar un montaje fuera de la sala de teatro convencional y llevar al público a diferentes locaciones en donde se desarrollan las escenas, no significa haber descubierto la “pólvora”. Hace ya algunos años, “La casa de las ánimas perdidas” y “Galería teatral”, por citar dos ejemplos recientes, tenían dicho formato. Sin embargo, el hecho de tratarse de una comedia en verso octosílabo, de ser escrita y dirigida por el divertido Nicolás Yerovi y de ser representada en calles y plazas de Barranco, sí le confiere cierta singularidad y novedad al proyecto, que lo convierte de por sí, en un espectáculo interesante.

La historia, sencilla y simpática en su planteamiento y ejecución, le debe mucho a las grandes comedias costumbristas nacionales: la bella Titina es ofrecida en matrimonio por su padre a un acaudalado anciano, mientras que suspira de amor por un joven galán. A diferencia de la “Ña Catita” de Manuel Ascencio Segura, Yerovi realiza esta vez una tibia crítica a las costumbres de la época, especialmente al machismo (y también, por supuesto, al juego de apariencias que la clase media deseaba mantener), para darle un mayor énfasis al ingenioso texto y a la gracia y carisma de los personajes.

El propio Yerovi conduce a los asistentes a los diferentes espacios donde se desarrollan las escenas (algunos de ellos algo lejanos para llegar a pie), y comenta de manera amena la historia de los mismos, mientras vemos desarrollarse el drama. Los lugares incluyen la Placita de San Francisco y el Puente de los Suspiros. Incluye un viaje en tranvía y un almuerzo en la Posada del Ángel, amenizado y servido por los propios actores, quienes cantan y bailan con los asistentes.

La guapa Sandra Vergara interpreta con bastante gracia y simpatía el papel protagónico, enfrentada a su torpe y engreído hermano Agapito (Mijail Garvich) por el amor de Marcelo (César Gabrielli). Pero a pesar del correcto trabajo de los jóvenes, es el conjunto de los veteranos actores participantes, el que logra hacer lucir los ingeniosos diálogos en verso, generando la comedia en la puesta. En este orden: Lilian Nieto, Alfredo Lévano, Carlos Vértiz, Maria Cristina Ribal y Antonio Arrué, ponen en evidencia el oficio y el carisma ganado con los años. Y sólo bastan unos cuantos minutos al final de la obra, para constatar la calidad de actor que es el Sr. Enrique Victoria. “Titina” volverá nuevamente a Barranco en el mes de octubre, para luego partir hacia Cuzco. Se anuncia también la realización de una miniserie. Tenemos “Titina” para rato.

Sergio Velarde
01 de septiembre de 2008