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sábado, 21 de marzo de 2009

Crítica: PEQUEÑAS CERTEZAS


La vida es como un pastel  

La mexicana Bárbara Colio escribe en su pieza “Pequeñas certezas” sobre un tema recurrente en su país: la muerte. Mario desparece sin dejar rastro, dejando en la más completa incertidumbre, no sólo a su novia Natalia (Urpi Gibbons), sino también a sus hermanos Juan (Gonzalo Molina) y Sofía (Wendy Vásquez). Natalia, junto con su madre (Haydeé Cáceres), viaja en busca de Mario desde la capital hasta Tijuana y descubrirá sorprendentes aspectos de su pareja, que permanecían ocultos en las sombras. La infructuosa búsqueda del desaparecido termina por enfrentar a estos personajes, mientras intentan una pacífica convivencia. Con la posterior llegada de Olga (Alejandra Guerra), la díscola amiga de Natalia, los dramas y conflictos alcanzan sus puntos más álgidos, pero matizados por un delicioso humor negro. Y todo ocurre delante de un ataúd, como un guiño a la manera tan campante que tienen los mexicanos de lidiar con la muerte.

“Pequeñas certezas” se presenta actualmente en el Centro Cultural de la Católica, bajo la dirección del buen actor, pero mejor director Alberto Isola, quien sabe sacar provecho de una historia sencilla pero intrigante, cediendo el total protagonismo a su elenco. Los hermanos Juan y Sofía no pueden ser más diferentes: mientras él debe lidiar con sus inseguridades y miedos, ella trata de ocultarlos aparentando fuerza y determinación inexistentes. Natalia es una mujer confundida e insegura, siempre bajo la sombra de su madre, una mujer de aparente sencillez, pero que en sus comentarios revela una gran sabiduría y conocimiento del ser humano, que terminan por descubrir esas “pequeñas certezas” de nuestra vida, que no lo son tanto en realidad. Y es en este personaje de la madre, en la que tanto la dramaturga como el director, se apoyan para mantener el interés de la historia y entender cuál es el propósito del montaje.

Gran actuación de la experimentada Haydeé Cáceres como una de esas madres, que creen poder solucionarlo todo con una sonrisa y un poco de filosofía. Un inspirado Gonzalo Molina crea un personaje convincente y sincero. A su lado, Wendy Vásquez demuestra su amplio registro histriónico en un papel menor y Alejandra Guerra funciona a la perfección como el comic relief de la pieza. Decepciona eso sí, Urpi Gibbons, débil y sin los matices adecuados para una obra de este calibre, pero rescatada por el resto del elenco y la limpia dirección de Isola. “Pequeñas certezas” (Premio Internacional María Teresa León para autoras dramáticas en España en el año 2004) es un estimable espectáculo, cuidado y divertido, que nos aleja de nuestras vicisitudes diarias para reflexionar sobre nuestra existencia… y como diría la madre: “por que la vida es como un pastel y el chiste está en arreglárselas con los ingredientes que tengas a la mano”.


Sergio Velarde
21 de marzo de 2009

jueves, 12 de marzo de 2009

Crítica: PRECIOSAS MALDITAS II


Verlas para creerlas  

El inefable e incansable Richard Torres vuelve a la carga, esta vez con un delirante espectáculo recargado llamado “Preciosas Malditas II”, definido por su creador como un “psicothriller - teatro experimental del surrealismo y del desorden” que incluye, además de la participación de las vedettes, cantantes, modelitos fashion y socialités más potables del medio, una expoventa de pintura, moda shock, música en vivo, instalación, performance y danza contemporánea. Todo esto, junto y revuelto, en las instalaciones de Casa Drama en Barranco.

Esta vez, la excusa esgrimida por Torres para parir semejante puesta en escena, es la de haber realizado una investigación en las cárceles de mujeres, que sirve de base para sacar a la luz el terrible drama de las internas, privadas de su libertad, muchas veces por razones injustificadas. El tema no deja de ser interesante y el inicio de la obra (con las “malditas” llegando escoltadas por los Impes desde la calle) no puede ser más promisorio, pero naufraga por la incontable diversidad de historias planteadas en escena por el director, algunas apenas bosquejadas y resueltas de manera bastante primaria, dejando como resultado que ninguna logre elevarse por encima del promedio. Demasiadas piezas que Torres se anima a mover, en un tablero colorinche lleno de escarcha, volviendo irremediablemente superficial su puesta en escena.

Y no podía ser de otra manera, contando con la participación artística de algunas señoritas más preocupadas en mantener bien sujetas las pelucas, bien delineados los ojos y bien puestas las siliconas, que en darle verosimilitud a sus personajes. Es decir, estas malditas “preciosas” son estética y superficialmente glamorosas y apetecibles, pero carentes de verdad y convicción en escena. Por ahí algunas sorpresas nos deparan Lula Valdivia en el papel de la recientemente liberada urraca, mucho más carismática que la “Magnolia Merino” televisiva, y la sorprendente Ana Ruíz, muy sincera y precisa como la asesina de su esposo violador.

Pero un espectáculo de Richard Torres jamás defrauda, nunca pasa desapercibido y siempre vale la pena su visión. Las mejores partes de la obra aparecen cuando estos despampanantes hembrones “actúan” en estricto muting, pues diálogos y monólogos resultan insufribles. Terrible escena la de la sicaria Claudia Portocarrero y la burrier Paula Marijuán (con amiga travesti incluida). A las chicas (y las ya no tanto) les va mejor cuando desfilan, coquetean y bailan por el escenario, mostrando las virtudes que Dios y el cirujano les dio, con la ya mítica Susan León a la cabeza. Los demonios, larvas, impes, periodistas y figurantes parecen pasarla muy bien como comparsas de estas divas, contagiándonos de su entusiasmo. Y toda la obra transcurre teniendo como “telón de fondo” imágenes de “Marat/Sade” de Peter Brook. Nada menos. De verlo para creerlo. Pero verlo al fin y al cabo.

Sergio Velarde

12 de marzo de 2009