domingo, 26 de julio de 2020

Crítica: FINAL DE PARTIDA


Desconcierto lúdico en la red

Qué duda cabe ya que esta interminable pandemia ha puesto en verdaderos aprietos a toda la comunidad teatral. Dejando atrás las estériles reflexiones acerca de que si lo que estamos viendo por plataformas virtuales desde la “comodidad de nuestro sofá” sea teatro o no, sí es cierto que dichas propuestas pueden (y deben) convertirse en algo más que una videollamada con historia detrás, atreviéndose a experimentar y sobre todo, a jugar. Acaso una de las apuestas más atípicas y desconcertantes vistas recientemente haya sido el proyecto de la emblemática Asociación de Artistas Aficionados, que con más de ocho décadas de continua labor no se rinde y sigue adelante ahora en redes, a pesar del traspiés inicial de su primer estreno en línea, en el que la virtualidad les jugó una mala pasada. Final de partida, una de las obras más representativas del genio del absurdo Samuel Beckett, sorprendió a propios y extraños en su segundo debut, con un estilo inclasificable que les abre la puerta a demasiadas interpretaciones. ¿Pero acaso no es de eso de lo que se trata el Arte?

Por lo menos, la apuesta del hábil director Omar Del Águila sí que es coherente: Esperando a Godot (2017) fue uno de los puntos más altos que consiguió en su labor de dirección, así que apostar por otra obra del autor irlandés resulta entendible. Agregando que podía sacarse el clavo de trabajar nuevamente con esa imbatible y consumada pareja de actores que son Ximena Arroyo y Manuel Calderón, ambos nuevamente en personajes masculinos. El producto final sí que fue inesperado, tratándose sobre todo de una (supuesta) lectura interpretada y abreviada, pero en total concordancia con el estilo del autor del experimentalismo. Carente por completo de acción, Final de partida es un “juego escénico virtual experimental” que pone a prueba a los espectadores con llamativos personajes que interactúan unos con otros desde espacios físicos diferentes, gracias a la magia del video y a la lectura de las acotaciones del libreto. Hamm (Calderón) y Clov (Arroyo) conviven en una excéntrica y redundante relación de amo y sirviente, respectivamente; ambos se necesitan el uno al otro, aunque no se toleren: el primero, ciego y postrado en una silla de ruedas; y el otro, dándole la réplica y en constante movimiento. Compartiendo el mismo espacio, los padres de Hamm (Yasmin Loayza y Karlos López Rentería), en tachos de basura, sin piernas y en permanente estado de insomnio, recuerdan eventos de su pasado.

Más allá de las interminables interpretaciones que puedan desprenderse del texto de Beckett, quizás lo más llamativo de la propuesta de Del Águila sea la manera en la que es presentado este espectáculo, ya que definitivamente no parece una lectura interpretada. Salvo en determinados momentos en los que se ve a Arroyo aparentemente concentrada en la lectura, el resultado final se acerca más a una estética de video-clip de guerrilla (en el sentido más “marketero”), de ser un proyecto grabado y no en vivo, con una trepidante y singular edición cinematográfica (a cargo de Ricardo Robles) y con unos competentes actores con letra aprendida (o casi) y con un estilo de actuación con una fuerte carga teatral. Indescifrable, hipnótico y desconcertante, este Final de partida es un enorme riesgo extrateatral de la AAA que se agradece (¿Arte y riesgo no deberían ser indivisibles?) y que continúa dignamente la cruzada de aquel puñado de artistas escénicos en constante búsqueda de nuevas formas de expresión y de lúdica experimentación, de las que ciertamente carecen otros proyectos en línea. Ya el mismo Beckett lo dijo, en su momento, sobre su propia obra: “... será mero juego. Nada menos. De enigmas y soluciones, ni una palabra. Para cosas tan serias están las universidades, las iglesias, los cafés, etc.” Que siga el lúdico desconcierto.

Sergio Velarde
26 de julio de 2020

No hay comentarios: