martes, 25 de febrero de 2020

Crítica: ¿TE DUELE?

La violencia en el “Sí, acepto”

La sala del Club de Teatro de Lima presentó un escenario lleno de actores y actrices que vestían igual y decían su texto al unísono. Las cajas –graffiteadas con pintura fosforescente– construyen la puesta en escena, dándonos a entender que esa será toda la utilería que podrán usar. Un vestido y un traje cuelgan desde el techo. Hay una boda: una mujer y un hombre se casan mientras la ilusión, las palabras y los buenos deseos se esparcen por todo el escenario.

Luego llegan los golpes.

Una de las actrices se pone rápidamente el vestido mientras el actor hace lo propio con el traje. Llega la primera discusión marital y, junto a ella, el primer golpe. Uno. Dos. Tres. La mujer cae al suelo. A todos los espectadores nos duele aquel puñetazo que cae sobre la quijada de la mujer en el vestido.

Lo siento. Mi mano se resbaló en tu rostro.

Las excusas que utilizan los hombres son conocidas. Ellas exteriorizan todo lo que piensan, todo lo que sienten. Cada vez el vestido y el traje van turnándose para pasar por todos y todas y, de esta manera, vemos como cada actor y actriz construyen el mismo personaje de diferente manera. Este ejercicio es bastante rico para comprender el mundo interior de quien interpreta el personaje, ver su rango actoral y mostrar la energía de cada uno. En el montaje, destaco mucho la resistencia, el físico y el trabajo corporal que hacen los escénicos durante la hora y veinte minutos que dura la obra. Es un trabajo complicado que requiere de mucha precisión y expresión corporal; por ello, destaca lo bien ejecutado del montaje, el control del centro, la energía y la sinergia que mantienen como grupo.

Es preciso destacar las actuaciones de Belén Suarez y Mariyen Córdova, ambas grandes actrices que se encuentran comenzando sus carreras y que construyen al personaje desde la verdad. Los matices, el movimiento del cuerpo y el rango vocal que desarrollan Belén y Mariyen a lo largo de la obra durante sus participaciones marcan claramente los momentos donde la obra tiene mayor veracidad y vuelo propio. Otro acierto que tiene el montaje es el uso de los bloques en el escenario para marcar los sonidos, los golpes y el cambio de escena. Mientras más minimalista, mejor. La historia contiene tanta violencia que no es necesario un espectáculo de los golpes; si no, marcar el ritmo contando desde lo más pequeño, íntimo y oculto.

Un aspecto por mejorar es lo repetitiva que se vuelve la historia. Debido a que los actores interpretan el mismo personaje a lo largo de la obra, sus escenas mantienen casi el mismo desarrollo, conflicto y resolución: una mujer casada cuyo esposo la golpea y ella no sabe cómo liberarse. El montaje podría construir un ritmo interno con un inicio, conflicto medio y clímax más claro para que el espectador pueda tener toda la obra como un espectáculo entero y no pequeñas escenas divididas. Asimismo, los personajes masculinos son unidimensionales. Este aspecto no está mal si esa es la propuesta; sin embargo, cada actor interpreta de la misma forma al personaje y emplean los recursos de los gritos fáciles y la fuerza sin matices ni un proceso claro que convierta al personaje en quien es.

En general, el espectáculo toca un tema interesante y muy necesario hoy en día. Remueve fibras y nos deja pensando en cómo se transforma la violencia dentro de un matrimonio con un elenco que se entrega físicamente de inicio a fin.

María Fernanda Gonzales
25 de febrero de 2020

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