miércoles, 27 de noviembre de 2019

Crítica # 502: LA LOCA DEL FRENTE


Abajo los prejuicios

Ante semejante título y fotos promocionales, podríamos caer en el prejuicio que la puesta en escena de La loca del frente, obra musical de la Asociación Playbill, resultaría una comedia facilista y superficial que acaso basara su fortaleza en los enredos ocasionados por su actor protagónico y sus disfuerzos con peluca. Nada más alejado de la realidad. Esta nueva propuesta del dramaturgo y director Daniel Fernández (autor de la notable El arcoíris en las manos) y de Sebastián Abad, responsable de la letra y música de la mencionada pieza, actualmente en temporada en el Teatro de la Amistad Peruano China en Jesús María, es una enérgica y compacta propuesta artística, que esconde un pertinente trasfondo político y social, ambientada en un contexto latinoamericano, basada en la novela Tengo miedo, torero del escritor chileno Pedro Lemebel.

El mayor mérito del montaje de La loca del frente es que consigue el difícil equilibrio entre dos tramas tan disímiles entre sí. Por un lado, un joven estudiante universitario (el mismo Abad) forma parte de un grupo revolucionario que quiere derrocar al dictador que se encuentra en el poder y convoca reuniones en una habitación alquilada; mientras que la propietaria de aquella habitación, una “loca” cuarentona, empieza a sentir algo más que una simple amistad con su inquilino. El inteligente texto y la hábil dirección consiguen engranar ambas líneas argumentales de manera eficiente y lograr fluidez en un espectáculo de casi dos horas de duración. A destacar la impecable producción de Pedro Iturria, responsable de montajes de calidad como Zapping, 3 musicales en 1 (2016) o La película (2019).

La historia que plantea Fernández, con solo dos personajes sosteniendo todo el espectáculo, debía tener a dos intérpretes a la altura de las circunstancias. En ese sentido, Abad convence como el atribulado y acomplejado revolucionario, demostrando un gran dominio vocal; y Jonathan Oliveros se luce en el papel de la “Loca”, con gran carisma y entusiasmo impone su presencia, divirtiendo y conmoviendo en los momentos precisos. En el apartado musical, es de agradecer la inclusión de instrumentos y ritmos musicales peruanos en las canciones. La loca del frente sale justamente al frente ante cualquier prejuicio: se trata de una sólida historia que abarca temas mucho más profundos que los que podría aparentar su material promocional. De visión obligatoria.

Sergio Velarde
27 de noviembre de 2019

domingo, 24 de noviembre de 2019

Crítica: TODAS LAS NOCHES DE UN DÍA


Ecos del pasado

‘Silvia’ y ‘Samuel’ han instaurado una convivencia poco convencional, en la que los lazos de amor fraternal o romántico no intervienen; a ellos los une la imperiosa necesidad de compañía, de consuelo a un dolor latente, de complicidad para seguir viviendo. Ella, una mujer de fresca madurez, busca escapar de un doloroso recuerdo, refugiándose en idilios poco prometedores. Él, un muchacho que eligió la profesión de su padre, convirtiéndose en un jardinero que ha encontrado en el invernadero de aquella mujer, además de un trabajo, un refugio seguro.

Todas las noches de un día, enigmático e intenso texto del dramaturgo y poeta español Alberto Conejero, se encuentra en temporada en el Teatro de Lucía, bajo la dirección de Edgar Saba.

Para la propuesta del montaje, se acondicionó una estructura con ventanales y algunas lunas rajadas a lo largo del escenario, detrás de la misma, caen ramas verdes desde lo alto; frente al público, se observa una silla antigua, una mesa y unas flores completan la escenografía, que alude claramente al invernadero, siendo el lugar principal donde todo ocurre.

El inicio se marca con el interrogatorio a ‘Samuel’ (Alonso Cano), quien deberá responder a las autoridades policiales, ausentes físicamente, por la repentina desaparición de ‘Silvia’ (Sandra Bernasconi), dueña de la casa en la que él ha vivido y trabajado como jardinero por varios años. Todas las noches de un día contiene una narrativa cargada de poesía y suspenso, la cual define a estos dos personajes como seres humanos que arrastran las heridas del pasado. De otro lado, los flashbacks y la atmosfera casi irreal se sostuvieron en perfecta armonía con el juego de luces, logrando un potente efecto visual.

En relación a las interpretaciones, Cano, en el rol del jardinero, lució sólido y seguro en escena, aportando con precisión las luces y sombras de su personaje. Por su parte, Bernasconi, en el papel de ‘Silvia’, determinada  y vivaz, haciendo suyo el sentido monólogo hacia el  final de la puesta.

“[…] Lo que pesa un recuerdo […]”, frase de uno de los diálogos entre ‘Silvia’ y ‘Samuel’, bien podría resumir esta historia de misterio, de amor y falta de él, de imposibles, de resignación y vencidos ante la vida y sus circunstancias adversas. ¿Cómo seguir después del dolor? es una de las múltiples interrogantes que deja esta obra. Tal vez, sí sea posible, siempre y cuando estemos dispuestos a dejar atrás los ecos del pasado.

Maria Cristina Mory Cárdenas
24 de noviembre de 2019

Crítica: HEDDA


¿Quién teme a Hedda Gabler?

Función 23/11/2019

El Teatro Británico nos presenta Hedda, de H. Ibsen y la adaptación de Lucy Kirkwood, bajo la impecable dirección de Vanessa Vizcarra.

Ibsen empodera a la mujer en muchos de sus personajes, haciéndolas protagonistas en un contexto patriarcal a finales del siglo XIX y que sigue vigente hasta nuestros días.

Hedda, una fémina que cree dominarlo todo con su fuerza vital psicótica, proyecta ser una falsa “Herrin”, pero es más frágil que un suspiro. Su salud mental la consume y devora a los demás, creando rupturas emocionales en su entorno.

Gisela Ponce de León, como Hedda, es la musa ibseniana en esta puesta, ella trasciende por medio de la composición de este perturbado personaje. Nos envuelve y nos aterra en cada micro pausa que hace, en cada idea para tratar de controlar su todo, su verdad. Su humor híper negro va descubriendo cada relación fallida con el resto de los actantes.

Lisette Gutiérrez construye la sumisión de su personaje tan real que, al enfrentarse a la terrible Hedda Gabler, dentro de su fragilidad sale adelante, con una fuerza interior que se le ve al enfrentar al personaje de César Ritter dominado por el alcohol.

Todos son personajes lóbregos, pero las tres mujeres lo son más, se ven solidas en escena y en la interrelación entre ellas, han formada una cofradía basada en la debilidad mental, pero justamente en esa debilidad, está su fortaleza para ir por encima de la masculinidad.

Interesante la propuesta de recontextualizar el montaje, funciona correctamente este thriller hoy día. Un buen trabajo ha logrado componer la directora de esta obra, todos trabajan muy bien los sentidos, haciendo que el texto escrito sea como las notas de Orfeo. Ella ha sabido sacar los hilos psiconeuróticos que todos poseemos, para potenciarlos en escena y crear una realidad alterna para plasmarla en escena, en el mundo complicado de Hedda y demás personajes.

Dra. Fer Flores
24 de noviembre de 2019

Crítica # 501: BLANCO

Destierro distópico

El joven colectivo Reteatrando Producciones viene representando ya dos montajes escritos por el galardonado dramaturgo venezolano Pablo García Gámez: en ¡Qué noche tan linda! (2018), adaptación de la original llamada simplemente Noche tan linda, un muchacho transexual debe luchar para que lo acepten como es; y en Blanco (2019), se nos presenta una sociedad distópica en la que la estética es el único requisito necesario para pertenecer a ella. Pertinente en nuestra actual sociedad, en la que nuestros hermanos venezolanos deben aprender a convivir a diario con nosotros lejos de su patria, la dramaturgia de García Gámez cobra una particular relevancia. Tal como lo menciona él mismo en una reciente entrevista, sus piezas abarcan varias temáticas, como la memoria, el olvido y especialmente, el desarraigo del ser humano, que se convierte en el “otro” por el simple hecho de estar al margen, en la periferia.

Presentada en la Casa Cultural Amaru de Barranco, un espacio no convencional para espectáculos teatrales, la puesta de Blanco debe enfrentar un primer obstáculo: hacer creíble el contexto surreal que el autor propone. En ese sentido, más allá del buen aprovechamiento del limitado lugar por parte del director Gabriel Rossel, las esforzadas y enérgicas actuaciones de Eduardo Bazán y Alberto Vidarte logran conectar con el púbico de a pocos hasta situarlo en su universo particular. Ellos interpretan a Uno y Otro, adoradores de un dios llamado Totomoch y habitantes de una sociedad en la que está prohibido cualquier atisbo de anti-estética. Aquellos (los “aquellos”) que no cumplan estos requisitos serán desterrados del lugar, sin zapatos, hacia un ardiente desierto. La tensa lucha por el poder y la sumisión entre los personajes mencionados, así como la titánica tarea de mantener la ilusión de este contexto en el espectador, sean acaso las principales virtudes del trabajo en conjunto de Bazán y Vidarte en la primera hora de Blanco.

Hacia el final aparece previsiblemente el tercer personaje, uno de los “aquellos” (Edgard Linares), que es cuando se resuelve de manera sorpresiva el conflicto, simbolizando muy bien el círculo vicioso en el que se encuentra nuestro deseo de jerarquizar y no ser jerarquizado, tan inherente en el ser humano. Rossel, quien ya había dado muestras de talento en La Dieta Eterna (2015), arriesga con este complejo texto de García Gámez, logrando transmitir con una propuesta estética bastante particular (en el aséptico maquillaje y el trabajo físico, especialmente) el válido mensaje del autor. Bien por el colectivo Retratando Producciones, que viene apostando por producciones no convencionales, como Blanco, que encierran contundentes reflexiones hacia una sociedad como la nuestra, con tantas heridas por sanar y tantos complejos por sacudir.

Sergio Velarde
24 de noviembre de 2019

sábado, 23 de noviembre de 2019

Crítica # 500: NUESTRA SEÑORA DE LAS NUBES


Drama poético desde el exilio

La producción dramática de Arístides Vargas ya no necesita presentación. Nacido en Argentina, pero afincado en Ecuador desde su exilio ocurrido en 1975 y dirigiendo su colectivo Malayerba, sus textos vienen sirviendo de inspiración para crear acaso los dramas líricos latinoamericanos más bellos que tenemos. En nuestro país, algunas de sus piezas fueron llevadas a escena por su aplicado alumno Michael Joan y su Asociación Cultural La Vale, como La República Análoga (2014), La edad de la ciruela (2014) o Ana, el Mago y el Aprendiz (2015); en ellas, los recuerdos, la fantasía, el destierro y la memoria se conjugan de una particular manera real-maravillosa sobre las tablas. El año pasado, Joan y su compañera Claudia del Águila nos deslumbraron con una propia obra inspirada en el universo de Vargas, llamada Entre colinas y senderos (2018), que obtuvo el suficiente reconocimiento de público y crítica como para animarse la pareja a colaborar juntos nuevamente en escena. Es así que tenemos en cartelera la pieza más representativa de Vargas, Nuestra Señora de las Nubes, que le hace merecida justicia a uno de nuestros dramaturgos más influyentes y entrañables.

Óscar (Joan) y Bruna (Del Águila) son dos exiliados que se encuentran en un lugar indeterminado, ambos con sendas maletas que contienen los recuerdos de una patria en común, conocida como Nuestra Señora de la Nubes. A través de sus propios testimonios, se van revelando los orígenes de esta tierra, con una variada gama de personajes, entre disparatados y melancólicos, que van construyendo la historia frente a nuestros ojos en cuadros de diverso calibre dramático. Todo el magistral lirismo y humor de Vargas alcanza en Nuestra Señora de las Nubes acaso su punto más alto, muy bien ejecutado por la pareja de actores, quienes demuestran solvencia, versatilidad y gran carisma en escena, aprovechando las posibilidades que el texto ofrece. A destacar las escenas de los hermanos “piropeadores”, la visita de la esposa del director de una orquesta, la abuela escandalosa o el contrapunto entre el alcalde y su superficial esposa.

La puesta en el Teatro de Lucía es sencilla y funcional, contando con un amplio ventanal al foro y unos cuantos mobiliarios y utilería que les permiten a Joan y Del Águila caracterizar con precisión a cada uno de sus personajes. El mayor acierto del montaje, sin duda, es el equilibrio logrado por el trabajo de dirección, entre la fina comedia y el amargo drama que viven estos personajes. Joan y Del Águila, acaso sin proponérselo, resultan la pareja análoga peruana de Vargas y su compañera Charo Francés. Nuestra Señora de las Nubes, con la asistencia de dirección de Claudia Rua y la producción de Rodrigo Rodríguez, es un dignísimo y merecido homenaje para uno de nuestros autores latinoamericanos más valiosos, uno que puede conjugar la soledad, la amargura, la esperanza y el olvido de forma magistral.

Sergio Velarde
23 de noviembre de 2019

Crítica # 499: FRANKENSTEIN


La niña y la criatura

La escritora inglesa Mary Shelley logró pasar a la posteridad con la publicación de la primera obra formal de ciencia ficción de la historia, Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), si bien es cierto dentro del estilo gótico, pero que actualmente es más conocida como una pieza de terror. La trama, harto conocida, incluye peliagudas temáticas como la ética y la moral científica, así como el afán del ser humano por crear la vida, en completa oposición a los mandatos religiosos, a través de la aparición de aquel monstruo confeccionado por pedazos desmembrados de otros cuerpos muertos, al que algunos erróneamente confunden con el nombre de su creador. Pues bien, trasladar dicha historia a un escenario dispuesto a recibir a familias con niños de todas las edades es sin duda, una ardua tarea, pero que el director Bruno Odar y su Asociación Cultural Diez Talentos lograron cumplir con dignidad este objetivo con Frankenstein, desde su estreno oficial en el Teatro La Plaza en el 2014.

La criatura del Dr. Frankenstein ya había aparecido en otros montajes de teatro para la infancia como personaje de apoyo, por ejemplo, en Vampi: La historia de un Conde (2016) y en su secuela Vampi 2: Pulgoso Amor (2019), ambas en compañía de un simpático vampiro interpretado por el director Juan José Oviedo. Sin embargo, Odar no propone una historia independiente, sino que toma como pretexto la historia de un padre (el mismo Odar) en su afán por escenificarle la misma historia de Shelley a su pequeña hija (Alessia Lambruschini). Dicha opción funcionó, no solo por el innegable talento interpretativo de Odar, sino también por la del resto del elenco y una propuesta escénica, que incluyó un andamio que le permitió jugar con varios niveles en el escenario y recrear todas las locaciones de la novela original, así como un cuidado vestuario y maquillaje que nos acercaron al estilo gótico que propuso la autora.

Acompañó a Odar un joven y competente elenco, que incluyó a Javier Merino como la criatura, Alexia Dalmau, Daniel Tantachuco y una particularmente divertida Elena Castillo como Igor. El micrófono que solo utilizó Lambruschini no desentonó demasiado, gracias al carisma de la pequeña. La inclusión de una subtrama que involucró a la madre ausente de la niña, que va apareciendo intermitentemente a lo largo del espectáculo, le sirvió a Odar para enriquecer su propuesta. Esta feliz dramatización de Frankenstein estuvo en el Auditorio del Centro Cultural Ricardo Palma, no solo cautivando a los más pequeños con su propuesta escénica, también fomentando la lectura de clásicos como el de Shelley, que nunca pasarán de moda.

Sergio Velarde
23 de noviembre de 2019

martes, 19 de noviembre de 2019

Crítica: IMPLOSIÓN/EXPLOSIÓN


Violencia en explosión

Implosión/Explosión, obra dirigida por David Carrillo, es un potente drama que nos encara nuestra normalizada relación con la violencia. Escrito por Federico Abrill y el propio director, su elenco fue conformado por de quince actores egresados de su propio Taller de Formación Actoral. Se cuenta dos historias en paralelo: por un lado, en 1992, un grupo de jóvenes actores quiere llegar a estrenar una creación colectiva y termina consiguiendo la ayuda de una directora que los empujará a sacar adelante la obra. Por otro lado, en 2022, una mujer regresa a su ciudad natal sin saber que esta se ha transformado en una sociedad insensible y autocrática, en donde una mujer como ella no tiene cabida. Entre ambas historias podemos ver lo que sucede en 2019: un grupo de actores cuenta esta historia para darnos una mirada de nuestra permisiva relación con la violencia y que esta no vuelva a suceder.

Es interesante cómo la propuesta trabaja la metateatralidad. La oscilación entre los actores ensayando y la obra que ensayaban estaba manejada por códigos claros de diferenciación. Era interesante ver cómo, poco a poco, la obra que ensayaban iba tomando protagonismo en escena. Este “pimponeo” entre ambas historias funcionó principalmente por la dirección: existían detonadores como frases y picos rítmicos que le daban una secuencia orgánica e interesante a la obra.

El espacio escénico, a pesar de ser algo pequeño, fue manejado eficientemente por el elenco involucrado. El nivel de energía colectiva estuvo a favor de la puesta en escena, potenciando los demás elementos de la representación. Los personajes estuvieron llenos de detalles, tanto en la construcción corporal como en el trabajo del texto. Sin embargo, hubo durante la puesta en escena momentos de desconcentración entre los actores. Se podía percibir que algunos personajes no estaban del todo involucrados en las situaciones representadas, de modo que las escenas perdían potencia en algunos casos.

Uno de los temas resaltantes dentro de esta puesta es la violencia y cómo se lidia con ella en ambas historias representadas. Es inevitable sentir identificación con momentos de la obra en donde el trato entre personas es tan indiferente. La normalización de la violencia es un mal vigente que muy pocos artistas están dispuestos a visibilizar. Gracias a aquella promoción de egresados del Taller de Formación de David Carrillo, por atreverse a encarnar un tema tan urgente por resolver.

Stefany Olivos
18 de noviembre de 2019

Crítica # 498: EL CÍCLOPE


Clásico con renovados bríos

El tener un texto teatral la etiqueta de “clásico” no solo significa que este pertenece al lapso de mayor plenitud de una cultura, sino que se tiene como modelo digno de imitación por sus innegables cualidades. Pero tal como lo mencionó nuestra colaboradora DRA. Fer Flores, “el teatro clásico, en nuestros días, urge de nuevos conceptos estéticos para que lo literal, cada día, se aleje más del estereotipo de siglos pasados —ya no funciona el actuar de décadas pasadas—”. Y es exactamente lo que realizó, en el marco de las Prácticas Escénicas 2019 de la ENSAD, con su montaje en versión libre de El Cíclope de Eurípides, con la participación de los estudiantes del VI Ciclo de Actuación y del VIII ciclo de Diseño Escenográfico de la mencionada institución, en la acogedora sala del ROMA ENSAD.

Como ya es conocido, cada montaje que presenta la ENSAD en los últimos años viene caracterizándose por contar con valores de producción por encima del promedio. Y es que como institución formativa en las artes escénicas, se promueve en sus estudiantes la creatividad y la libertad para componer puestas en escena en las condiciones ideales, en cuanto a tiempo y presupuesto se refiere. Y El Cíclope fue clara muestra de ello. La conocida historia de Ulises extraída de La Odisea, en la que el héroe debe enfrentarse al gigante antropófago de un solo ojo, el cíclope Polifemo, en medio de un coro de sátiros, fue ejecutada sin tacha por el elenco de actores que demostraron energía sostenida y pareja. El diseño escenográfico resultó visualmente destacable y funcional, con una escena del naufragio de los héroes al inicio muy bien resuelta, jugando además con las entradas y salidas de personajes por ambos corredores de la platea y con los niveles sobre el escenario. El irreverente vestuario también se lució: inolvidables los sátiros con el divertido Sileno a la cabeza, así como la espectacular estética del cíclope, con una hábil decisión de representar su único ojo.

La entrega y la dedicación de los creadores del presente montaje, fuera y dentro del escenario, se dejó ver en cada uno de los sesenta y pico minutos que duró el espectáculo. Acaso el mayor mérito de esta renovada versión de El Cíclope sea el de haber reinventado con respeto, pero con personalidad propia, uno de los clásicos más entrañables de la dramaturgia griega, dejando intacto el carácter festivo de la pieza original de Eurípides. Resulta imperioso revitalizar la esencia de un clásico y renovar su estética, para así no convertirlo, como explica Flores, en un montaje con “estilo de teatro museo”. Esta nueva propuesta pedagógica de la ENSAD fue un claro ejemplo del necesario rol de un profesor-director por hacer que el teatro se renueve y avance.

Sergio Velarde
19 de noviembre de 2019

domingo, 17 de noviembre de 2019

Crítica: Y AHORA… ¿QUÉ HACEMOS CON JACINTO?


Asuntos fraternales

Nuestro hermano, comedia del dramaturgo español Alejandro Melero, tuvo su estreno oficial en nuestro país como parte del Circuito Teatral de Proyectos Finales de Artes Escénicas 2014, presentado por alumnos de la Especialidad de Artes Escénicas de la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación de la PUCP. La obra viene presentándose actualmente en el escenario del Teatro Mocha Graña, rebautizada como Y ahora… ¿Qué hacemos con Jacinto? bajo la dirección de Marcos García Tizón, pero con una marcada inclinación hacia el contenido dramático que la historia ofrece: tres hermanos, que ante la repentina muerte de su madre, deben repartirse la fortuna entre ellos. Teresa (Lilian Nieto) es una frustrada esposa y madre de familia, María (Amparo Brambilla) no logra establecerse emocionalmente ni terminar el libro que viene escribiendo y Jacinto (Cristhian Palomino) es un joven con habilidades especiales que pasó los últimos años al lado de su progenitora.

El giro dramático propuesto por dirección se logra en gran medida por el excelente contrapunto entre las actrices. Nieto compone un mundano personaje, con desesperación contenida para lograr su lucrativo objetivo; mientras que Brambilla es convincente en su incertidumbre personal. A destacar también el esforzado trabajo de Palomino, quien no se amilana ante sus enormes compañeras de escena, alcanzando momentos divertidos, pero también muy sentidos. La trama permite además reflexionar sobre los (anti)valores familiares, además de cuestionar la manera de convivir con personas en situación de discapacidad. Como toda familia, las discusiones, malas decisiones y numerosas culpas aparecen intermitentemente, generando conflictos que son resueltos de la particular manera en que estos tres hermanos, tan disímiles entre sí, pueden hacerlo.

Eso sí, la energía y convicción de las actuaciones hacen disculpar la evidente diferencia de edades entre hermanas y hermano. García Tizón logra recrear hábilmente los diferentes ambientes de la casa de la madre difunta, con el efectivo uso de tres biombos rotatorios y unos cuantos muebles. Los frecuentes chispazos de humor sí están presentes en el montaje, aliviando la fuerte carga emocional de estos tres disfuncionales hermanos. Esta puesta cambia el registro original del texto de Melero por uno más emotivo y desgarrador, permite el lucimiento de su trío de actores y además, pone sobre el tapete un tema tan controvertido como la capacidad de decisión que tienen justamente, aquellas personas con discapacidad intelectual. Las fotos promocionales acaso no anticipan el drama que se desarrolla en el escenario. Y ahora… ¿Qué hacemos con Jacinto? es una historia muy humana que bien vale la pena apreciar.

Sergio Velarde
17 de noviembre de 2019

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Crítica: ROBERTO ZUCCO


Retratos de violencia

Inspirada en la historia de un asesino en serie de los años ochenta, continúa en cartelera Roberto Zucco, obra teatral escrita por el dramaturgo francés Bernard-Marie Koltès (1948-1989), considerado uno de los autores contemporáneos más resaltantes a nivel mundial. Esta vez se encuentra bajo la dirección de Roberto Ángeles, quien basa su propuesta escénica en un exigente trabajo físico y variedad de roles en cuatro de sus actores.

La historia se compone de escenas fragmentadas, en las que Zucco (interpretado por André Silva) siempre aparece, siendo el hilo conductor de toda la puesta. En esencia, se narran los momentos clave en que este joven criminal comete sus más sonados asesinatos. El peligro y la muerte son una constante desde la dramaturgia, la misma que una vez en escena destaca los movimientos y la corporalidad de los personajes, logrando imágenes sólidas y precisas. Entre las víctimas de Zucco están sus propios padres, un inspector policial, un anciano, un niño, la mujer que se enamoró de él, entre muchos más, pues al parecer este hombre aplicado en la escuela escondía un profundo vacío emocional que no fue atendido a tiempo.

Ahora bien, en cuanto al montaje, en el escenario se encontraban los cambios de vestuarios a un costado; además de una estructura movible, algunos cubos, el juego de luces y la música, esta última muy acertada. Los cambios entre escena y escena son rápidos y dinámicos, por lo que se optó por tener a dos tramoyistas que apoyaran moviendo los cubos y la estructura; sin embargo, en varias ocasiones su participación era tan evidente que interrumpía la atención a la escena, aunado al hecho de que visualmente no se aprecia una escena totalmente limpia.

Completan el reparto Ítalo Maldonado, Diego Salinas, Alejandro Guzmán y Alonzo Aguilar, quienes interpretan varios personajes, entre ellos femeninos; todos correctamente construidos. Cabe resaltar sin duda, el buen desempeño físico (caídas, movimientos, saltos, baile) que lograron los actores individualmente y como grupo.

Roberto Zucco nos deja imágenes destacables, como la escena de la ‘muerte del niño’, trabajada con una cuota de humor sensible, aligerando la carga de drama que conlleva un asesinato de este tipo, ello sin restar importancia al hecho en sí. O la ‘escena del rap’, donde Zucco muestra otra faceta de su personalidad. La obra sigue en temporada hasta diciembre.

Maria Cristina Mory Cárdenas
13 de noviembre de 2019

Colaboración regional: 1986 SUBTERRÁNEO Y LUMINOSO


Punk y tablas

Una de las últimas leyendas urbanas de nuestra música es que el punk nació en el Perú y claro, por ello se infló el pecho de muchos entusiastas con brillos nacionalistas; pues saborear una victoria, de las que no estamos acostumbrados a tener, nos roba una sonrisa. Sea cierto o no, “Los Saicos”, llamados los padres el punk peruano (o pre punk), nos invitaron a que “echemos abajo la estación del tren… demoler… demoler… demoler”, una invitación hecha en la década de los 60, pero que se hace cada día más vigente, pues se necesita “demoler” y reconstruir instituciones contaminadas desde la médula por la corrupción.

Y en los 80 no era diferente; esta década de terror donde mucha gente no sabía a quién temer más. si a los grupos armados terroristas o al terrorismo de Estado, donde los ciudadanos éramos las principales víctimas del fuego cruzado, creando una sensación de orfandad y marginalidad. En este contexto, el punk cobra fuerza en nuestro país de migrantes y desplazados.

De este contexto se inspira  la obra “1986 subterráneo y luminoso”, creada por Teatro del Vacío, dirigida e interpretada por Cristian Astigueta, quien en su constante búsqueda de la memoria olvidada por muchos nos muestra un pedazo de realidad envuelta en ficción de personajes que nunca existieron, pero a la vez resuenan en nuestra historia, no solo peruana sino latinoamericana, pues el “Jefe (policía) está en nada” aún sigue pasando y este mismo “Jefe”, cada cierto tiempo y según la conveniencia de quienes tienen el poder, no cuida ni protege, sino al contrario, reprime, golpea y tortura como lo podemos ver en algunas escenas de esta puesta.

Es así que la obra se llena de imágenes potentes, como las de un migrante añorando y a la vez negando su tierra, un pogo en escena que nos invita a ir contra todo, palabras de amor no correspondidas; pues ella ama a un tal Gonzalo, tortura a un inocente que solo estuvo en ese lugar que era su refugio, y que otros, a través del terror, quisieron habitarlo, pero no pudieron.

La música se vuelve también un acompañante continuo en la obra, tanto en su estruendo como en su silencio; los apagones continuos entre cada escena nos hacen recordar momentos de infancia donde el apagón nos hacía preguntar “¿Y ahora dónde habrá caído la torre?”, pero a la vez abría la puerta para inventar nuevos juegos con la patota del barrio. Si bien pueden jugar con nuestros recuerdos estos apagones escénicos, muchas veces no están justificados haciendo querer al espectador que se revelen algunos secretos de la escena y que el actor en la desnudez de su verdad nos enseñe qué hace en esos tránsitos ocultos en oscuridad.

Otro de los motivadores importantes para la creación en el “Teatro del Vacío” es la intervención en espacios no convencionales. Esta apuesta nace desde la investigación y búsqueda de lenguajes combinados, donde se puede intervenir un concierto punk con fragmentos de una obra o la obra completa e invitar al público a participar en un pogo en su espacio natural.

El sacar el teatro del teatro (como espacio físico) se vuelve una necesidad, más aun en una ciudad como el Cusco, donde casi no hay teatros y los que existen, como el Teatro Municipal, más parece un auditorio con políticas pobres para el desarrollo cultural y donde instituciones privadas mantienen espacios que abren a los artistas con buena disposición pero escasa implementación y claro, también están espacios independientes que contra viento y marea mantienen un lugar con puestas escénicas durante todo el año, como La Esencia y Casa Darte. Si bien en todos estos espacios se hace “obra”, esto se convierte en un reto constante para el artista, quien en el mejor de los casos con ojos abiertos puede volver estas dificultades en potencial para la creación y no solamente dejarse llevar por el “así nomás”.

El hacer teatro nace por la necesidad urgente de decir o compartir algo que a veces nos oprime el pecho o es un nudo en la garganta que quiere salir a toda costa, pero esto se ve acompañado de mucho trabajo, sacrificio y disciplina, dándonos así muchas flores en el oficio, aunque como diría Cristian Astigueta, el director  del  “Teatro del Vacío”, esto nos lleve a veces a “hacer teatro a punk y agua”.

Miguel Gutti Brugman
Cusco, 11 de noviembre del 2019

Crítica: VAMPI 2: PULGOSO AMOR


Vampiros espontáneos

Cientos Volando, la productora del montaje, acierta cuando anuncia que ellos realizan Teatro no convencional. Definitivamente, el espectáculo de Vampi2: Pulgoso Amor, dirigido por Grace Humire, destaca por el desarrollo de sus acontecimientos, que al principio pareciesen que se trata de un espectáculo de impro, y en otros momentos, solamente como una explosión de emociones de movimientos, pero que cautivan todo el tiempo, de tal manera que el entretenimiento está garantizado.

Con Juan José Oviedo (quien también es el dramaturgo) como el Conde, Percy Velarde como el asistente, Javier Quiroz como Tony, Patricia Pachas como la asistenta social y Yamile Caparó como Dolores.

El Conde recibe a los asistentes con unas notas musicales de piano algo desordenadas, pero que generan muchas risas, así como su voz. La escenografía es de estilo gótico, asemejando el salón principal de un palacio antiguo donde la tonalidad oscura era lo que más destacaba. Por otro lado, por momentos, se hizo uso de un gigantesco ecran para visualizar imágenes para contextualizar la historia: el Conde, el asistente y Dolores son una serie de personas que habitan este palacio antiguo y a pesar que nada los une, viven como en familia. También, la incursión de un gato-mariachi, Tony, quien se enamora de Dolores y levanta desconfianzas y celos por parte del Conde. Además de la intromisión de una acuciosa asistenta social, quien quiere llevarse a Dolores, por ser muy menor.

Los vestuarios son muy creíbles y bien confeccionados, pero acaso un elemento que falta en este espectáculo para la familia sea la música y el canto en vivo, así como bailes o coreografías con los personajes.

Todos los actores destacan por igual, pues siempre están dialogando y generando sensaciones de impresión por sus movimientos o sus voces entre el público, lo cual es atractivo. El espectáculo en general es bastante dinámico, en el sentido que siempre sucedía algo. Tal vez ese sea el sentido de lo no convencional, pues no se percibe una narrativa lineal de sucesos. Aunque siendo objetivos, desde un punto de vista de espectador adulto, puede ser como una explosión de acontecimientos muy rápidos, uno después del otro, y a veces con poco sentido narrativo, ya que a veces aparecían interrogantes como, por ejemplo, ¿por qué Tony no lucha por el amor de Dolores? o ¿quién es la asistente social, que más parece una detective? Sin embargo, para el espectador infantil esto es muy efectivo, pues precisamente por esa lluvia de acciones que nunca se detiene, los niños están concentrados y entretenidos.

En los espectáculos para la familia y, tal como siempre lo menciona Ismael Contreras del grupo Palosanto, los niños no entienden aún la convención teatral de no interrumpir a los actores y es muy común su intervención en escenas a través de gritos o interrumpiendo algunos diálogos. Sin embargo, en Vampi 2: Pulgoso Amor no sucede eso; de hecho, los niños se mantienen muy atentos y sorprendidos de felicidad por lo que ven; esto es algo muy bien logrado por la producción y es de felicitar.

No es la primera producción de Cientos Volando, pero ojalá que no sea la última. Finalmente, la propuesta teatral fue muy buena, pero solo recomendaría incluir el canto o música en vivo, pues esto siempre deja una marca principal en cualquier montaje.

Enrique Pacheco
11 de noviembre de 2019

domingo, 10 de noviembre de 2019

Crítica: HOGAR DULCE HOGAR


Respeto en la familia

Imparable como él solo, Gianfranco Mejía vuelve a la carga, esta vez, con una comedia familiar que estrenara en abril del año pasado, Hogar dulce hogar, ambientada en época navideña y que llegó como reestreno en octubre al Teatro Auditorio Miraflores de la mano de Mever Producciones. Vale la pena reseñar aquella puesta en mención para reflexionar sobre la problemática que enfrenta el teatro independiente, en relación a la cantidad de público asistente, pero también en resaltar aquello que el espectador supuestamente “quiere ver”, así como los requisitos básicos que deben cumplirse desde la platea para apreciar un espectáculo teatral. Llenar un recinto teatral en una temporada es motivo de celebración, pero no es necesariamente sinónimo de calidad; eso sí, revela la enorme responsabilidad de los creadores con respecto a su público cautivo.

La trama de Hogar dulce hogar involucra a una familia disfuncional en los días previos a la Navidad. La madre (Haydée Cáceres) enviudó y ya tiene un nuevo compromiso (Pedro Olórtegui); esta relación no es del agrado ni del abuelo alcohólico (Ricardo Morante) ni de los hijos menores (Ximena Fukuda y el mismo Mejía). Tampoco ayuda la situación sentimental de la hija mayor (Patricia Moncada), pues su nuevo y estrafalario enamorado (Jeffrie Fuster) le resulta antipático a la familia. Incansable y con las mejores intenciones, Mejía asume dramaturgia, dirección y actuación en su montaje, hecho que probablemente desanimaría a cualquier artista, pero que Mejía asume con convicción. Sin embargo, su puesta no deja de ser un entretenimiento pasajero, con algunos aciertos puntuales, especialmente en las escenas de Cáceres y Morante, pero también con el inevitable y prescindible mensaje final de celebración de la Navidad, en el que cada actor manifiesta lo “bonito” de ese día. Eso sí, con muchas risas que arranca fácilmente ese excelente actor que es Fuster, quien asume un personaje que pareciera haber salido de otra obra, con sus lentes de botella y corbata michi.

El numeroso público que acompaña a Mejía (y que puede verse en lo selfies que se hace con el sonriente elenco en cada función) debería ser respetado, pero sobre todo, educado. El equipo de producción de Mejía tiene que tomar cartas en el asunto. Más allá de la calidad del espectáculo, es necesario que los espectadores sean puntuales y si no lo son, pues no deberían entrar a sala, cuchicheando y dejando entrar bulla del exterior, ¡casi una hora después de iniciada la función! La noche que asistió Oficio Crítico, el último espectador ingresó a las 9:30 pm, cuando la función debió comenzar 8:30 pm y este además ¡era un actor! Además, no es posible que los espectadores coman y usen su celular durante la función; para eso, debe haber personal en platea que se encargue de hacer respetar su propio montaje. Hogar dulce hogar alcanza su mejor momento dramático con el personaje de Cáceres (justamente vitoreada por el público) poniendo en su sitio al joven elenco, demostrando su larga trayectoria y oficio en tablas, que debería ser respetada por un público que necesita urgentemente educación.

Sergio Velarde
10 de noviembre de 2019

lunes, 4 de noviembre de 2019

Crítica: NERIUM PARK


Relaciones tóxicas

Nerium Park, un thriller familiar del dramaturgo Josep María Miró que aborda la complejidad de las relaciones de pareja, ha sido estrenado exitosamente en otros teatros del mundo y por primera vez, llega a Lima, de la mano de Paris Producciones y la dirección de Mariana Palau. Martha (Ximena Díaz) es una esposa neurótica, insegura y perfeccionista, casada con Gerardo (Sergio Paris), hombre feliz cuya personalidad cambia totalmente a medida que la noticia de haber perdido el trabajo vaya siendo asimilada hasta distorsionar su realidad. Ellos recién acaban de mudarse a un departamento muy alejado de la ciudad.

En primer lugar, debe celebrarse el que la asistencia del público fue enorme, pues el teatro estuvo casi lleno. El montaje se estructura en doce escenas, una para cada mes del año, y cada una se caracteriza por tener una temática diferente sobre el estado en que se encuentra la relación de Martha y Gerardo. Lo interesante fue que los actores le dotaron un ritmo y presencia diferente a cada uno de sus personajes, de acuerdo a la temática; esto último hizo de la obra muy atractiva, pues las actuaciones nunca estuvieron al mismo ritmo y fuerza. Adicionalmente, sobre el fondo del escenario, un proyector mostraba los rostros de los actores generando una serie de estados de ánimo como ira, risa, llanto, alegría, entre otros. Esto fue realmente atractivo visualmente en cada escena.

Por otro lado, un elemento realmente genial fue la música en vivo, pero sobre todo, su pertinencia en todo momento durante la obra. Magali Luque, al ritmo de un violín cello, marcaba unos sonidos bellos y conmovedores, especialmente en las escenas de tensión, de revelaciones, de risas y tristezas. Siempre es positivo la música en vivo y doblemente positivo si esta la dirige una profesional como Luque. Además, la escenografía fue inteligente, se pudo definir todo como sucinto: mobiliario básico de un departamento después de una mudanza. Esto último es resaltante, pues siempre en todas las escenas pareciese que la pareja acaba de llegar; sin lugar a dudas, es una simbología inteligente, como tratando de decir que aún no se han instalado a pesar del tiempo. Sobre las actuaciones, tanto Díaz y Paris tuvieron interpretaciones creíbles, especialmente la primera, ya que destacó por su capacidad de transmitir el dolor de su personaje, sobre todo hacia el final del montaje; generaba empatía debido a su calidad de víctima inmersa en la psicología trastornada, que empieza a florar en Gerardo, a medida que pasan los meses después del despido.

En ciertas ocasiones, el thriller adquiría características de comedia romántica, especialmente, cuando los diálogos terminaban generando risas debido a la ironía de las intenciones que generaron las actuaciones; sin embargo, esto no restó importancia a la acción dramática sobre la que giró todo y que generó una constante intriga: ¿Quién era en realidad el otro intruso de la historia? ¿Era el mismo Gerardo haciéndose pasar por otra persona a la cual le había dado toda su personalidad?

Nerium Park es un montaje donde el suspenso es la temática principal, así como la fragilidad de las relaciones amorosas en contextos extremos, como la pérdida de un trabajo. El mismo autor menciona que escribió la obra en el contexto de la crisis inmobiliaria e hipotecaria de España del 2008 y de ahí vino su inspiración para escribir la obra (1). El nombre tan particular viene, como lo menciona Miró, del arbusto venenoso llamado nerium oleander que crece muy comúnmente en las carreteras; entonces el elemento de simbología icónica es interesante: Nerium Park es el parque de las plantas venenosas, así como las relaciones tóxicas. Muy inteligente título.

(1) El dramaturgo Josep María Miró estrena "Nerium Park" https://www.youtube.com/watch?v=IFEWS33Cu4A