miércoles, 2 de octubre de 2019

Crítica: EL JARDÍN DE LOS CEREZOS


Una vez más, Chéjov

Un clásico del teatro universal escrito por el dramaturgo ruso Antón Chéjov, El jardín de los cerezos, es una pieza que sigue encontrando vigencia en las tablas de la actualidad. La Escuela Nacional Superior de Arte Dramático la montó en el Teatro Roma, bajo la dirección de Jorge Sarmiento y las actuaciones de Pilar Brescia, Ricardo Combi, Carlos Vértiz, Rafael Hernández, Marcia Romero, Nany Rodríguez, Juan Gerardo Delgado y Lorena Reynoso, entre otros.

La pieza cuenta la historia de una familia aristocrática rusa de fines del siglo XIX, que se encuentra en medio de una crisis económica. Esta situación puede resolverse si venden en parcelas el llamado “jardín de los cerezos”. El mismo, además de ser una importante fuente de ingresos, simboliza el legado familiar de cuatro generaciones, razón por la que no están dispuestos a sacrificarlo.

La propuesta de Sarmiento está pegada a una tendencia realista, dado que hay una elaboración muy sofisticada y detallada de la escenografía y la caracterización. La interpretación del elenco, si bien hubo un buen trabajo, no había uniformidad en el resultado final. Había una diferencia de “estilos” de actuación. Podíamos ver a un par de mucamas en un código distinto al de otro personaje en escena. Estos elementos eran confusos, pues no aportaba a redondear la propuesta escénica. Sin embargo, la caracterización fue un elemento importante, cuya propuesta estética aportó a la contextualización de la obra.

El jardín de los cerezos nos refiere a temas como el valor de lo esencial de las relaciones entre el hombre y el universo. El jardín es un símbolo que evoca a que lo simple y sencillo de la vida, como los vínculos, son lo que realmente termina importando. El jardín de los cerezos es todo lo que queda a esta familia, junto con todos los recuerdos y la historia familiar de generaciones pasadas que vivieron y construyeron la bonanza económica que tanto extrañan. El cerezo, una flor de vida breve, simboliza la fragilidad de esta familia, que termina sosteniéndose solo en el pasado.

Un clásico puede ser tomado como una excusa para indicar o enfatizar un punto en especial. En el caso de este montaje, no me quedó claro qué quiso decirnos en esta versión. Si bien fue un buen trabajo artístico y técnico, no encontré una conexión clara con el contexto actual. Definitivamente la uniformidad de los códigos utilizados en una obra como esta son relevantes para redondear la puesta en escena y ubicarla en el tiempo  y lugar en el que se está representando.

Stefany Olivos
2 de octubre de 2019

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