sábado, 31 de agosto de 2019

Crítica: III FESTIVAL DE ESCENAS CORTAS - JÓVENES DIRECTORES


Unas de cal y otras de arena

Función 30/8/2019

El III Festival de Escenas Cortas - Jóvenes Directores, organizada por la Producción Artística de la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático, en su tercera edición, es un evento que año a año viene desarrollando una gran labor para promocionar proyectos escénicos, dentro de la gran Comunidad Ensadina de alumnos y ex alumnos, para desarrollar capacidades en la dirección, actuación y diseño escenográfico. Cuatro obras fueron seleccionadas y están en temporada en el Teatro Roma-Ensad.

PRIMERA PUESTA EN ESCENA

La donante, dirigida por Pamela Lloclla, basada en la obra de Jorge Díaz “Muero, luego existo”.

Un trabajo conmovedor, perturbador y tan real y cercano a nosotros. Nuestro país está sobreviviendo, producto de la corrupción; hemos encargado erróneamente nuestro futuro a ladrones de pura cepa. Y la salud es otro aterrador sistema que nos mancilla, nos degrada nuestra condición humana; la pobreza es esa costra que arrancamos y vemos cómo nos despelleja y que nuestro sistema de (in)salud, cual limón recién exprimido, cura esa herida que nadie quiere ver.

Kelly Carrillo compone un personaje tan frágil, usando un leve acento andino que funciona muy bien. Ella, cual cadáver andante, nos lanza dardos usando textos que calan en nuestro rincón más escondido del alma y que nosotros reaccionamos con risitas timoratas. Su cuerpo tan pre-expresivo también danza en escena, y danza con la escalera, con las vendas, con la energía del público y con su otro yo vivo. Muy bien que ella salga desde las butacas hacia el escenario, convirtiéndonos a todos en donantes (muchos inmigrantes ahora están en esa situación). La hemos visto en varios trabajos y su evolución es ascendente.

Rafael Mena es el personaje antagónico; con él, el juramento de Hipócrates es dejado de lado; es el ave carroñera que ronda por los pasillos de los hospitales. Mena logra ser odiado por todos, su personaje convence, aunque por leves momentos tiene problemas de dicción. Muchos países asiáticos son el paraíso de los donantes forzados de órganos; europeos y americanos van a allá para adquirir órganos en el mercado negro, y asiáticos en las playas muestran cicatrices producto de ese ilegal negocio. El doctor, sutilmente, va logrando su objetivo: aprovecharse de la paciente que viene comercializando su sangre para poder comer y le da diversas alternativas para ser el perfecto cadáver para comercializar.

El músico debería ser ubicado en otro lugar que no obstaculice la proyección y debe mejorar la ejecución de la música en vivo o retirarla, porque no afectaría en nada el planteamiento del montaje.

Las luces y música, precisas para los cambios y los “flashbacks” o “flashforwards”.

La dirección es acertada, se ha construido un lenguaje estético y de accionar de ambos personajes.

SEGUNDA PUESTA EN ESCENA

Sobreviviendo Arguedas, escrita y dirigida por Jhony Ruiz.

Esta puesta en escena pretende rescatar el mundo en conflicto del Amauta Arguedas, usando una dramaturgia donde no está clara la línea dramática o los hechos relevantes que hacen que la fábula nos lleve hacia el final, debiendo antes pasar por un conflicto inexistente; esto pasa muchas veces cuando uno escribe y dirige su propia producción escénica.

Revalorar el arte andino de Arguedas no necesariamente es “andinizar más lo andino de lo que es”. Ya pasó más de un siglo de su nacimiento y todo debe adaptarse a los cambios, especialmente los diversos lenguajes artísticos para no caer en el chauvinismo escénico.
Este montaje usa elementos estéticos muy primarios: la realización de las alas del cóndor, por ejemplo, se acercan al teatro escolar y las máscaras no tienen un buen acabado; y la manipulación de los elementos antes mencionados requiere una preparación muy delicada, porque el cuerpo extracotidiano no es solo postural, es también energía y todos los que están en escena debería replantear su trabajo.

La música cumple solo un rol de fondo musical y en las puestas, esta debe convertirse en un personaje más.

A partir de personajes simbólicos dentro de su prolífica producción literaria que ha marcado nuestras vidas, en este montaje, los “actantes” en varias oportunidades entran y salen para convertirse en otros roles, eso es repetidamente y ese accionar limita el desarrollo de las escenas, todo se vuelve plano y no hay ritmo escénico.

El actor que caracteriza a Arguedas, a pesar que el parecido físico es grande, dramáticamente no convence, los mismo ocurre con todos los que participan.

Las puestas en escena no necesitan de un espíritu romántico, requieren de una visión clara del director, actores que respondan al estilo de trabajo que se pretende poner en escena y también de una buena estética y realización.

Si la persona que ha dirigido este trabajo dice al final de la obra que no es director y que su rol ha sido más de pedagogo, entonces ¿por qué postula a un festival denominado “Jóvenes directores? Él mismo acepta que no es director y eso se ve en escena.

Dra. Fer Flores
31 de agosto de 2019

viernes, 30 de agosto de 2019

Crítica: WERTHER


Je ne parle pas français

Función 29/08/2019 

El Gran Teatro Nacional acoge en esta oportunidad a Werther, ópera de Jules Massenet.

El “Sturm und Drang” fue un movimiento literario en pleno Romanticismo Alemán que lideró el cambio de la razón por las manifestaciones espirituales, dejando aflorar los sentimientos y pasiones descontroladas. Goethe, uno de sus máximos exponentes, escribe “Las desventuras del joven Werther”, el cual es convertido a libreto por Blau, Milliet y Hartman.

No somos nada ante el amor, somos menos que una hojarasca que el viento mece a su antojo. Werther, interpretado por Jonathan Tetelman, de buen registro vocal, de inicio a fin sostiene su personaje y con su registro actoral van de la mano. Esto es una característica de los tenores formados fuera de nuestro país. Lo mismo ocurre con los protagónicos femeninos, muy bien sostenido su registro vocal, se les ve a Charlotte (Carol García) y Sophie (Ximena Agurto) muy bien, con buena técnica en sus roles. En contraparte, los demás personajes masculinos, muy encorsetados, abusan del “stop corpus” para sostener las notas y no logran componer un personaje (anteriormente los he visto en otros trabajos). El personaje del Magistrado no domina bien el uso de los zapatos, ese “pequeño” detalle lo desconcentra aunado al piso que tiene varios niveles, porque han sido construidos de esa manera, porque todo el escenario es hecho con hojas de libro a escala gigante. Esto es una característica de un gran número de intérpretes peruanos varones: les falta componer sus personajes, dominar su utilería personal, su vestuario y accesorios, hacerlos suyos para que sean más creíbles sus personajes en escena. El trabajo del coro de niños, magnifico; en sus pocas intervenciones, nos envuelven con esa magia y esa voz propia de los ángeles, muy naturales y andróginos.

Esta ópera es de origen alemán y es cantada en francés y con subtítulos en español para que el público entienda. Bajan el telón y vemos proyectada una página escrita en francés, sin traducción. Además, ¿cómo es posible que una pequeña pantalla por encima del telón se traduzca lo cantado? Los de primera fila hoy deben tener una torticolis tremenda. El Gran Teatro Nacional es el mejor edificio en el país para mostrar una gran variedad de espectáculos, debería implementarse como en otros espacios foráneos, el traductor en el respaldo de la butaca y se selecciona el idioma deseado.

La performance del director musical, Oliver Díaz, es magnifica; la obertura que abre esta ópera inmediatamente te transporta al siglo XVIII.

Dra. Fer Flores
30 de agosto de 2019

Crítica: LA CHICA DEL PARQUE


El amor en tiempos difíciles

Un hombre se encuentra con una mujer en un parque cualquiera de la ciudad, en distintos días. Ella es siempre la misma –físicamente-, pero su ocupación y personalidad no lo son. Las interrogantes se producen de inmediato: ¿Cuál es el vínculo que une a estas dos personas? ¿Hay un vínculo realmente?

Pues bien, la obra teatral “La chica del parque”, escrita por el español Eduardo Viladés, expone este curioso panorama como preámbulo de una situación complicada que se produce a raíz de una enfermedad. Bajo la dirección de Carla Valdivia Rosello y con las actuaciones de Alejandra Núñez y Walter Ramírez Rodríguez, se recrea una historia con momentos jocosos, pero que revela un trasfondo dramático. En el primer encuentro, la mujer se presenta como una ‘espía internacional’; ya en el segundo es una ‘pintora’; y en el tercero, una ‘modelo de pasarela’. El hombre, por su parte, la escucha y se vuelve su cómplice en cada uno de los encuentros. Hasta ahí, no se resuelve el misterio de su vínculo; sin embargo, un encuentro más revelará la verdad de su relación y una enfermedad mental que ha transformado su forma de convivir.

El montaje se compone con elementos sencillos que aportan a cada escena, como la banca, los cambios de vestuarios, el globo unido a una pequeña caja, el cuadro para pintar, entre otros. Los sonidos manejados por un músico en vivo, quien además los complementa con el uso de la guitarra, son bien aprovechados para crear una atmósfera íntima y acorde a los cambios en las escenas. Finalmente, las proyecciones que marcaban los cortes entre los encuentros, se lucieron de buena manera con la técnica del *‘mapping’.

Ahora bien, esa suerte de ‘juego’ que se crea entre los personajes y las apariciones particulares (sobre todo del personaje de la mujer) fueron bien ejecutados por los actores, quienes manejaron los cambios de energía con solidez y precisión.

“La chica del parque” nos acerca a una pareja que busca mantenerse unida y reencontrar el amor a pesar de las circunstancias que atraviesan. Además, revela los cambios inevitables que se producen en las relaciones de pareja cuando surgen problemas tan severos como un problema de salud mental de una de las partes. Y claro está, surgen más cuestionamientos que soluciones. ¿Cómo manejar la situación? ¿Qué es lo más saludable para ambos? ¿El amor supone grandes sacrificios?

Sin duda, esta obra presenta de manera concreta, un problema real que podría tocarnos vivir. Entonces, ¿será acaso el amor que prevalecerá en tiempos difíciles? Cada quien tendrá su propia respuesta. La cita es en el Teatro del Centro Cultural el Olivar.

*Es una técnica visual que consiste en proyectar imágenes sobre superficies reales, como por ejemplo exterior de edificios, techos, paredes o cúpulas; las imágenes se proyectan de modo que se generan efectos o movimientos 3D, con lo que se consigue transmitir ¡una experiencia visual realmente increíble!

Maria Cristina Mory Cárdenas
30 de agosto de 2019

miércoles, 28 de agosto de 2019

Entrevista: CARLA VALDIVIA


Directora de “La chica del parque”

A propósito del estreno de la obra “La chica del parque”, del autor español Eduardo Vidalés, Oficio Crítico conversó con la directora del montaje, Carla Valdivia Rosello. La temporada se presenta en el  Teatro del Centro Cultural El Olivar.

Valdivia pertenece al colectivo teatral Las Crías, en el que gestionan obras de teatro y realizan talleres internacionales para actores profesionales. “Se dio la oportunidad (de hacer esta obra), porque se abrió la convocatoria para directores jóvenes, y yo ya había dirigido algunas cosas de formato corto, en microteatro y también en teatro familiar, pero me pareció una buena oportunidad para ‘mandarme’ a hacer algo en formato largo para adultos y en formato largo”, menciona Valdivia. “Entonces sabía que la temática era por amor, busqué y exploré un poco el tema desde un lugar que no había trabajado antes”. Es ahí que surge la idea de hacerlo: Valdivia presentó su proyecto, fue elegido y empezó el proceso con los actores. “Son dos amigos míos que conozco hace tiempo, de hecho yo estudié con Walter Ramírez en el Taller de Roberto Ángeles, y a Alejandra Núñez también la conocía de otros proyectos. Yo quería trabajar con amigos, con gente que conocía para empezar esta obra, empezamos los ensayos y luego hemos ido tratando de dar luces de la obra y de cómo podíamos hacer para llegar a lo que se ha visto hoy”.

“La chica del parque” aborda el tema del amor, pero desde otro punto de vista. Al respecto, la directora comenta que “la obra trata acerca del amor, pero también acerca de la salud mental de uno de los personajes. Una de las cosas que me parecía interesante era qué tan aceptable es el sacrificio por otra persona, porque obviamente cuando una persona está enferma y más en este caso (enfermedad mental), la otra persona lucha también y está inmersa en ese mundo”. Valdivia considera este hecho como un fuerte sacrificio. “Me gustaría conocer cómo es eso y cómo es vivirlo, de hecho es muy difícil, porque hay que tener mucha empatía para poder sumergirte en una obra así. Espero poder lograrlo y que a la gente le guste”, concluye.

La invitación está hecha para la temporada que va desde el 27 de agosto al 02 de octubre, son los martes y miércoles a las 8:00 p.m. Entradas a la venta en Joinnus.

Maria Cristina Mory Cárdenas
28 de agosto de 2019

lunes, 26 de agosto de 2019

Crítica: EL CÍRCULO DE LA NIÑA BONITA


Una paternidad difícil

El círculo de la niña bonita es un montaje breve de una sola escena, que aborda las dificultades de la paternidad y cuestiona la fragilidad humana hacia la duda, incluso en personas que usualmente calificamos como maduras. El lugar es La Histriónica, ex Teatro Ensamble, donde se ha acondicionado, recientemente, un microteatro al lado del pasillo de ingreso. Este espacio consiste en un pequeño lugar para un máximo de quince personas como público. De esta manera, La Histriónica tiene la posibilidad de tener dos montajes en simultáneo, uno en este espacio y otro en el sótano, su escenario principal y más amplio.

Con la dramaturgia de Daniela Martuccelli, la dirección de Gean Pool Uceda y las únicas actuaciones de Gerardo García Frkovich (en reemplazo de Alfonso Dibós) como Lucho y María Rubio como Nadia, la acción dramática gira en torno al intento de una hija por entender el porqué de la inminente migración de su padre hacia los Estados Unidos. El escenario es la representación de la habitación de Nadia: en el fondo, dibujos y collages de fotos con su familia; a la derecha, un tablero para pintar; a la izquierda, un sillón de color verde chillón; y al medio, una guitarra acústica. En resumen, los elementos son sencillos pero básicos para la transmisión del mensaje.

El contexto se deja entender mediante los diálogos: el padre quiere migrar, porque la madre ya fallecida hizo lo mismo con anterioridad a, precisamente, los Estados Unidos. Hay momentos de tensión en que la muchacha reta a su padre sobre el porqué no consultó sobre esta decisión. Es interesante el empoderamiento que tiene Nadia en relación con su padre. El montaje empieza con una pregunta que, en primer lugar, puede no tener una contextualización con la acción dramática: Nadia pregunta: ¿Cuándo comenzó la Guerra Fría? A lo cual Lucho contesta con una respuesta enciclopedista. Sin embargo, hacia el final del montaje, la pregunta cobra un significado muy potente, pues no se trató de una alusión política, sino de una metáfora sobre la decisión de Lucho. Tanto la Unión Soviética como los Estados Unidos querían darle una alternativa al mundo en ese entonces, pero no tenían certezas sobre su decisión. De igual manera, la migración de Lucho funciona de la misma forma: sabe que es necesario hacerla, sobre todo pensando en el futuro de Nadia, a pesar de ser esta una opción llena de incertidumbres.

Un elemento muy preciso es la música en vivo, destacando la canción “Es mi niña bonita” de Polo Campos, entonada por los actores; además, estos manejan muy bien la guitarra. El círculo de la niña bonita deja un final conmovedor, un abrazo lleno de esperanza.

Enrique Pacheco
26 de agosto de 2019

domingo, 25 de agosto de 2019

Crítica: PUNK ROCK


Punk /Shooter /Rock /Bullying

Función del 24/8/19

Escrita por Simon Stephen y dirigida por Jorge Robinet, este montaje se presenta en el Centro Cultural de la Universidad de Lima.

La “obertura escénica” muestra a los actores/actrices de espaldas, viendo una película llena de violencia; ellos, uniformados cual cárcel de “Orange Black”, van preparando sus almas para un montaje conmovedor.

El sistema “educativo” escolar es el primer ejecutante del bullying, aceptado por todos durante más de una década: nos acorralan, nos acosan, nos niegan nuestra propia personalidad, castrándonos, anulándonos y esto es aceptado por todos como una normativa, que construye bombas (emocionales) de tiempo, en donde el aula de falsa convivencia es una lucha de sobrevivencia y donde la sexualidad está ardiendo, con ganas explotar néctar sexual.

Todos los actantes tienen un buen manejo del sentido textual, haciendo creíble sus diálogos, manejando las inflexiones y ritmos, creando una organicidad textual. Esto es lo característico de muchos de los que egresan de los talleres de Ángeles, Isola o PUCP.

Sobresalen dentro de este grupo Miguel Dávalos, que compone a partir de la “psique corporalidad” y el tempo ritmo para conmovernos con Chadwick; Bruno Espejo, usando un buen manejo del texto y el (contra)impulso para dar vida ficticia a Will; y Lilian Schiappa-Pietra, manipulando bien la energía para creerle lo que hace; ellos han logrado mantener en todo el montaje un nivel dramático “in crescendo”, logrando construir poiesis (creación actoral a partir de algo inexistente en algo que existe).

El espacio escénico es muy sencillo, pero funcional solo al inicio, ya que el segundo nivel de la biblioteca, como un anexo secreto (así como en “El diario de Ana Frank”), es estático, contradictorio, porque vemos las estructuras de fierro y malla metálica (usada en muchos otros montajes de esta obra), que tienen ruedas en su base y solo son movidas al final, para crear un espacio personal que es la cárcel. Antes de eso, las estructuras no son trasladadas a otros lugares del escenario, es usada solo una de ellas como depósito de libros o para pararse dentro de ella. Las salidas y entradas de los actores también deberían replantearse, porque algunas no tiene sentido hacerlas.

Un trabajo muy bueno, que debe ser visto por todos, especialmente por docentes, directivos y burócratas del MINEDU, que son castradores de la inocencia escolar, son los cancerberos de este nefasto sistema “educativo”.

Dra. Fer Flores
25 de agosto de 2019

sábado, 24 de agosto de 2019

Crítica: EL ZORRITO AUDAZ Y EL AVE VORAZ


La Magia: Parte Dos

La Asociación Coladecometa invitó al público del Teatro Ricardo Blume, por segunda vez luego de medio año, a presenciar la segunda parte de El Zorrito Audaz y el Ave Voraz. En esta oportunidad, bajo la dramaturgia de Celeste Viale y con la dirección de Claudia Rua Bustamante.

Lo primero que se debe mencionar es el gran esfuerzo que ha puesto la producción en general, para hacer de esta segunda versión un producto fresco, ágil, preciso para el público infantil y con un lenguaje muy sencillo de empatizar y lo más importante: cautivante, en todos los sesenta minutos del montaje. La primera entrega el año pasado fue interesante, pero en esta oportunidad lo fue mucho más.

El teatro infantil es más que una serie de situaciones lúdicas o chillonas sin sentido, con un lenguaje o voz que imita al de los niños. En ese sentido, El Zorrito Audaz y el Ave Voraz superó con creces las expectativas, y nos invitó a reflexionar no solo sobre la protección del medio ambiente, sino sobre la importancia de hacer un producto infantil con una serie de elementos visuales y escénicos coherentes en todo momento y al mismo tiempo, atractivos para su principal público: los niños.

La escenografía fue genial y los vestuarios y máscaras, originales y de excelente material. A un lado del escenario, una pared de papel que dejaba ver las siluetas de los actores funcionó bastante bien en muchos momentos, sobre todo cuando se quiso representar el combate del Ave Voraz con los protagonistas de la historia: la Taruca (Alexandra Barandiarán), la Tortuga (Lorena Rodríguez), Blas (Daniela Rodríguez) y el Caracol (Renato Medina Vasallo).

Sin embargo, el elemento más cautivante fue definitivamente el sonido y los arreglos musicales, debido a su originalidad y lo preciso en los momentos de más acción de los personajes. Además, fue un elemento muy importante, porque se supo modular de tal manera que el sonido de las canciones no densificaba el ambiente ni causaba incomodidad al público, pero, al mismo tiempo, se escuchaba con claridad.

La narrativa del montaje fue clara: la Tortuga y el Caracol tienen que ir a la Selva Oscura para entregar una medicina importante y se topan con la Taruca y Blas, que desean participar en un concurso de baile. Estas dos historias se cruzan debido a que la antagonista, el Ave Voraz, roba muchas de sus pertenencias. Lo más interesante fue que los actores no cuentan verbalmente esta historia, sino que lo hacen con sus acciones de una manera clara y entendible. Esto a simple vista puede parecer sencillo, pero para un actor es un reto y en este caso, lo alcanzaron.

Los intérpretes actuaron y cantaron con energía suficiente para un espacio como el Teatro Ricardo Blume. Rodríguez destacó muy bien con el personaje de la Tortuga, pues puso una dosis de ironía inocente al personaje, que más risas generó en el público. El Mono Choro (Jhair Meléndez) tuvo poca participación, pero las posturas del actor imitando al animal fueron muy precisas y realistas. Por otro lado, Medina Vasallo destacó por su despliegue en el escenario, pues fue el actor que más energía puso a su personaje (con ciertos momentos de humor) y resaltó con su arriesgado baile sobre telas, hacia el final de la obra. Barandiarán resaltó más que nada por la impostación de su voz, que resultó muy útil para un personaje como el que hizo, la Taruca.

El mensaje del montaje fue conmovedor, ya que dejó una clara lección acerca de la importancia de la indulgencia hacia los demás. El final es abierto, pues como Viale mencionó luego de los aplausos, aún está por estrenarse la tercera parte de esta historia. El Zorrito Audaz y el Ave Voraz estuvo en temporada entre mayo y agosto de este año.

Enrique Pacheco
24 de agosto de 2019

viernes, 23 de agosto de 2019

Crítica: KAMIKAZE!


Batallas perdidas  

Llamada también "La Historia del cobarde japonés", KAMIKAZE!, del dramaturgo peruano César de María, ha sido la obra escogida por el director Rodrigo Chávez para la representación de los alumnos del Taller de Montaje de la Escuela La Histriónica (ex-Ensamble).

Con notable entusiasmo, los jóvenes actores se preparaban en el escenario con ejercicios de calentamiento de voz, cuerpo y algunos repasaban sus textos. La historia que ellos están por contarnos se sitúa en el lejano Japón, en pleno apogeo de la Segunda Guerra Mundial. Los protagonistas: los hermanos gemelos Akira y Shigeru, quienes unidos por esa condición se verán enfrentados por los celos, la ambición y el rencor de uno de ellos; a ello se suma la pugna por el amor de una misma mujer, Suni. Para justificar el conflicto, la guerra servirá como un instrumento de venganza y juego de poder, llevando en su camino a víctimas inocentes.

Respecto a la propuesta visual, se observa en escena algunas cajas, mantas, sacos rellenos que luego serán utilizados como trincheras para los soldados y cosecha para los campesinos; además de otros elementos de utilería que los actores requerirán a lo largo de la puesta. Se juega correctamente con la entrada central propia del espacio y la entrada lateral. Solo cabría mencionar que es necesario cerrar bien la tela que cubre la entrada lateral al momento de los cambios, para no observar lo que ocurre tras bambalinas, pues podría ser un factor distractor para el público. El juego de luces, los sonidos y música, complementan el montaje.

La técnica planteada para intercalar los roles entre todos los actores supone un reto no solo para quienes interpretan, sino también para el público, situación que se manejó bien gracias al vestuario –sencillo, práctico y funcional-, y a la energía distinta pero bien colocada de cada actor, en la mayoría de las interpretaciones. Las pausas lentas y los cambios de escena podrían dinamizarse más, pues debido a la duración larga de la obra (sin intermedio), da la impresión que fuera mucho más prolongada.

Otro reto importante para los alumnos fue el grueso del texto, que demanda suma concentración, el cual se superó muy bien. Sin embargo, es importante mantener el control de la energía y la proyección de voz (en algunos casos lograda de forma natural por el tipo de voz) para escuchar completamente las palabras.

Las escenas memorables que implican movimiento del cuerpo, juego coreográfico y dominio del espacio, como la ‘Ceremonia del Harakiri’ o el ‘Entrenamiento con los abanicos’, son muy potentes a la vista y se componen en armonía. Lo ideal es seguir puliendo la firmeza de los movimientos en conjunto.

KAMIKAZE!, laureada obra del teatro peruano, nos acerca a los enfrentamientos y al conflicto que han vivido los pueblos a causa de las guerras por dominio y poder, tomando la historia de la ‘batalla perdida’ de amores y odios de los hermanos Akira y Shigeru. Sin duda, un elenco prometedor que vale la pena apoyar y aplaudir.

La obra se presenta en tres únicas funciones en La Escuela La Histriónica (Av. Bolognesi 397. Barranco).

Maria Cristina Mory Cárdenas
23 de agosto de 2019

Crítica: HORIZONTE DE EVENTO


Semilla germinando y posta recibida

En entrevista con Oficio Crítico en el 2016, el joven artista chiclayano Karlos López Rentería nos relató cómo entró a formar parte del colectivo EspacioLibre, en una sucesión de acontecimientos entre fortuitos y forzados: mientras que tocaba guitarra siendo adolescente en un taller de la Casa de la Cultura de Chiclayo, la cual tenía un presupuesto tan ajustado que las luces solo se prendían a partir de las 6:00 pm, él debía estar cerca a la puerta para tener luz y fue así que observó al grupo de teatro que ensayaba en el patio. La curiosidad hizo entonces que se involucrara en proyectos de artes escénicas, hasta que en un encuentro con colectivos limeños, conoce a EspacioLibre y a su director Diego La Hoz; es así que decide ingresar a la citada agrupación y debutar en Lima con la interesante Cuento alrededor de un círculo de espuma (2011) de Sara Joffré. Ocho años después, luego de un largo y riguroso proceso de aprendizaje, en el que López Rentería afinaría sus dotes histriónicas, asistiera en dirección y coescribiera sus propios textos, la semilla de La Hoz viene germinando en él en gran forma, con notables resultados. Su primera aventura en solitario, Horizonte de evento, en su segunda temporada en el Club de Teatro de Lima (la primera, en la AAA), escrita, dirigida y coprotagonizada por este exalumno de guitarra chiclayano convertido ahora en virtuoso artista escénico y que toma la posta de La Hoz, no podría recibir otra calificación que no sea la de sobresaliente.

Desde el título, López Rentería acierta en bautizar a su inclasificable proyecto escénico con una inteligente relación analógica, entre conceptos astronómicos y nuestra delirante realidad nacional: horizonte de evento se refiere al límite espacio-temporal en el que los eventos de uno de los lados no afectan a los observadores del otro, que hace ineludible referencia a la pérdida de la tan necesaria sensibilización frente a los diversos problemas que nos aquejan como país, aquellos asuntos urgentes y prioritarios que resolver como sociedad, a los que siempre se les da la espalda. Pero además, este término en cuestión se utiliza en astronomía para ubicar al punto de no retorno antes de caer en un agujero negro, un lugar en donde toda lógica pierde fuerza ante el azar; pues de manera inquietante, López Rentería postula con las escenas de su espectáculo, repletas de un corrosivo humor, si acaso nuestra sociedad ya no tiene remedio, pues todo lo mostrado resulta absolutamente probable y verosímil. En ese sentido, las versátiles actuaciones de Alexandra Jiménez, Brian Suárez, Fito Bustamante y el mismo López Rentería hacen visible nuestro increíble (y lamentable) comportamiento, representando de manera notable surrealistas, entrañables y disparatados personajes en una impredecible sucesión de hechos.

Dos eventos en paralelo son los disparadores para que se luzcan los logros alcanzados por este laboratorio (residencia de creación) orquestado por López Rentería, en una hipnótica puesta en escena: la muerte de una muchacha en un accidente de tránsito y la presentación oficial de una enorme hallazgo arqueológico le sirven para orquestar secuencias de antología, como la conversación entre los policías encargados de proteger la escena del accidente o el discurso del arqueólogo con cabeza de elefante (literal), hasta las apreciaciones de una insegura crítica teatral (¡ya dejemos de escribir en condicional!). Una variada gama temática que no les queda grande ni al joven creador ni a su inspirado elenco, acompañada por insólitos cambios de escena en silencio, líquidos regurgitados, luces parlantes detrás de biombos de tela, crípticas voces en off del poeta Luis La Hoz y del director Omar de Águila, DJs en gigantografías y tachos de luz reparados in situ. Poco hay que agregar a la crítica que hiciera el siempre certero Rubén Quiroz, para este montaje que celebra los veinte años ininterrumpidos de EspacioLibre: “Así el humor corrosivo, despiadado, inmisericorde, enhebrado con osadía, celebra los 20 años de una de las aventuras más dignas, honestas y vanguardistas de nuestra historia teatral. EspacioLibre, si logra por sus antecedentes, llevar a tal punto el teatro contemporáneo como en esta experiencia imperdible, demuestra todo su valor y que la apuesta por hacer teatro en nuestro país ha valido absolutamente la pena”. Horizonte de evento de López Rentería, verdadero acontecimiento teatral e imperdible montaje con la producción de Claudia Castro y EspacioLibre, es a todas luces la feliz comprobación teatral de las semillas germinando en gran forma y de las postas nunca mejor entregadas.

Sergio Velarde
23 de agosto de 2019

domingo, 18 de agosto de 2019

Crítica: LOS DEFENSORES DE LA NATURALEZA


Paladines de la Madre Tierra

La celebración por el Día del Niño ha coincidido con el final de la temporada de “Los Defensores de la Naturaleza”, obra de teatro que se reestrenó en el Auditorio del MALI, bajo la producción de Ecofiesta Perú, empresa ecológica que tiene el objetivo de concienciar acerca del cuidado del medio ambiente.

Al son de ritmos peruanos y urbanos, se construye la historia de la Madre Naturaleza (Briscila Degregori), quien ha enfermado por la contaminación y el cambio climático, por ello llegan en su rescate Laly (Laly Guimarey) y Checho (Sergio Cano), que al principio no entienden la magnitud del problema, pero las divertidas lecciones de la Madre Naturaleza harán de él y su amiga, verdaderos defensores de los recursos naturales, pasando por la tres regiones del Perú (Costa, Sierra y Selva). A ellos se suman Frank (Francisco Luna) y Nu (Nuria Mayor), quienes están a cargo del marco musical con cajón y guitarra, además de interpretar otros roles.

La dramaturgia lúdica, sencilla y basada en la realidad de nuestro planeta está a cargo Jorge Bazalar y María Inés Seijas Cao, se desarrolla en buena armonía con los momentos cantados y las coreografías. Una escenografía de estructuras que aluden a los retablos ayacuchanos se complementa con el diseño de iluminación para crear determinados efectos. Los vestuarios adornados con pequeños pompones peruanos, hacen de la propuesta un bonito homenaje a nuestra cultura.

Las interpretaciones fueron bastante sólidas, la interacción grupal fluía naturalmente; además, la energía y precisión fueron bien colocadas a lo largo de la puesta. Las voces de Laly Guimarey y Nuria Mayor destacaron en el canto con tonalidades cálidas y potentes, mientras que el resto del elenco se desenvolvía correctamente en sus distintos roles.

El público infantil siempre espontáneo y honesto, participó activamente del montaje, respondiendo a algunas cuestiones en voz alta y hasta subiendo al escenario -en un momento no indicado-; como parte de la entretenida atmósfera lograda, fueron situaciones que el elenco supo afrontar con delicadeza e ingenio, digno de resaltar.

Importante y acertado el momento del ‘Juramento de los Defensores de la Naturaleza’, del cual los niños fueron  parte, siendo algunos de ellos invitados al escenario para concretar el simbólico acto de ser los nuevos defensores de los recursos naturales, condecorándolos con un distintivo.

El montaje, dirigido por Jorge Bazalar, logra llevar a la reflexión a grandes y pequeños, respecto a los problemas ambientales que aquejan desde hace mucho tiempo a nuestro planeta, de manera divertida y dinámica, se refuerzan los valores como el respeto y el amor a nuestro medio ambiente. Salí de esta función teatral con la esperanza de que todos podamos convertirnos en ‘Paladines de nuestra Madre Tierra’. La tarea será ardua; sin embargo, pequeñas acciones podrían hacer la diferencia.

Maria Cristina Mory Cárdenas
18 de agosto de 2019

sábado, 17 de agosto de 2019

Crítica: LA VIDA ES SUEÑO

Los sueños son

A pesar de ser una agrupación joven, la Compañía de Arte Dramático se ha esforzado en mejorar las performances de sus presentaciones. Desde su último estreno Colacho Hermanos o Presidentes de América, donde demostraron su claridad para el humor, apostaron en esta oportunidad por la resurrección del clásico de Calderón de la Barca, La vida es sueño.

Lo realmente impactante fue la forma del escenario en Campo Abierto: los asistentes ingresamos en orden y las butacas estaban ubicadas en forma circular con el techo cubierto; además, en el escenario, una representación de la torre del cautivo, constituida por una serie de palos colgados y bajo ellos, un piso de arena. El ambiente recordaba ligeramente al Teatro Ricardo Blume. Esto último es de resaltar, ya que la producción lo adaptó de esta manera, pues la asociación cultural en mención no es habitualmente un buen lugar para una representación teatral, sobre todo en invierno. En un extremo del lugar, estaba el equipo de producción para coordinar la iluminación y la música, que fueron realmente emocionantes, aunque las luces pueden precisarse aún más, pues hubo momentos en que a los actores no se les iluminaba lo suficiente, especialmente en las escenas más cercanas a la torre. Sin embargo, en términos generales, sí se jugó con las luces como un elemento de lenguaje y guía, porque ayudaba a entender a los protagonistas y sus respectivos conflictos.

Tocando el tema de las actuaciones, quien destacó por su presencia escénica fue Eduardo Bazán como Basilio, el padre de Segismundo; esta fue estremecedora cuando se reconcilia con su hijo (Edwar Reyes), pues logró transmitir la compasión de una manera muy realista, sin caer en la exageración a la que se podría prestar la escena. Este momento es, según mi punto de vista, el más resaltante de la obra, porque se resume la acción dramática: la búsqueda del buen obrar en una sociedad llena de conflictos éticos por el poder. Reyes, por su parte, desempeñó muy bien su rol de protagonista y resaltó por su despliegue en las distintas partes del escenario haciendo movimientos armónicos. Además, su voz ayudó mucho a que el público desentrañara el conflicto de la obra. También destacó Gabriela Gallegos como la escudera de Segismundo, Rosaura; su manera de dirigirse a sus compañeros de escenario siempre fue directa e impactante, su mirada correspondía a la de su personaje, un guerrero fiel. Tamara Padilla, como Estrella, fue creíble, pero le faltó algo de fuerza para su personaje, y Oscar Yepez, como Clotaldo, destacó principalmente por su capacidad de dialogar escénicamente con Segismundo, de quien es también su principal confidente.

Las vestimentas de los actores fueron sencillas, pulcras y muy bien elaboradas, gracias a sus colores y acabados. Como comentario final, solo abro una cuestión: ¿era necesario que los diálogos del montaje fueran en español antiguo? Es importante rescatar un clásico, como lo hizo tan bien Alonzo Aguilar como director, pero no se puede negar que ese lenguaje implica mucha concentración por parte del público para entender la trama, sobre todo si se piensa en un público joven o no muy asiduo a ver representaciones fieles de obras clásicas. Personalmente, pienso que algunas palabras como “vos” o “vosotros” pudieron ser reemplazados por los sencillos “tú” o “ustedes”. Solo dejo esa reflexión y el debate abierto.

La vida es sueño seguirá todos los fines de semana del mes de agosto en la Asociación Cultuural Campo Abierto en Miraflores.

Enrique Pacheco
17 de agosto de 2019

miércoles, 14 de agosto de 2019

Crítica: DRA. ANA L.


Divertida e in-creíble terapia sexual

En el muro virtual de Michael Joan, el 14 de julio del presente año, pudo leerse la siguiente reflexión: Creo ser de las personas que siempre toma un consejo para bien. Hoy me dijeron: "Después de escribir Entre colinas y senderos, como que Te odio, Luisito Rey o esta Dra. Ana L. es banalizar tu chamba como dramaturgo" y le contesté: “Gracias por el consejo, pero estoy a punto de cumplir 44 años y la verdad, escribo felizmente lo que quiero, según el estímulo que tenga". Además, tal como lo explica Joan, destacado actor, director y dramaturgo al frente de su colectivo La Vale, el espectáculo que viene presentándose en el nuevo y acogedor espacio de Sobre Tablas Asociación Cultural, que lleva por título el nombre de la doctora de curioso apellido abreviado, fue parte del proceso colectivo de su Fábrica de Creación, laboratorio escénico a cargo del mismo Joan, quien partió de las ideas de sus integrantes para ir elaborando el montaje en cuestión, con total libertad creativa. Y si bien es cierto, la presente puesta en escena dista mucho de la profundidad y complejidad de sus acostumbrados y bienvenidos homenajes al director del grupo Malayerba, Arístides Vargas, esta terapia sexual a cargo de la doctora Ana Lewankowski (con semejante apellido, bien vale la abreviatura) sí que guarda algunos felices aciertos que la vuelven recomendable.

Arriesgándose por un formato realista, Joan presenta su espectáculo como una sesión más del programa “Sexo sin Tabúes” dentro de las instalaciones del “Centro Multiorgásmico Sensorial Tántrico”, a cargo de la Dra. Ana L. (Alexia Dalmau) y su simpática asistente (Pilar Astete), con el resto del nutrido reparto esperando, conversando y entrando al espacio junto con el público. Y si bien es cierto esta idea no es nueva, sí funciona hasta cierto punto: cuesta entrar en la convención con la caracterización física y gestual de la doctora en un inicio, pero el carisma y entrega de Dalmau no tardan mucho en ganarse al público y sumergirlo en esta disparatada sesión, en la que, confundidos entre los espectadores, los personajes-actores no tardan en revelarse: un señor sabelotodo (Ricardo Morante), una escolar camuflada (Johana Vanini), un desdichado “aventajado” (Víctor Ulloque), una señorita “amiga de todos” (Natalia Sánchez), una esposa engañada (Arabella Bartra), un mago frustrado (Thony Jef), un jovencito coqueto (Samuel Valdivia) y una estudiante estresada (Valeria Olivares).

Con algunos altibajos en el desarrollo de la puesta-sesión, cada uno de los personajes va narrando sus problemas sexuales a la doctora, quien alterna las posibles soluciones con dinámicas en las que participa también parte del público, quien accede de manera entusiasta, con jocosos resultados. Joan prefiere sacrificar muy pronto el realismo del planteamiento inicial para rendirse a la simpática artificialidad de los diversos conflictos que van presentándose; felizmente, muchos de ellos están ejecutados limpiamente (como los de Jef y Bartra), que sostienen el ritmo de la puesta, pero siempre con el agradecido apoyo de Dalmau y Astete. El último tramo, en el que aparece cierto elemento sobrenatural, rompe con todo lo que le restaba de lógica al montaje, pero acaso aquella sea la única manera para redondear esta in-creíble terapia sexual (así como lo menciona incluso uno de los personajes) y darle un prudente final. Esta Dra. Ana L. promete una hora y media de grato entretenimiento, como resultado de un sano proceso creativo a cargo de este talentoso grupo actoral y de Joan, un artista con el suficiente aplomo y base teatral para ofrecer, literalmente, lo que quiera, como estas disparatadas comedias, dignas y recomendables.

Sergio Velarde
14 de agosto de 2019

Crítica: ENTRE COLINAS Y SENDEROS


Necesario ejercicio de memoria

Si hay una característica que sobrevuele toda la producción dramatúrgica de Arístides Vargas, esa tiene que ser el ejercicio de la memoria. Nacido en Argentina, pero residente desde hace muchos años en Ecuador debido al exilio del que fue víctima en 1975, el director del emblemático colectivo Malayerba se ha convertido en uno de los dramaturgos latinoamericanos más recurrentes, gracias a unos textos (muchos de ellos autobiográficos y originados por experiencias traumáticas, como él mismo menciona), que combinan con maestría la crítica más ácida hacia una sociedad con crisis de identidad, los personajes demasiado propensos al olvido y que tropiezan una y otra vez con la misma piedra, los entrañables toques de lirismo y el siempre bienvenido humor negro que hace más digerible el choque emocional al vernos reflejados en el escenario.

La caótica situación política, económica y social que venimos sufriendo desde hace décadas en nuestro castigado país se convierte (lamentablemente) en el contexto ideal para que sus obras alcancen gran trascendencia y pertinencia, en sus diversas e interesantes temporadas profesionales en salas limeñas, que de acuerdo a sus años de estreno fueron las siguientes: La razón blindada (2011), en la que dos presos políticos se reúnen todos los domingos para dramatizar la inmortal historia del Quijote; y El deseo más canalla (2012), en una versión adaptada, con poetas deambulando por un teatro, huyendo de su realidad y entregando al público imágenes tan chocantes como estilizadas; ambas producidas por el colectivo Panparamayo Teatro. La significativa Nuestra Señora de las Nubes, presentada por el propio grupo Malayerba (2014) y por el colectivo Los Llaqtas (2017), en la que un hombre y una mujer, ambos exiliados, se encuentran por casualidad en una tierra extraña, se conocen, se hacen amigos y se dan cuenta que los dos provienen del mismo lugar. Espalda de Bogo presentó la discreta Malanoche (2014), montaje en el que una fantasmal figura femenina deambula tristemente en una cantina de medio pelo, relatando sus penas y además, su trágico final. También se estrenó La muchacha de los libros usados (2016) en el Teatro Ricardo Blume, que narraba la historia de una niña vendida por su familia a un coronel del ejército para casarse con él, y con la promesa de no consumar el matrimonio hasta que ella tenga su primera menstruación. 

Por su parte, la perseverante Asociación Cultural La Vale, dirigida por Michael Joan, se ha caracterizado por involucrarse de lleno en el universo de Arístides, con tres recordados montajes que le hicieron justicia al autor, cuando trasladaron con coherencia sus textos al escenario, pero sin perder cada espectáculo su propia personalidad. Así, se estrenaron La República Análoga (2014), obra coral en la que un puñado de intelectuales postula diversas ideologías para conformar un utópico país libre de injusticias; La Edad de la Ciruela (2014), nostálgica historia en la que dos hermanas recuerdan tiempos pasados, mientras el tiempo avanza inexorablemente; y Ana, el Mago y el Aprendiz (2015), estilizada puesta en escena en la que los personajes del título se enfrascan en la insólita búsqueda del esposo desaparecida de la primera.

Valga esta dilata introducción para iniciar la reseña de la última apuesta de la Asociación Cultural La Vale para este año; y si bien es cierto, dicho montaje no fue escrito por Arístides, él sí estuvo previsiblemente involucrado en la asesoría en dramaturgia: Entre colinas y senderos, feliz resultado escénico escrito, dirigido y coprotagonizado por Joan, aplicado alumno de Arístides, se presentó en el Teatro de Lucía en Miraflores y haciéndole honor a su maestro, se convirtió en un honesto y contundente ejercicio de memoria, en este caso, de la atroz guerra civil que azotó a nuestra nación y que la generación actual acaso pareciera desconocer. En escena, aparecen víctimas y victimarios, culpables e inocentes, terroristas y militares; es decir, los desdichados protagonistas de aquella sangrienta lucha sin cuartel, en medio de discriminación, miedo, violencia y corrupción, retratados con total honestidad y desparpajo.

En la puesta en escena, así como en las anteriormente mencionadas del colectivo La Vale, se privilegia la historia y la actuación sobre cualquier artilugio en el espacio. Entre colinas y senderos se vale de un par de sillas, un mueble que sirve como mesa y gaveta a la vez, y telones en tonos ocres y claros, para involucrarnos en tres hilos narrativos, bien estructurados y definidos, interpretados por solo dos actores, quienes se desenvolvieron en tres personajes cada uno, alternándolos en cuestión de segundos y con el apoyo de precisos elementos de vestuario. El tamaño de las dos pequeñas cerámicas artesanales colocadas a ambos lados del escenario, que representaban viviendas de nuestra serranía, parecían simbolizar la verdadera importancia que le dio (o da) la población limeña a los crueles y salvajes martirios que padecieron nuestros compatriotas en provincia, por parte de los senderistas y las tropas militares por igual.

Tres historias que, luego de una exhaustiva investigación realizada por Joan, resumen en buena cuenta todo el dolor, el sufrimiento y la injusticia que se vivió en aquella época, sin dejar de lado el toque de sarcasmo característico de Arístides, en perfecto equilibrio dramático. Dos hermanos ayacuchanos, Aurora y Washington, secuestrados e instruidos por Sendero Luminoso para cometer actos terroristas; una atribulada pareja de esposos: él, un ex integrante del grupo Colina responsable de múltiples delitos por encargo y ella, la hija del comandante general del Ejército enfrascada en la búsqueda de su propia verdad; y el mismísimo comandante general, que busca solo enriquecerse y no cumplir con su función para con la patria, junto a su esposa, la típica mujer superficial, capaz de soportar ciegamente las mentiras y el machismo de su esposo, con tal de no perder el confort con el que vive.

La construcción de los personajes más trágicos resulta compleja y desgarradora. Aurora es una valiente adolescente, víctima de atroces abusos durante la guerra, que busca proteger a toda costa a su hermano menor Washington, quien representa lo único que le queda en la vida; mientras que este es un niño, que dentro de su ingenuidad infantil trata de entender por qué le tocó estar dentro de este conflicto armado, en el que lo va perdiendo todo progresivamente, mientras anhela estar con su madre una vez más. Por otro lado, la hija del comandante no puede ver a su padre de frente, es por ello que aplaca su frustración con su arrepentido esposo; ambos cargan la culpa de un gobierno corrupto y terminan siendo tan culpables como víctimas. La necesaria cuota sarcástica, pero que deja entrever la profunda injusticia y egoísmo de los altos mandos del poder, vino representada por el comandante y su esposa, caricaturas de trazo grueso regodeándose ante el resto, dedicados en cuerpo y alma a la corrupción y al individualismo en el peor sentido de la palabra. Ese humor se manifiesta como una forma de reivindicar la risa como efecto sanador de tanto dolor.

La dinámica propuesta debía ser resuelta en el espacio, evidentemente, por dos actores con recursos. En ese sentido, el reto asumido por el mismo Joan, al lado de su musa inspiradora y compañera Claudia del Aguila, no les quedó grande; al contrario, solo dos intérpretes comprometidos, honestos y versátiles como ellos pudieron llevar a buen puerto semejante empresa. La dirección de Joan, con la asistencia de Claudia Rúa, intercala exitosamente y con fluidez las historias temporalmente en el mismo espacio escénico. Si bien es cierto no necesariamente es la misma elipsis de tiempo en cada pareja, Joan apuesta por considerar una unidad temporal única, ya que la memoria recuerda hechos y tiempos, pero en una misma instancia. Y es que resulta evidente que si bien no podemos cambiar el pasado, sí es necesario reflexionar desde el presente para mejorar el futuro.

Entre colinas y senderos se ubicó entre las mejores propuestas independientes recientes que lograron retratar el profundo dolor que ocasionó la lucha interna en nuestro país y que sirvieron, cada una a su particular manera, como oportuna reflexión para sus espectadores. Así, por citar algunos ejemplos, resultaría pertinente destacar La eternidad en sus ojos (2013) y Cómo crecen los árboles (2014), ambas de Eduardo Adrianzén; la primera, una entrañable historia de amor en medio de una Lima azotada por explosiones de coches bombas, dólares MUC e hiperinflación; la segunda, con la sorpresiva irrupción del terror dentro de una familia acomodada, a través de la revelación de la  empleada del hogar; La cautiva (2014) de Luis Alberto León, que nos llevó hasta un tétrico depósito de cadáveres en el Ayacucho de 1984, en donde yacía una muchacha ultrajada por una tropa; y La humilde dinamita (2016) de Marbe Marticorena, en donde fuimos testigos de la desgarradora historia de dos hermanos que terminaron involucrados en actos de terrorismo.

La Asociación Cultural La Vale, con la producción ejecutiva de Rodrigo Rodríguez, consigue con Entre colinas y senderos un sólido y contundente montaje con un claro mensaje de reflexión nacional. Y tal como lo menciona Joan en el programa de mano, su propia responsabilidad como artista escénico es la de “contar el daño inmenso que le hizo a nuestro Perú una ideología asesina y el abuso de poder de un gobierno desmesurado, para que no se repitan los crímenes cometidos durante el conflicto armado interno”. Y a pesar de tener como creador a Joan, el ejercicio de la memoria, que le es tan importante al maestro Arístides, sí que sobrevuela también sobre Entre colinas y senderos. Una memoria que es tan frágil para los peruanos, pero que a la vez es tan necesaria para empezar a transitar de una vez por todas por otros caminos, esquivando aquellas colinas y senderos que puedan extraviarnos del rumbo correcto, y que nos lleven a nuestro destino final, que es el de tener un futuro mejor.

Sergio Velarde
5 de agosto de 2018
(Texto escrito para publicación de la ENSAD)

martes, 13 de agosto de 2019

Crítica: LA TRAVESÍA


La fe no lo es todo

¿La fe en una creencia puede justificar el ocultamiento de un crimen? La Travesía de Josep María Miró está en temporada bajo la dirección de Alberto Isola y las actuaciones de Sandra Bernasconi, Carlos Victoria, Carlos Mesta, Alejandra Saba y Rodrigo Palacios.

En primer lugar, el decorado del montaje fue muy interesante y atractivo, debido al color: las paredes cubiertas de un material que simula un yeso amarillento, en clara alusión a contextualizar la historia en un ambiente cálido, como africano o amazónico. Dejaba como una sensación de experiencia límite, un suceso fuera de lo mundano, como de hecho es: en un campo de refugiados de un país no mencionado sucede un horrendo crimen, un infanticidio, en el que la víctima es una niña protegida de la congregación. Esto genera en la monja protagonista Cecilia (Bernasconi) los más profundos cuestionamientos a su ética y moral, pues duda sobre sus creencias (la falta de justicia de Dios) o la posible complicidad en este crimen de uno de sus hermanos de fe.

La primera escena es reveladora en ese sentido: Cecilia se niega a denunciar ante un periodista inquisidor y le refriega sus preguntas. Por otro lado, la secuencia más impactante es la pelea por la verdad con su jefe (Victoria); en esta, Bernasconi llega a transmitir la duda y el alma atormentada por la verdad y Victoria transmite la intimidación de manera muy clara; la presencia escénica a la que llegan los actores fue muy fuerte en ese instante. La tensión es constante durante todo el montaje y funcionó bastante bien, pues generó interés en el público. Sin embargo, la música hubiese generado un ambiente más fuerte y de suspenso. Las escenas de la monja con el chofer (Mesta) fueron actoralmente muy claras; no obstante, más que dialogar, parecían estar monologando, tanto dentro del auto como frente a la fogata. La confrontación de Cecilia por otra monja (Saba) no pareció muy creíble, ya que su conflicto central (la revelación del criminal) se resolvió muy rápido.

En cuanto a la vestimenta, solo se puede decir que sus materiales fueron excelentes, creíbles y de colores realistas como los personajes; y las luces, más que suficientes para un escenario tan particular como el Teatro de Lucía. La Travesía no termina ni se resuelve del todo, pues es claro que la intención del dramaturgo no fue ir por ese camino, sino el mostrar las debilidades de la condición humana frente a la duda y, en especial, frente a la ética en un personaje como una monja, quien en teoría tiene un pacto de fe. Esto último sí que alcanzó a reflejar Bernasconi en su actuación.

Enrique Pacheco
13 de agosto de 2019