jueves, 30 de agosto de 2018

Crítica: QUIERO SER ACTOR


Ingenuas vicisitudes del intérprete

“Siempre me gusta escribir y llevar a escena historias o temas que la gente no se atreve a hablar, temas que no se escuchen así nomás a la vuelta de la esquina”, comentó el joven actor, dramaturgo, director y productor de sus propios proyectos Gianfranco Mejía, a raíz del estreno de una de sus múltiples obras presentadas en el Teatro Auditorio Miraflores, que llevaba nada menos que el poco sutil título de Eutanasia (2017).

Con ese precepto dramatúrgico, Mejía actuó, escribió, dirigió y produjo, siempre presentadas por Mever Producciones, las siguientes obras: Anorexia (2016), en la que narra la terrible enfermedad que una joven universitaria padece, luego de caer en una dolorosa depresión; Ambiciones (2017), que describe las impensables maneras de un grupo de hombres por salir de la miseria económica; y Después de casados (2017), una historia que  asocia la difícil convivencia en pareja con la violación sexual. Pero Mejía también se atreve a actuar, escribir, dirigir y producir puestas con temáticas algo más “inofensivas”: así, llegaron a escena Fiesta de promoción (2016), comedia en la que explora el universo adolescente acercándose el final de la etapa escolar; La Comedia del Año (2017), sátira en la que un grupo de jóvenes trata de sobrevivir en el mundo del arte; y Hogar dulce hogar (2018), historia familiar en la que la matriarca pasa la Navidad con su nuevo compromiso.

La mayoría de las puestas antes mencionadas contaron con algunos actores de oficio y con dilatada experiencia sobre las tablas dentro de sus elencos y que lograron, en los espectáculos que Oficio Crítico alcanzó a apreciar, sortear los lugares comunes y no caer en personajes y situaciones estereotipadas, que la misma concepción de la obras proporcionaban y que el mismo sesgo del creador permite. Y es que mientras que Mejía no deje que la sutileza, lo subliminal, los silencios, las pausas y la estilización de la realidad alcancen a sus propuestas (actuadas, escritas, dirigidas y producidas, eso sí, con mucho empeño, pero acaso con mucha rapidez), sus estrenos caerán en el mediano estilo televisivo. El teatro no puede ser un set de televisión, es un arte que puede rendir mucho más a nivel estético. El numeroso público que lo viene acompañando se verá también beneficiado, pues es además una responsabilidad del artista la de educar a sus espectadores.

Su última apuesta, Quiero ser actor, por lo menos resulta algo más simpática que las demás. Y es que Mejía actúa, escribe, dirige y produce una obra sobre un tema que conoce muy bien: la difícil carrera de ser actor en el país. Nicolás (cómo no, el propio Mejía), un joven que no sabe qué hacer con su vida, asume múltiples oficios hasta que aparece como extra en un corto universitario. Ese es el punto de partida para el descubrimiento de sus incipientes cualidades histriónicas, que incluye su paso posterior por una temporada teatral, por un taller de teatro y por su propia casa, en donde su estricto padre le recrimina por su decisión. Dentro del elenco, la experiencia y recorrido de Nicolás Fantinato, Fernando Pasco y Jeffrie Fuster les permiten agregar matices a sus personajes y hacer llevaderas sus escenas, en demérito de las otras. Quiero ser actor se mantiene dentro de la medianía de las obras de Mever Producciones, que bien pudo haber profundizado mucho más para revelar todo el tejemaneje del oficio del (aspirante a) actor y así conseguir un espectáculo que escape de la ingenuidad.

“Si a mí me preguntaran si estoy o no a favor de eutanasia, posiblemente diría que sí, pero ya no tendría que haber solución; es decir, que la persona no solo esté extremadamente enferma, sino que ya haya cumplido su ciclo de vida”, agregó Mejía en aquella oportunidad. ¿Qué nueva propuesta asomará en el panorama? Estaremos preparados.

Sergio Velarde
30 de agosto de 2018

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