sábado, 14 de julio de 2018

Crítica: DESHUESADERO


El cuerpo frente al mundo

Deshuesadero, escrita por Carlos Gonzales Villanueva y dirigida por Fernando Castro, que se presentó en el Teatro de la Universidad de Lima, cuenta la historia de Esteban Cruz, un hombre abrumado y obstaculizado por su incapacidad de desenvolverse en el mundo real. La obra se cuenta a partir de técnicas del teatro físico, con imágenes que constantemente nos muestran el mundo interior de Esteban a partir de la exageración y el absurdo.

Por teatro físico entendemos todo aquel cuyo medio principal de creación y expresión es el cuerpo. Por ello, más que la trama y la construcción de personajes aristotélicos, lo que prima son las sensaciones que el cuerpo genera. La obra empieza con una serie de movimientos de distintos personajes que van difuminándose para culminar en la primera escena, en la que observamos a Esteban con su madre (interpretada por un hombre como una mujer que aparenta ser comprensiva) y su padre (gracioso en su implacabilidad). Desde ahí la relación queda clara. Esteban es un joven quien no entra dentro de la vida “normal”. Acaba de ser despedido de su trabajo, está nervioso por una nueva entrevista, no se siente cómodo siendo uno más entre el montón y vive bajo la sombra de su hermano, quien murió de adolescente y era un joven ejemplar.

La historia se va desarrollando con base en imágenes corporales que en varias ocasiones funcionan a la perfección, pues logran simbolizar la esencia del mundo capitalista en el que nos desenvolvemos. Las más logradas de estas suceden cuando el humor absurdo y la estética tenebrosa combinan bien, como en las escenas entre Esteban y el hombre de la banca o en el retorno alucinatorio del hermano de Esteban a la mesa familiar.

El reparto es bastante sólido, pero sí destacan las actuaciones de Rodrigo Rodríguez, como el padre; Telmo Arévalo, como el hombre de la banca; y París Pesantes, como la madre, pues fueron quienes mejor supieron aterrizar los símbolos y los movimientos corporales a la materialidad de la obra. No obstante, el problema fue que esto no siempre se logró. Las imágenes, si bien interesantes por sí solas, llegaron a saturar, sobre todo en la entrevista de trabajo de Esteban y en la sobresexualización del personaje de su jefa. La tensión se quedaba por momentos en la estética y no llegaba al contenido. Esto convertía a la obra en superficial.

Asimismo, si bien la crítica a la sociedad capitalista estuvo clara, hacia el final los monólogos constantes de Esteban resultaron demasiado repetitivos y más bien afectaron el ritmo de la puesta. En ese punto, el texto traicionó la propuesta física de la obra, relegó al cuerpo a un segundo plano y esto produjo también una sensación de saturación.

Dentro de todo, Deshuesadero resulta en este contexto un experimento interesante. Partiendo de ideas de maestros como Jacques LeCoq, la obra encuentra una manera distinta de responder a su tiempo y de comprobar así que el sistema capitalista en el que nos encontramos afecta en nuestra corporalidad y nos moldea como individuos.

Stefany Olivos
14 de julio de 2018

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