miércoles, 26 de julio de 2017

Crítica: PERSONAS NO HUMANAS

Realidades no humanas que todos debemos saber

Desde hace unas semanas en El Galpón de Pueblo Libre se está representando “Personas no humanas”, escrita por el dramaturgo Daniel Amaru Silva y dirigida por Rodrigo Chávez. Este montaje es parte de la serie de proyectos finales de los alumnos de la carrera de Artes Escénicas de la PUCP. “Personas no humanas” es una obra que nos habla de la explotación del hombre por el hombre y la indiferencia que hay por consecuencia. Traída a un contexto nacional, toma el caso de la minería ilegal en la selva peruana para guiarnos por una narración cargada de miedo y opresión condensados la historia de un trabajador de minería informal y una prostituta clandestina: Irwing (Alain Salinas) y María (Stephanie Vergara).

La obra se lleva a cabo en un espacio pequeño, cercano al público. La escenografía constaba con lo mínimo indispensable: una cama pequeña con ruedas que permitían un libre desplazamiento en el transcurrir de la obra y unas bancas. El primer escenario que se sugiere es el de un cuarto de prostíbulo, y el ambiente de clandestinidad se vio concretado por el uso de una colcha ploma, la cual inmediatamente me llevó a una imagen sórdida, triste.

Los personajes estaban llenos de particularidades, desde una manera de hablar propia de la selva hasta una corporalidad que revelaba al espectador unos personajes cansados, con una vida muy dura. Rescato la particularidad porque debo decir que a los actores parece no habérsele escapado ningún detalle en la construcción de los personajes. Se vio en escena un lado humano único que a la vez permitía conectar inmediatamente con lo que los personajes sentían y con lo que iban contando. En el caso de Irwing, interpretado por Alain Salinas, su corporalidad hablaba por sí sola: una persona joven que ha sido carcomida por las malas condiciones de su trabajo. Tenía el “dejo” particular definido, una voz potente y desgastada, movimientos que denotaban una historia detrás del personaje. En el caso de María, interpretada por Stephanie Vergara, no fue la excepción. Había algo pesado en su voz que, a mi parecer, redondeaba el personaje. Su corporalidad denotaba fragilidad y dureza a lo largo de la obra. La actriz tenía algunos cambios de rol donde se convertía por momentos en la madre de los personajes de la historia; sin embargo, me parece que aquellos cambios no trascendieron,  no se hicieron notar  lo suficiente, creo yo porque no hubo suficientes elementos diferenciadores además de la voz. Durante la obra se utilizaron proyecciones de imágenes que oscilaban entre figuras políticas peruanas e imágenes alegóricas. Hubo más de una ocasión en la que estas proyecciones pasaron desapercibidas, pues no hacía gran diferencia el que estén en escena, además de que las actuaciones eran tan bien hechas que bastaban para lograr la escena. Usaron frases y cantos en quechua cuya traducción al español no fue incluida en el montaje: no había necesidad de decir en español aquellas frases para sentir lo que querían decir.

Debo felicitar a los dos actores de este montaje especialmente por el manejo del texto durante toda la obra, hicieron un trabajo impecable en todo sentido. Usaron referentes del imaginario selvático para mostrar sus anhelos de felicidad, sus ganas por salir de aquella realidad; este recurso fue apropiado por los actores con el fin de contar, a través de las leyendas, cómo es que ellos luchan contra las adversidades en las que viven: una tarea muy difícil a nivel actoral que manejaron a la perfección. Felicito nuevamente la realización de este montaje, pues supo usar sus recursos al máximo.

Esta obra constituye una oportunidad para llegar a sensibilizarnos sobre una realidad: la trata de personas y la explotación de aquellas tanto sexual como laboral, en condiciones que atentan no solo contra la salud sino contra su integridad. Es sabido que hay una zona crítica en Madre de Dios, entre otros puntos del país, donde hay población víctima de este contexto. En este caso, la obra se permite, mediante el lenguaje teatral, denunciar esta verdad, hacer que el público pueda conocer la sensibilidad de estas víctimas a partir de la historia de Irwing y María. Como sociedad estamos en el deber de saber que estas cosas suceden y, lejos de ocultar la realidad, hacer algo desde nuestras perspectivas.

Stefany Olivos
26 de julio de 2017

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