jueves, 15 de junio de 2017

Crítica: ESPERANDO A GODOT

Godot o la esperanza de seguir esperando

Samuel Beckett (Dublin, 1906 – París, 1989) poeta, novelista, crítico y dramaturgo produjo uno de los más importantes textos del teatro contemporáneo estrenado en 1953, “Esperando a Godot” se ha convertido en un ícono, no solo del teatro del absurdo, también en la (anti) obra que refleja esa angustia del hombre por darle sentido a su existencia, aquella que como para Vladimir y Estragón únicamente da vueltas sobre la esperanza traducida en la (no)acción de esperar una promesa de la cual solo se tiene la imperiosa necesidad de que se cumpla, en un mundo donde las certezas absolutas no existen. Tal vez de ahí la imperiosa necesidad del director, Omar del Águila, para hacernos sentir que algo debe (o debería) pasar mientras pareciese que nada ocurre.

Esta obra apareció en un contexto en que el hombre europeo sentía ya la espera de los paraísos prometidos. Las claras alusiones en la obra a la religión o a las condiciones socio políticas como en las referencias a la Biblia, las clases de religión o en el binomio Pozzo-Lucky, no se pueden dejar de notar en ese humor trasgresor de la obra o en el nombre de Lucky, que traducido significa afortunado, con suerte.

Esta vez la Asociación de Artistas Aficionados, con ocasión de su 79 aniversario acomete la riesgosa tarea (¿cuándo no hay riesgo en la creación artística?) de poner en escena esta emblemática obra de dos actos totalmente circulares, donde los patrones se repiten, incluso la presencia de Pozzo, Lucky y el muchacho, contenidos en un espacio tiempo inasible donde Vladimir y Estragón hablan justamente para que el tiempo pase, hasta ese final contundente de hacer no haciendo.

Manuel Calderón construye un Vladimir eficiente y solvente que se convierte en el eje, dudando siempre de una manera lógica y vital, como en el momento en que cuestiona a los evangelistas sobre el pasaje bíblico de los ladrones, o del modo en que cuestiona a Pozzo sobre la manera en que trata a Lucky.

Estragón, interpretado por Ximena Arroyo, quien demuestra una vez más sus cualidades de artista del teatro, se constituye la contraparte de Didí con preocupaciones más inmediatas como el dolor, el hambre o el sueño, muchas veces poniendo en aprietos a Vladimir.

Percy Velarde y Juan José Oviedo encarnan la dupla Pozzo – Lucky, que irrumpen quebrando la monotonía de la situación, un Pozzo cuyo pensamiento se diferencia del de Estragón porque se construye ya no sobre la duda, sino sobre la necesidad de justificar su rol de “propietario” no solo del lugar también del ser humano, lo vemos así apropiándose del espacio y la situación a través de su accionar y de su discurso pretendidamente superior. Dupla no únicamente por la situación dramática, sino porque la existencia de cada uno se sustenta con solvencia en la del otro, como el irónicamente patético Lucky que ha renunciado a su condición de ser humano, a su derecho de libertad.

El muchacho, Omar Rosales, no por poca presencia es menos importante, pues se convierte en ese absurdo y necesario momento en el cual esperamos la señal que nos obligue a no tomar esa decisión lógica que acabaría con nuestras vagas esperanzas.

El espacio, escenografía e iluminación a cargo de José Luis Valles y Luis Godoy respectivamente, logran una interesante atmósfera de espacio sin principio ni fin, imagen de un tiempo discontinuo que constantemente se quiebra.

No es gratuito el manejo de una comicidad particular (deudora además de grandes cómicos) que devela una tragedia interna y que se convierte en la herramienta de la dirección para desarrollar una situación en una obra sin argumento en el sentido clásico y con la cual logra capturarnos durante dos horas en un mundo donde las cosas parecen sucederse sin ningún sentido.

El montaje tiene la virtud de habernos acercado a las interrogantes de Beckett de una manera lúdica y honesta, donde las miradas de Lucky hacia el espectador nos convierte en cómplices obligándonos a pensar si seguiremos esperando, ¿qué? esa será una pregunta que cada espectador tendrá que hacerse, ¿seguiremos sentados esperando o iremos al encuentro de la respuesta?

Beto Romero
15 de junio de 2017

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