martes, 27 de septiembre de 2016

Crítica: CREOENUNSOLODIOS

Trío de mujeres al límite   

Tres retratos de mujeres, tres culturas, tres religiones, tres trayectorias de vida, en contraposición a la inminente fecha de un ataque terrorista. Las mujeres en cuestión son Eden Golan (Urpi Gibbons), profesora de historia judía; Mina Wilkinson (Kareen Spano), militar norteamericana; y Shirin Akhras (Jely Reátegui), joven estudiante palestina. Estos variados puntos de vista se van entretejiendo a lo largo del montaje, atravesando muchos momentos vertiginosos hasta terminar en el eterno e inútil sacrificio. Escrito por el dramaturgo italiano Stefano Massini en 2010 (antes de los recientes atentados terroristas de los últimos años), Creoenunsolodios es un texto que profundiza y escudriña en las motivaciones que generan ese terror tan latente y actual, motivando la reflexión en el espectador sobre sus posibles causas y por supuesto, en sus terribles consecuencias.

Este cruce de intensos monólogos sobre el conflicto árabe-israelí mantiene la atención del público de principio a fin: la joven Shirin transpira el miedo y la ansiedad que significa la planificación de la muerte de cientos de personas, con el propósito de convertirse en mártir; mientras que Eden se revela como una ferviente pacifista, encarnando la visión intercultural del conflicto, confiada en la importancia del diálogo para construir la paz. Por su parte, la postura de Mina sea acaso la más polémica, pues habla con total cinismo acerca del papel de los Estados Unidos en el conflicto, en donde el interés económico es el que mueve las fichas en su tierra natal. El ambiente que genera la puesta en escena destila en todo momento la violencia requerida para este tipo de trama.

La directora Nishme Súmar, responsable de creativos trabajos como el unipersonal Cuerda y otros espectáculos familiares, asume el reto de llevar a escena un difícil texto con fuerte carga dramática, utilizando con contención recursos audiovisuales como por ejemplo, la proyección de imágenes, que suman al montaje, pero acaso sin llegar a los aciertos de puestas como Falsarios (2013). En todo caso, esta propuesta escénica está al servicio del lucimiento de las actrices, quienes consiguen un trabajo parejo muy destacable. La puesta en escena de Creoenusolodios en el Centro Cultural de la Universidad del Pacífico se convierte entonces, en un inquietante e intenso mosaico de sentimientos y pensamientos, de los ideales y creencias de las tres protagonistas: la musulmana, la estadounidense y la judía. Y por supuesto, se trata de un estreno con total vigencia. Imperdible.

Sergio Velarde
27 de setiembre de 2016

lunes, 26 de septiembre de 2016

Crítica: ZAPPING, 3 MUSICALES EN 1

Un musical que nos hace bailar en “la palma de sus manos”

¿Alguien duda del poder de la música? No lo creo. La música entra en nosotros saltándose nuestra racionalidad, se estaciona cómodamente en nuestras emociones y se hace dueña de ellas. Desde ahí, nos hace reír o llorar, gozar o sufrir, recordar o querer desesperadamente olvidar. En conclusión, la música nos ataca directo en el corazón.

Entonces, espero que tomen lo antes dicho como una advertencia pues eso es lo que les ocurrirá cuando vean “Zapping. 3 musicales en 1”, la nueva obra de Vodevil Producciones: Pasarán dos horas siendo sacudidos por sus emociones y esto no es broma.

Y es que si bien los musicales que conforman Zapping, (Acepto, Ensueño y Japan) son diferentes entre sí, tienen algo en común que aflora y nos atrapa rápidamente y es la comunión entre los textos y las canciones, comunión que se afianza en dos puntos clave: pasión y mucha verdad.

El musical que abre Zapping, Acepto, de Sebastian Abad y Federico Abrill, nos hace preguntarnos por qué seguimos creyendo que una forma de amar vale más que otra y por qué aún consideramos válida la mentira como camino a la felicidad. ¿Hasta cuándo seguiremos esperando “que cambie el 70% que odia una forma de ser”? En serio, ¿hasta cuándo?

Ensueño, de Mario Mendoza (excelente en su trabajo de director de Zapping) y Antonio Gervasoni, es una obra que a primera vista solo tiene sentido si se le ve como parte de un sueño, como una preciosa aventura surrealista. Y quizás sea mejor para el público seguir creyendo que es así, incluso cuando sepa que la verdad es otra. Al final, lo que pasa en un sueño siempre duele menos.

Japan, de José Miguel Ríos, Ivana Pedreschi y Mario Mendoza, es el musical que cierra Zapping y es una oda a la inocencia en donde los personajes se encuentran en la difícil etapa en que los niños empiezan a crecer y la amistad empieza a dar paso al amor. Creo que Japan es el cierre perfecto pues nos permite, además de recordar la belleza de la inocencia infantil, irnos del teatro con una gran sonrisa.

No puedo terminar sin dejar de resaltar el trabajo de los actores: Gabriel Gil, Natalia Salas y Martín Velásquez, pues su trabajo está muy bien logrado y son capaces de convencernos, con cada uno de sus papeles, de que la amistad es para siempre, de que a pesar de las situaciones que afrontemos siempre habrá un amanecer y de que los artistas nunca mueren.

Les recomiendo que no se queden sin conocer lo que estos talentosos peruanos tienen para nosotros. Emociónense con las canciones,  abracen a los personajes y por encima de todo sean parte de este grupo de locos que confían y creen que ya es hora que el Perú tenga sus propios musicales. Lo más probable es que la historia del teatro peruano algún día se los agradezca.

Daniel Fernández
26 de septiembre de 2016

martes, 20 de septiembre de 2016

Crítica: TODOS MIS MIEDOS

El escritor y sus lugares comunes   

Partir de una idea trillada o anacrónica para llevar a cabo un estreno teatral que tenga algo nuevo que ofrecer constituye indudablemente un gran riesgo. Ese es el reto asumido por la joven e interesante directora Jimena Del Sante, de quien vimos dos interesantes propuestas escénicas en el pasado: Pedro y el capitán (2011) y La mueca (2012). Estrenada en el ICPNA de Miraflores, la obra Todos mis miedos se centra en un escritor en sus cuarentas en medio de una “conveniente” crisis creativa: no solo tiene que debatirse entre su neurótica ex-esposa en permanente crisis y una de sus guapas alumnas, sino que también aparece el alter ego de su producción literaria para hacerle compañía durante esta etapa de sequía literaria. A pesar de lo estereotipada que puede resultar la trama, su resolución escénica sí que nos depara algunas sorpresas.

Escrita por los argentinos Nahuel Cano y Esteban Bieda, Todos mis miedos fue ganadora de la Bienal Arte Joven Buenos Aires 2013. Y si bien la pieza indudablemente entretiene, no ofrece realmente nada novedoso. Los miedos del escritor frente a la hoja en blanco, así como la presencia de uno de sus personajes interactuando en su vida diaria y un triángulo amoroso, son tópicos ya vistos hasta la saciedad.  Sin embargo, Del Sante sí consigue darle brío y orden a la puesta en escena, con estos cuatro personajes deambulando dentro de un reducido espacio, delimitado por rumas interminables de libros y en medio de ellas, una máquina de escribir. Es este último elemento quizás el que delate al presente montaje, aparentemente inubicable en el estreno argentino: ¿Quién escribe actualmente con una máquina de escribir? ¿Acaso no será este el detalle trillado y anacrónico que simboliza en gran medida al presente espectáculo?

Las actuaciones, por otra parte, resultan irregulares: Sergio Paris (fundador de Ketó Escuela) asume el rol protagónico de manera correcta, cayendo por momentos en el eterno estereotipo del escritor en crisis; pero acaso sea Jorge Armas el que tiene el reto más complicado, pues a pesar de sus esfuerzos no logra engranar fluidamente  su personaje en la puesta, especialmente en la relación con su creador. Por su parte, Mayella Lloclla sí consigue darle inicialmente cierto toque de ingenuidad a la alumna que representa, para luego revelarse como una mujer de carácter. Pero quien sorprende gratamente es Fiorella Rodríguez como la ex, explosiva y contenida en los momentos precisos. Todos mis miedos cae irremediablemente en los esperables lugares comunes, pero se deja ver gracias a la destreza de su joven y arriesgada directora, que se las ingenia para siempre inyectarle dignidad a sus montajes.

Sergio Velarde
20 de septiembre de 2016

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Crítica: AL FILO DE LA VEREDA

Relaciones complejas, complejos desenlaces   

Relaciones amorosas que mueren, pero amores que nunca mueren. Venganzas deseadas pero nunca realizadas y venganzas que ocurren mejor que lo deseado. Un pasado que se quiere olvidar y un presente que se empeña en volver al pasado. Seis personajes que quieren seguir con sus vidas, pero que no pueden dejar de mirar atrás. Esto es, en líneas generales, lo que vemos en la obra Al filo de la vereda del dramaturgo peruano Carlos Gonzáles Villanueva, una obra que se nos presenta como una especie de cárcel imaginaria a la cual los personajes vuelven una y otra vez, a veces porque no saben cómo escapar, pero a veces porque sienten que pertenecen a ella, seis personajes que más que andar por el filo de la vereda, andan al filo de la vida.

Al parecer es en el terreno de las relaciones complicadas, esas en las que cada decisión parece ser de vida o muerte, donde más cómodo se siente el director, Manuel Trujillo (El Ornitorrinco, Nuevas directrices para los tiempos de paz) y me parece que está formando un estilo efectivo para contar sus historias en donde la escenografía y la luz son mínimas, y lo que debe resaltar por encima de todo son las emociones, emociones que los seis personajes de la obra llevan a flor de piel.

Pensando en los personajes, no deja de ser revelador que sean los dos personajes con más “problemas” (un alcohólico y una prostituta) los que al final se muestren, de una u otra forma, con más entereza y sean los más honestos, incluso consigo mismos, mientras que los que viven acorde a nuestra sociedad y sus paradigmas de éxito sean los que al final carguen con el peso de vivir una mentira y lo que es peor, sin decidirse a salir de ella. Es por esto que Al filo de la vereda nos invita a cuestionar nuestros prejuicios y a mirar más allá de las apariencias.

Para terminar, diré que son las actrices las que mejor logran dar forma a sus personajes, haciendo más convincentes sus propias historias, incluso cuando el texto, por momentos, presenta situaciones un tanto inverosímiles pero que son necesarias para contar esta historia.

Al filo de la vereda aún tienen unas semanas más en cartelera, vayan a verla.

Daniel Fernández
14 de septiembre de 2016

martes, 13 de septiembre de 2016

Crítica #401: ESCENAS EN CASA DE VASILI BESEMÉNOV

Brechas generacionales y cambios sociales   

En pleno 2016, en medio de una etapa nacional histórica en la que se revisan ciertos valores tradicionales en medio de marchas y contramarchas, apreciar una obra como Escenas en casa de Vasili Beseménov, escrita por el dramaturgo ruso Máximo Gorki y presentada por El Estudio de Actuación de Leonardo Torres Vilar y la Asociación Cultural Camisa de Fuerza en el Teatro Racional de Barranco, se presta a varias interpretaciones. Sin duda, el presente montaje es pertinente: estrenada inicialmente en Moscú en 1902, la puesta conocida también como Los pequeños burgueses nos permite ingresar a la vivienda de una familia regentada por un severo y castrante padre, que se resiste a los inevitables cambios que se avecinan en la sociedad que le tocó vivir, retratados en aquellos jóvenes hartos de sus frustradas vidas pero con ansias de libertad. Se trata entonces, de un sólido drama que nos permite vernos reflejados. ¿Cuánto hemos avanzado como seres humanos? ¿Cuánto nos hemos estancado? ¿Acaso todos los cambios sociales, necesarios e inevitables, serán realmente para el bien común?

El director Torres Vilar (familiarizado con la obra en uno de los cursos que llevó en el extranjero) conoce la complejidad del texto y en una hábil decisión, convoca a un grupo de actores egresados de sus propios talleres de actuación. El resultado: un elenco compacto y comprometido que asume con dignidad cada personaje, dotándolo de humanidad. Desde los tradicionales padres, defendiendo a rajatabla sus rectos valores familiares, mientras culpan de la rebeldía de sus hijos a la propia educación que ellos mismos les dieron; pasando por las atribuladas vidas de estos, incapaces de (re)conciliar con sus progenitores debido a sus propias aspiraciones para el futuro; hasta los enredos amorosos que se originan por los amigos y pensionistas de la casa. Sin duda, Torres Vilar acierta en retratar a esta familia disfuncional, despojándola de cualquier atisbo de subjetividad: aquí no hay buenos ni malos, ni víctimas ni victimarios; cada personaje defiende su posición con fervor pero sin excesos.

Una impecable y cuidada producción le da el marco necesario a esta historia en la que habría que destacar el trabajo de algunos intérpretes: un enorme Mijaíl Garvich, como el autoritario padre, que luce imponente y castrador frente a la rebeldía de sus hijos y la docilidad de su esposa (Antonella Gallart); una simpática Carmen Álvarez como la decidida y extrovertida pensionista Lena; un excelente Rubén Bardales como el divertido Perchihin; y un preciso Luis Cárdenas-Natteri como el rebelde hijo Nil. Escenas en casa de Vasili Beseménov es un recomendable espectáculo teatral, de total actualidad, que se vale de los choques generacionales y de las ideologías irreconciliables para hacernos reflexionar sobre una inquietante hipótesis: quizás, el ser humano no aprende ni aprenderá jamás.

Sergio Velarde
13 de setiembre de 2016

jueves, 8 de septiembre de 2016

Crítica: EL PODER QUE NO VEMOS

¿Las cosas que consumimos?   

Escrita por César Huapaya, dirigida por Moisés Torres y Ricardo Santa Cruz. La Máquina Teatro Experimental abre con el presente montaje de creación colectiva su temporada 2016, en el Teatro de la Alianza Francesa, desde el 31 de agosto hasta el 27 de octubre, los días miércoles y jueves a las 8pm. Recomendada para mayores de 12 años. El precio de las entradas: S/.30 general, S/.20 estudiantes y jubilados y S/.10 alumnos de la AF.

Esta puesta en escena nos habla de la TV basura y de toda la deformación que tienen los programas de reality y la prensa amarilla, además de otras propuestas que va sacando la televisión peruana, que en vez de informarnos y educarnos, nos van llevando a nuestro letargo. Participan en la obra Joe Avannto, César Huapaya, Martín Berríos, Moisés Torres, Cindy Alvares y Hugo Quijandria.

Si bien es cierto, este elenco tiene una nueva propuesta donde junta varias técnicas, como la danza, los poemas, la música en vivo, con composiciones propias, tanto en el texto como en la música, debo hacer hincapié que a pesar de tener esta propuesta en escena, los actores no se ayudan de los elementos que juntan. Se percibe ciertos vacíos notorios a la hora del dialogo: la idea está, pero falta trabajarla. Se cae mucho en la redundancia, no se entienden bien los diálogos, la música se pierde, falta vocalización a la hora de hacer la coreografía, no se sintió la intención de lo que querían proyectar. Particularmente, lo noté algo brusco; el final de la obra me pareció que no iba de la mano con lo que querían mostrar al público.

En conclusión, debo decir que la obra El poder que no vemos no está ni bien ni mal: hay potencial, solo deben tratar de manejar los tiempos cuando proyecten el video y dar más peso al dialogo. Además de que se puedan dar a entender mejor; por ejemplo, que cuando haya cambio de personaje, este sea más creíble, que consigan y usen la utilería que les faltó en algunas escenas que querían proyectar, para que no dejen al espectador con la simulación de los objetos que no están.

Más que crítica, este es un texto constructivo que puedo aportarles desde mi perspectiva. Gracias de antemano por la invitación, chicos. Y que sigan los éxitos.

María Victoria Pilares
8 de septiembre de 2016

martes, 6 de septiembre de 2016

Crítica: AMISH-TADES CON DERECHO A ROCE

Cuando solo quieren que rías por reír   

Empezaré esta crítica teatral diciendo que hay algo que siempre me pasa cuando veo una obra de teatro (pero también me pasa cuando veo una película o leo un libro): Siempre busco algo que se me quede en la mente, es decir, algo que la obra me pueda enseñar, incluso cuando no haya sido la intención del dramaturgo o el director. Por momentos, creo que esa búsqueda de ir hacia lo profundo me puede hacer perder de vista las sensaciones que están más a la mano, las cuales, a fin de cuenta, son las que la mayoría rescatará y compartirá.

La obra Amish-tades con derecho a roce, escrita y dirigida por Carlos Bañuelos, es una obra que fácilmente nos podría llevar a una serie de reflexiones sobre situaciones de la vida que, a estas alturas, tendrían que estar en solo en los libros de historia, pero que aún suceden en el mundo, como por ejemplo, imponer esposo a las mujeres. Sinceramente creo que en el momento de la historia en el que estamos, especialmente en el Perú, en el que la lucha por los derechos de la mujer y la visibilización de sus problemas son temas muy importantes, no podemos darnos el lujo de perder la oportunidad de hacer pensar a la gente y si es a través de la risa pues mucho mejor, y Amish-tades… la pierde.

Es cierto que lo más probable es que la obra no haya tenido ninguna intención de proponer una reflexión sobre el machismo y lo que buscó lograr en el público se resuma en brindar un momento de relax en donde todos nos olvidemos un poco de nuestra vida diaria y simplemente riamos, y esta postura es legítima, lo sé, pero a veces lo legítimo no es necesariamente lo más adecuado.

En lo que se refiere al humor desplegado en la obra, este por momentos se pierde en chistes de temática actual y demasiado fácil (como decirle “pokemongo” a uno de los personajes o pedir “Like”), pero por otros momentos sí resulta y no tanto por el texto sino por las actuaciones, en especial de Haydée Cáceres (Doris) y Vera Pérez-Luna (Frances), quienes tienen una buena química y a pesar de tener personajes con tintes caricaturescos, los resuelven bien.

Comentario aparte merece la interpretación de Carlos Bañuelos como Charlie, el joven enamorado de Frances. No fue la mejor elección ver a un hombre en sus cincuentas haciendo de un joven de menos de veinticinco años, pues se corre el riesgo de que, por querer verse y hablar como un joven, se fuerce tanto al personaje que al final lo que vemos es a un tonto, un personaje nada creíble que no causa empatía, y creo que eso afectó a la obra.

En conclusión, creo que le obra tenía mayor potencial que el explotado, tanto en humor como en compromiso. Estaremos atentos a la siguiente aventura de Bañuelos.

Daniel Fernández
23 de agosto de 2016

viernes, 2 de septiembre de 2016

Crítica #400: LA SIRENA VARADA

La vigencia de Casona   

Alejandro Casona es quizá uno de los dramaturgos españoles más subestimados, a pesar de contar con un puñado de entrañables obras, bellamente escritas y repletas de fina poesía, que mezclan con fortuna la fantasía y las falsas apariencias con las realidades más crudas. Así, en La casa de los siete balcones (1957), el paradero de un tesoro escondido solo es conocido por la desequilibrada tía Genoveva, quien espera por años la carta de su amado, mientras la residencia es visitada por ocasionales fantasmas; en Los árboles mueren de pie (1949), el señor Balboa debe mantener a ciegas a su esposa a toda costa acerca de la oscura y verdadera personalidad de su nieto; y en La tercera palabra (1953), las tías del “salvaje” Pablo deben educarlo y además, protegerlo de sus propios familiares debido a la importante herencia que recibió el joven. La primera obra de Casona, La sirena varada (1934), se presentó en el Teatro Mocha Graña de Barranco gracias a Meca Producciones, haciéndole justicia en gran medida al imprescindible autor español.

La acción se concentra en una casa junto al mar, en donde habita un grupo de variopintos personajes, rozando algunos con lo absurdo: un fantasma llamado don Joaquín (Rodrigo Rodríguez), que aspira a ser jardinero y termina además, enterándose que alguna vez fue Napoleón; el pintor Daniel (Martin Berrios), que pasa sus días inexplicablemente con los ojos vendados; el excéntrico soñador Ricardo (Marco Antonio Huachaca, además director de la puesta), dueño del inmueble y el que los convocó a todos, así como a su sirviente Pedrote (Wilbert Flores). Hasta el lugar llega una misteriosa mujer (Glenda Flores) que afirma ser una sirena salida del mar en busca de su amado, de la cual queda prendado Ricardo. Este hecho pone en alerta a don Florín (Luis Enrique Gastelú), el único personaje “centrado” de la obra, mientras que la aparición del payaso Samy (Moisés Dávila) y del dueño de un circo Pipo (Maximiliano Benites) no hace otra cosa que empeorar la situación.

Huachaca, que ya había protagonizado La casa de los siete balcones y también, curiosamente, El lenguaje de las sirenas de Mariana De Althaus, cumple con corrección al actuar y dirigir su propia obra, pero acaso la adaptación elegida para la misma reduzca demasiado la duración de la trama, impidiendo el total desarrollo de los personajes y el buen desempeño actoral, pues esta luce algo apurada. Por otro lado, algunos aspectos respecto al maquillaje y caracterización podrían revisarse. Sin embargo, el personaje de Huachaca es el que se acerca más al verdadero espíritu fantástico que plantea Casona. La sirena varada podrá ser la obra más reconocida del autor, pero quizás sus piezas posteriores, antes mencionadas, alcanzaron mayores brillos dramatúrgicos. En todo caso, el presente montaje de Meca Producciones resulta encomiable al llevar a escena a un dramaturgo tan creativo y vigente como lo es Casona.

Sergio Velarde
2 de setiembre de 2016