domingo, 31 de julio de 2016

Crítica #394: TODO POR LOS 15 MIL

Los riesgos de estar a la moda   

“Creo que la gente joven ha olvidado lo delicioso que es comer, por ejemplo, una sabrosa parihuela de trabajosa preparación; ahora prefiere solo los fast food”, le escuché alguna vez decir simbólicamente a un reconocido teatrista mayor. Y no puedo dejar de recordar esta frase, cuando me embarco en la empresa de reseñar un espectáculo de microteatro. Y es que la moda de esta clase, género, subgénero, especie, especialidad, concepto, formato o lo que fuera, y además teatral, se encuentra en un indudable apogeo, en el que artistas cómplices de todo calibre se prestan para llevar a cabo esta suerte de ritual consecutivo, luego de haber sido concebido en 2009 por el director de teatro y televisión español Miguel Alcantud, en las instalaciones de un prostíbulo. Y a propósito de moda, se me vienen otras frases a la mente: “La moda muere joven”, dijo alguna vez Jean Cocteau; “Moda es todo lo que puede pasar de moda”, dijo Coco Chanel.

Por Dinero, Por Delante y por Detrás, Por Ellas, Por tus Sueños, Por tus Muertos, Por el Pavo, Por lo que más quieras, Por Amor, Por la Familia, Por tus Elecciones, Por Sexo y hasta Por ChéjOff (un homenaje al maestro del relato corto, pero imprescindible dramaturgo de bellísimos textos de largo aliento) son los nombres de algunas de las ingeniosas convocatorias que ha realizado la gran maquinaria de Microteatro, macrorresponsable ahora del macroauge de microdramaturgos peruanos, que deben escribir prestos un microlibreto de 15 minutos antes que culmine la microconvocatoria. Y cómo dejar de mencionar también al Microlounge, en donde se puede disfrutar de ricos piqueos y deliciosas bebidas (para consumir dentro de la microsala), algunas de ellas más caras que la misma entrada para ver la microobra. Pero la Micromaquinaria no se detiene ahí: ya están cocinándose micromusicales, micromagias, microcircos, microinfantiles y hasta microdanzas. Y todos con artífices de comprobado oficio, felizmente empleados e imbuidos en microlaboratorios de microexperimentación escénica, que ofrecen ciertamente espectáculos de calidad garantizada… de 15 minutos cada uno.

Pues bien, luego de la impresión que me dejó la interesante Los 15 mil de Mavi Vásquez (olvidando por un momento el espacio que eligió para su estreno), no puedo dejar de reconocer la calidad de un microespectáculo dentro de la actual temporada Por Orgullo de Microteatro Lima: Todo por los 15 mil, escrito por Cristhian Palomino, interpretado por Valquiria Huerta y el mismo autor (ambos haciendo teatro de más una hora de duración en Love and Chill) y dirigido por Kathy Serrano, pone en el tapete de manera intachable en 15 minutos hasta dónde podemos llegar por ayudar a las personas que más amamos. Una impecable propuesta que legitima a su manera este formato de moda. “Después de todo, ¿qué es la moda? Desde el punto de vista artístico, una forma de fealdad tan intolerable que nos vemos obligados a cambiarla cada seis meses”, decía Oscar Wilde. Y ojalá y la gente, especialmente la más joven, no olvide que existe la parihuela y sepa apreciarla aunque sea de vez en cuando.

Sergio Velarde
31 de julio de 2016

sábado, 30 de julio de 2016

Crítica #393: JOSÉ AURELIO RUMBO A FRANCIA

Fiebre mundialista noventera   

José Aurelio rumbo a Francia de Esteban Philipps, última pieza seleccionada del primer Festival de Nueva Dramaturgia Peruana Sala de Parto del 2013, se estrenó (por fin) en el Teatro Racional de Barranco, con la producción de Pegasito Teatro. Se trata de una interesante propuesta dramatúrgica, que recoge los últimos años de la década de los noventa en nuestro país, mientras asistimos a dos eventos muy diferentes pero igualmente importantes: la tan ansiada clasificación de Perú al Mundial Francia 98 y el final de la guerra contra el terrorismo durante la dictadura fujimorista. Philips, quien se encarga también de dirigir su propio texto, consigue engranar estos dos aspectos hábilmente en escena, a través de un excelente montaje con una fuerte carga brechtiana.

José Aurelio es un niño de 10 años, que representa al peruano promedio: fanático de un deporte que vio mejores épocas en décadas pasadas, pero que siempre deja un resquicio para la esperanza. Con una familia disfuncional (padre periodista ausente por la guerra interna y madre en constante crisis nerviosa), el muchacho le pide ayuda al mismísimo Jesús para que Perú clasifique. Y este efectivamente aparece, para sorpresa del muchacho, quien no dudará en hacer lo que le pida con tal de ver triunfar a su selección. Se trata pues, de una notable amalgama de temas tan nuestros como el deporte rey, la religión católica y la coyuntura política de los años noventa, en una trama que deslumbra por lo sencilla que es y además, por la manera tan práctica en la que es ejecutada. Sin los artificios de puestas en escena como la inolvidable Vladimir, el montaje de Philipps transmite indudablemente el estilo de vida noventero, valiéndose del dinámico trabajo actoral.

Los competentes Martín Martínez (de Bolognesi en Arica), María del Carmen Sirvas (de Jardín de colores) y Paris Pesantes se turnan los seis personajes que intervienen en la pieza con mucha soltura, utilizando para cada uno contados accesorios (un chal, una gorra, unos lentes); si bien es cierto, no parece haber un especial cuidado por la caracterización gestual y vocal por parte de los intérpretes, este detalle no constituye obstáculo alguno para que su director desarrolle la trama fluidamente. José Aurelio rumbo a Francia es un destacable trabajo artístico de Esteban Philipps; no supera a lo mejor de la primera edición de Sala de Parto (acaso La cautiva de Luis Alberto León y Salir de Daniel Amaru Silva lo sean), pero sí se alza como una de las puestas en escena más sentidas y logradas en lo que va del año.

Sergio Velarde
30 de julio de 2016

jueves, 28 de julio de 2016

Crítica #392: VAMPI: LA HISTORIA DE UN CONDE

Los valores atípicamente familiares   

¿Pueden un simpático vampiro atolondrado, un monstruoso súbdito y una niña huérfana reunir las condiciones para conformar una típica familia? Esa es la interrogante que nos propone la compañía teatral Cientos Volando y el dramaturgo y actor Juan José Oviedo (responsable de algunos montajes de interés como Tú no entiendes nada y Árido) con la puesta en escena de Vampi: La historia de un Conde. Ciertamente, el teatro dirigido a los más pequeños es el que cuenta con el público más sincero de todos, pero es igualmente cierto que este ha sido maltratado sistemáticamente a lo largo de los años por inescrupulosos productores teatrales, capaces de darle literalmente “cualquier cosa” con el único afán de lucrar. Sin embargo, en la presente obra, estrenada en el Centro Cultural Ricardo Palma, se aprecia un particular énfasis por darle a la familia un producto cuidado y novedoso, que logra en gran parte.

En estas épocas, en las que la sociedad en general se enfrenta a un cambio necesario y radical de algunos de sus valores ya preestablecidos, Vampi: La historia de un Conde  resulta a todas luces pertinente. Ambientada en un castillo gótico, la obra nos presenta al divertido chupasangre en cuestión, inspirado en un conocido relato de Bram Stoker, y su tierna relación con un enorme criado, inspirado a su vez en otro de Mary Shelley. Las cosas se complican cuando la sobreprotectora madre de Vampi envía a una jovencita llamada Dolly a trabajar en las labores del castillo. ¿Podrá el Conde detener su sed de sangre? ¿Podrá la monstruosa criatura contener su furia y dominar sus celos? ¿Se convertirá la muchacha en una pequeña vampiresa? ¿Lograrán los tres armonía familiar? La trama escrita por Oviedo es sencilla, pero prevalece la idea de reconocer la diversidad que existe dentro de los valores familiares, propuesta por demás, atinada.

La joven directora Grace Humire (actriz en Árido) logra convincentes caracterizaciones por parte del elenco, que integran Andrea Díaz Ghiretti, César Gabrielli Neyra y el mismo Oviedo, ofreciendo  a su vez una entretenida historia con pertinente mensaje incluido. Sin embargo, la utilización de algunos trillados recursos, como algunos sonidos y gags harto conocidos de programas televisivos, no suma al propósito de generar una atmósfera propia, agravado además por la presencia de un piano que bien pudo ser utilizado para conseguir la musicalización en vivo, durante toda la obra. Vampi: La historia de un Conde de la compañía teatral Cientos Volando es un aceptable producto infantil, ciertamente con un vuelo creativo en su propuesta, pero que podría alcanzar mayores brillos si logra crear un propio y particular universo en el que se muevan sus curiosas criaturas.

Sergio Velarde
28 de julio de 2016  

viernes, 22 de julio de 2016

Crítica #391: TRILOGÍA DE UNA DESPEDIDA

Un sentido trío del adiós   

Originada dentro de los talleres del colectivo Espacio Libre en 2010, la pieza Trilogía de una despedida vio la luz de los reflectores recién en el 2014. Escrita por Diego La Hoz y dirigida en aquella oportunidad como una muestra universitaria por Diana Hurtado, esta abordó tres conmovedoras historias acerca del adiós, tanto físico como simbólico. Los resultados obtenidos fueron muy correctos, estrenándose posteriormente en la ciudad de Arequipa con la dirección de La Hoz, la producción general de la Asociación Cultural Teatrando y la participación de la recordada actriz Sandra Santander. Este año, la mencionada obra regresa por tercera vez gracias al joven director Natalio Díaz (uno de los más aplicados pupilos de La Hoz) y a la productora D´NADA Teatro, en un nuevo espacio llamado Cuarta Maraña en el Cercado de Lima.

Los breves cuadros que conforman Trilogía de una despedida están escritos con emoción y sutileza: en  el primero, dos mujeres se separan debido a la enfermedad de una de ellas; en el segundo, una niña conversa con su padre ausente; y en el último y acaso el más conseguido del trío, dos hermanos separados por la tragedia se reencuentran en el jardín de su casa. El íntimo espacio que ofrece Cuarta Maraña, de gran parecido con la actual Casa Espacio Libre, es un protagonista más del montaje, con el público permitido ubicado frente a una pared con una ventana enrejada y una puerta, ambas bien aprovechadas por el director y los actores. Las historias, si bien independientes entre sí, encuentran algunos paralelos que Díaz inteligentemente propone en su montaje para enriquecerlo.

Por su parte, el elenco está conformado por jóvenes actores que cuentan ya con interesantes trayectorias: Ethel Requejo, la gran revelación de Los dos hidalgos de Verona; Miriam Guevara, que viene demostrando su versatilidad en montajes como Nosotros los burócratas y Auto; Johann Allpas, preciso actor en Tres y El león; y el también director Miguel Torres, responsable de Más pequeños que el Guggenheim. Acompañan con bastante soltura Ángela Berenice y Katty Llaja. Natalio Díaz, en esta su tercera aventura como director, consigue un efectivo resultado llevando a escena esta conmovedora Trilogía de una despedida, imprimiéndole además su sello particular.

Sergio Velarde
22 de julio de 2016

domingo, 17 de julio de 2016

Crítica #390: CASI DON QUIJOTE


Libérrima versión del Caballero de la Triste Figura   

Conmemorando el cuarto centenario del fallecimiento de Miguel de Cervantes Saavedra, máxima figura de la literatura española, se viene presentando en el Teatro del Centro Cultural de la Católica la puesta en escena para toda la familia llamada Casi Don Quijote, versión libre de la novela cumbre por excelencia en nuestro idioma. Pero a pesar de las muchas libertades que se ha tomado la directora Paloma Reyes de Sá (responsable de la exitosa Los Fabulatas) para llevar a cabo su proyecto, la esencia del Caballero de la Triste Figura se mantiene intacta, en un montaje apoyado en el carisma del elenco, que interpreta precisamente a una troupé de actores que se embarca en el difícil reto de llevar a escena la historia del Quijote, así como también en un ingenioso y vistoso diseño escenográfico que ayuda a crear los ambientes para representar algunas de las clásicas aventuras del hidalgo caballero.

En cuanto a la puesta en escena, por un lado destacar el maquillaje y el vestuario de los actores, así como también la funcional y llamativa escenografía, pero que anticipaban ciertamente una historia atemporal ambientada en cualquier lugar del mundo y no precisamente en el Perú. Sin embargo, las constantes referencias localistas (además de una canción de Aerosmith) pueden funcionar como graciosos efectismos, pero rompen en cierto grado la magia que los actores van creando en escena: todos los cuadros, desde el primer encuentro del Quijote con Sancho Panza y su ilusión por Dulcinea hasta la obligatoria secuencia con los molinos de viento, están ejecutados diestramente, siendo prescindible cualquier detalle que sitúe innecesariamente la historia en un lugar o tiempo determinado. Por otro lado, el paralelo entre los sueños del Quijote y los de los actores por no dejarse vencer y cumplir sus objetivos resulta ingenioso y entendible en el montaje.

A destacar la actuación de Manuel Gold, prestándole su delgada apariencia física y su particular registro vocal a una joven y convincente versión de Alonso Quijano. A su lado, los versátiles actores Cesar García, Fiorella Kollmann, Francisco Luna y una divertida Lizet Chávez, lo secundan interpretando diversos roles con gran versatilidad. Casi Don Quijote, libérrima adaptación del clásico universal, vale como un sano entretenimiento para los más pequeños y funciona también como un pertinente homenaje a Cervantes. Queda en la talentosa directora Paloma Reyes de Sá el de crear universos verdaderamente propios para sus futuros proyectos, evitando así cualquier innecesaria referencia, para así lograr un producto completamente atemporal e independiente en su propia concepción.

Sergio Velarde
12 de julio de 2016

viernes, 8 de julio de 2016

Crítica: SILENCIO SÍSMICO

Radiografía nacional antes del desastre   

Nuestro prolífico dramaturgo nacional Eduardo Adrianzén tiene una serie de notables obras escritas y estrenadas en el Perú y en el extranjero, por lo que se hace muy difícil elegir, de entre todas, la mejor. El traspié que significó el montaje de Humo en la neblina (2015), su particular homenaje a Sebastián Salazar Bondy, no hizo olvidar sus aciertos anteriores en las acaso subestimadas Cómo crecen los árboles y Los veranos son cortos (2014) y especialmente, en la enorme La eternidad en sus ojos (2013). Y si bien en las puestas en escena de sus biopics puede acertar, como en Demonios en la piel (2007), así como también trastabillar, como en Sangre como flores (2011), nadie le gana a Adrianzén al querer retratar, desde su particular óptica de vida, el estado anímico de una nación golpeada por una violencia generada por los mismos habitantes.

En Silencio sísmico, estrenada en Teatro de Lucía, el autor vuelve sobre temas que conoce muy bien y tratados con anterioridad, como las brechas generacionales en El día de la luna (1996) o la necesidad imperiosa de migrar en busca de mejores oportunidades en El nido de las palomas (2000). Una joven comunicadora llamada Sole quiere viajar para empezar una nueva vida, antes de que se instale el nuevo gobierno; pero su madre Esther, dedicada a la lectura de cartas y una más de las sobrevivientes de la época de terrorismo, augura un devastador terremoto en la ciudad si Sole llega a viajar. Gran coartada dramática de Adrianzén: para lograr un verdadero y radical cambio en el ciudadano común, la amenaza del inminente sismo en la ciudad gana un enorme protagonismo; mucho más que el diluvio que finalmente la destruyó en Nunca llueve en Lima.

Pero Silencio sísmico no solo aborda este conflicto entre madre e hija: la sarcástica abuela Doris debe lidiar también con los genios de dos exnovios de su nieta, el indeciso Ariel y el acomplejado Cristian, cada uno con su propio "rollo" existencial, ambos escritos con maestría por Adrianzén. En medio de este cuadro familiar, un puñado de reconocibles personajes en cuatro secuencias independientes de la línea argumental principal; cada una hilarante y contundente en su propia y feroz ironía, nos muestra por qué no suena tan descabellado pensar que un desastre natural nos fuerce a tener un nuevo inicio: tres hipsters esperan frente a un restaurante al lado de una vendedora de frunas, tres actores de un comercial electoral tienen serias discrepancias para cumplir con la grabación, los asistentes a un mitin aguardan impacientes sus “regalos”, y los habitantes de un exclusivo balneario reciben un delivery de sushi. La dirección de Oscar Carrillo es inteligente, ordenada y efectiva, utilizando hábilmente los justos elementos para hacer creíbles los cuadros.

En el apartado de las actuaciones, solo queda celebrar el compromiso de cada miembro del elenco con los personajes que les toca interpretar. Ximena Arroyo, tremenda actriz en La eternidad en sus ojos, se supera a sí misma demostrando una enorme versatilidad tanto en comedia como en drama; mientras que su madre, la primera actriz Sonia Seminario, encuentra el equilibrio perfecto para sus intervenciones en esos papeles de apoyo, escritos por el autor especialmente para ella. Los jóvenes Giovanni Arce y Alain Salinas están impecables; pero es la excelente Rosella Roggero la gran revelación de esta pieza, que se convierte en una radiografía sobresaliente e imprescindible de un país que espera solo el desastre para empezar de nuevo.

Y sí, Silencio sísmico es la mejor obra de Eduardo Adrianzén.

Sergio Velarde
8 de julio de 2016

miércoles, 6 de julio de 2016

Crítica: CUANDO SEAMOS LIBRES

Estimable proyecto educativo de diversidad sexual   

El espectáculo de teatro testimonial Desde afuera (2014), estrenado por el colectivo No Tengo Miedo en la Casa de España, fue una pertinente puesta en escena que mostraba la dura realidad de cinco limeños no heterosexuales en nuestra conservadora sociedad: las de una lesbiana y un homosexual, así como las de una bisexual y dos transexuales de géneros opuestos. La amplia gama de testimonios, bien dirigidos en escena por  Gabriel De la Cruz y Sebastián Rubio, permitió conseguir uno de los montajes más interesantes y conmovedores de aquella temporada. Dos años después, la comunicadora Carolina Silva Santisteban llega al Centro Cultural Ricardo Palma con Cuando seamos libres, puesta en escena con el mismo formato, pero con una ejecución y resultados muy diferentes.

Cuando seamos libres, que forma parte de todo un proyecto educativo junto a un canal en YouTube y su canción con videoclip oficial, se estructura en base a, esta vez, los valientes testimonios de solo cuatro muchachos, dos gays y dos lesbianas, en medio de una ciudad tan hostil como la limeña. Sus anécdotas, algunas muy divertidas y otras indignantes en igual medida, logran conmover al espectador cuando estas se alejan del dilatado discurso (como algunas de las primeras) y van directo al grano (como casi todas las últimas). Apoyados por una efectiva musicalización en vivo y una curiosa y colorida escenografía que se podría prestar a múltiples lecturas, los intérpretes lucen carismáticos y espontáneos. Se nota un interesante uso de la cámara de video por parte de la directora, con acciones concretas desarrolladas en vivo (como, por ejemplo, el dibujo de la marcha en la plaza), que le otorgan a la puesta el carácter testimonial deseado.

Si bien es cierto, el montaje tiene indudables aciertos con momentos muy conmovedores, el histrionismo de Sergio Cano, Sergio Armasgo y especialmente, Alejandra Ibañez (actores en la vida real), le resta irremediablemente algo de aquella sinceridad escénica de la que hace gala la arquitecta y activista Gabriela Zavaleta, cuya carencia de trayectoria teatral le permite conseguir los momentos más emotivos y honestos de la obra. Cuando seamos libres es una apreciable contribución artística de sensibilización a cargo de Carolina Silva Santisteban y Vodevil Producciones, que alcanzará en sus ya anunciadas giras por el interior del país y en el extranjero, resultados mucho más positivos a los ya conseguidos, cuando el elenco deje aflorar los sentimientos sin saturaciones y pueda controlar los innecesarios excesos y disfuerzos en sus testimonios.

Sergio Velarde
6 de julio de 2016