domingo, 1 de junio de 2014

Crítica: ALEJÉMONOS DE MÍ

Los lugares comunes de siempre.

Aquel famoso espacio de transición (cielo o infierno, según sea el caso) entre la vida y la muerte, ha sido retratado muchas veces en el teatro. La última puesta con temática similar que vio El Oficio Crítico fue El pórtico del cielo (2012) de Román Sarmentero, en el que un grupo de personas se encuentra atrapado en una especie de limbo atemporal, luego de un accidente de tránsito; por más esfuerzo realizado por actores y director, dicho espectáculo no pudo librarse de los más trillados lugares comunes de ese tipo de historia: un espacio blanco y aséptico, la imposibilidad de escapar de dicho lugar, y la presencia de un personaje que sabe cómo resolver el entuerto. Pues bien, el director Max Yovera, de quien viéramos una interesante versión de El cíclope hace dos años, escribe y dirige una historia propia con las mejores intenciones, pero no puede eludir las trilladas trampas ya mencionadas.

Estrenada en la AAA, Alejémonos de mí nos presenta la historia de Alberto y Mía, una pareja de novios que ha muerto en un accidente y que se encuentra en una suerte de paradero celestial. Ella recuerda lo sucedido, pero él lo ha “olvidado” todo, aunque va recobrando sus recuerdos con el transcurso del tiempo. Luego de una primera conversación, muy confusa y que parece no ir a ningún lado, aparece Gabriel, un personaje vestido íntegramente de blanco y con el pie enyesado, comunicándole a Mía que la única manera de regresar a la Tierra es olvidando a Alberto. Yovera parte de una premisa interesante (el hecho simbólico de “morir” en el alma de la pareja amada), pero no logra darle una dirección clara al montaje, agravado por unos diálogos que pecan de afectados y discursivos.

Los actores Maricarmen Sirvas y Raúl Sánchez hacen lo que pueden por darle fluidez a sus escenas. Pero acaso el mayor problema que enfrenta Alejémonos de mí es el personaje de Gabriel (Carlos Acosta), entidad que aparece con el pie enyesado durante toda la obra, ya sea en una silla de ruedas, con un bastón o muletas. El hecho que este personaje “divino” se encuentre lisiado se presta a muchas interpretaciones: ¿Cómo puede encontrarse en ese estado? ¿Acaso fue castigado? ¿Podemos confiar en él? Si es una propuesta de dirección o es el actor quien sufrió un accidente en la vida real, este hecho parece no importarle al director, pues ninguno de los personajes se da cuenta o le toma la debida importancia a este detalle. Alejémonos de mí de Max Yovera parte de una buena idea, pero su desarrollo dramático en escena resulta muy irregular.

Sergio Velarde
01 de junio de 2014

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