domingo, 22 de septiembre de 2013

Crítica: EL DÍA DE LA LUNA

Las ausencias paternas

Siguiendo con el feliz e involuntario festival Eduardo Adrianzén de este año, le toca esta vez el turno a El Día de la Luna (1996), escrita por el autor en plena crisis política, social y económica. Después de 17 años de estrenada (en aquella ocasión, dirigida por Miguel Iza e interpretada por Carlos Carlín, Carlos Victoria y Liliana Trujillo), la historia de este fortuito (des)encuentro generacional entre padre e hijo, en un humilde restaurante cerca a Huarmey, mantiene su vigencia, pues cada nueva generación pareciera ser diametralmente opuesta a la anterior, debido a los constantes avances tecnológicos, aunque muchas veces parecieran ser retrocesos. Roberto (André Moyo), joven y exitoso economista, se encuentra con su padre Gabriel (Reynaldo Arenas), a quien creía en el extranjero. Para sorpresa de Roberto, Gabriel no solo tiene ahora una nueva esposa llamada Ana (Micaela Távara), sino que lo fuerza a enfrentar su pasado.

Luis Enrique Cornejo, director de Teatro del Milenio, había llamado la atención el año pasado con el estreno de Ojos bonitos, cuadros feos de Mario Vargas Llosa  (también con la participación de Távara y Arenas), especializándose acaso, en esas piezas íntimas con un complejo desarrollo de personajes. Contando con imágenes en video del primer alunizaje como introducción (en alusión al día que nació Roberto) y con una mínima escenografía, Cornejo escenifica la historia con buen pulso y fluidez, logrando credibilidad en las interpretaciones. El negrísimo humor que destila el texto de Adrianzén es bien aprovechado por el elenco.

Esta larga conversación entre el yuppie noventero y su papá hippie (según palabras del propio autor), alcanza algunos muy buenos momentos de tensión, gracias al consumado oficio de Reynaldo Arenas y a los esfuerzos de André Moyo, a quien habría que recordarle que no necesariamente la fuerza de una actuación se mide por el volumen de voz empleado. Por su parte, Micaela Távara (a quien vimos hace poco en La casa de los siete balcones) luce muy correcta en sus intervenciones. El Día de la Luna, estrenada en el Teatro Racional, es la digna revisión de una de las primeras obras de nuestro consagrado dramaturgo peruano Eduardo Adrianzén, que bien vale la pena su visionado.

Sergio Velarde
22 de setiembre de 2013

lunes, 16 de septiembre de 2013

Crítica: MIMÍ Y EL MONSTRUO DE LA NOCHE

Enfrentando los terrores nocturnos

En el 2008 la directora Patricia Romero consiguió un acertadísimo montaje para toda la familia con La pera de oro, escrita por César De María. En aquella historia, la joven Alicia debía sortear múltiples obstáculos y enfrentar sus miedos para conseguir el remedio para salvar a su hermanita. En la puesta en escena de Mimí y el Monstruo de la Noche, escrita y dirigida por Romero en el Teatro Juan Julio Wicht S.J. de la Universidad del Pacífico, nuevamente los miedos atormentan a la pequeña protagonista, que acaba de enterarse de la separación de sus padres, pues la criatura que aparece debajo de su cama al ocultarse el sol, le impide conciliar el sueño. Para vencer sus temores contará con dos amiguitos expertos en espantar a los monstruos. La reciente puesta en escena de Romero repite algunos de los aciertos que consiguió con La pera de oro, aunque algunos detalles impiden redondear el trabajo final.

Preludio Asociación Cultural, con el apoyo del Centro Cultural de la Universidad del Pacífico, consigue un cuidado diseño de producción. El ritmo de la obra no decae en ningún momento y atrapa la atención de los más pequeños. Acaso pudo trabajarse las canciones en vivo utilizando micrófonos, pues las voces grabadas nunca sumarán puntos a un montaje teatral. Desde un inicio podemos suponer que la separación de los padres de Mimí es la causante de la aparición del monstruo, pero esta hipótesis debería ser más entendible para los pequeños; no basta con terminar el Padre-Narrador bajo la cama al terminar la función.

Por otro lado, las actuaciones son todas muy correctas. Camila Zavala convence como la niña en apuros, bien secundada por dos actores de amplio registro como Andrés Salas y Nicolás Fantinato, como sus compañeros de aventuras. Claudio Calmet y Emilia Drago interpretan con bastante corrección a los padres de Mimí. Acaso el mejor personaje sea el monstruo, que Romero plantea hábilmente en escena como una marioneta, a ratos atemorizante a ratos divertida, bien manipulada por Daniel Zarauz. Mimí y Monstruo de la Noche es un divertido espectáculo para toda la familia, que nos trae a la memoria aquellos miedos que todos tuvimos que enfrentar en nuestra niñez.

Sergio Velarde
16 de setiembre de 2013

jueves, 5 de septiembre de 2013

Crítica: ÁRIDO

Apocalíptico círculo vicioso   

Tú no entiendes nada fue un discreto montaje del 2011, escrito por el joven  Juan José Oviedo, que tuvo un estreno en simultáneo en España, Argentina y Perú. Y si bien se trataba de un sencillo texto, en el que se privilegiaba la repetición ad infinitum de los mismas frases y que podía recibir virtualmente cualquier tipo de lectura por parte del director de turno, sí nos permitió conocer a esta nueva promesa de la dramaturgia. Pues Oviedo viene presentando actualmente, gracias a su compañía teatral Cientos Volando en su primera incursión en nuestra capital, su nueva pieza, que recibe el nombre de Árido, dirigida por Henry Sotomayor, de quien vimos el año pasado El dolor por tu ausencia de Jaime Nieto.

El espacio elegido para el montaje de Árido no pudo ser mejor, pues el húmedo y claustrofóbico sótano del Centro Cultural Juan Parra del Riego (escenario también de Pedro y el capitán) se presta enormemente para crear la atmósfera apocalíptica que la historia reclama. En un futuro no muy lejano, en el que los seres humanos se han visto reducidos a convertirse nuevamente en un puñado de salvajes sin escrúpulos ni razón, dos seres que responden a los nombres de Abel (Alberto Nué) y Daniel (Juan José Oviedo), viven escondidos en un almacén con provisiones. Abel es la figura dominante, mientras que Daniel es relegado a ser el obediente esclavo; ambos atrapados en un interminable círculo vicioso de poder y sumisión. La llegada de una mujer extranjera (Grace Humire) produce un peligroso quiebre en la rutina de los dos hombres. 

La repetición de los textos tiene aquí, sin embargo, un tratamiento diferente al de la versión peruana de Tú no entiendes nada: los diálogos no se sienten redundantes, pues las acciones que realizan los personajes tienen diversos sentidos en escena y no se sienten para nada forzados. La fluidez y el ritmo de la puesta se notan muy trabajados. Y el final de la obra, no hace otra cosa que reafirmar la sospecha que algunas de nuestras nocivas costumbres jamás podrán ser cambiadas, pues el quiebre que realiza la mujer provoca que el mismo orden sea restablecido, aunque con diferentes personajes. El rol de Daniel es clave entonces, para entender la conversión de víctima a victimario.

Sotomayor, con estudios en la ENSAD y un sólido entrenamiento corporal, dirige con vehemencia el montaje, aprovechando las posibilidades vocales y físicas de los actores, además de lograr imágenes duras y estilizadas a la vez, como el brutal ataque de Abel hacia la mujer. El vestuario y el maquillaje refuerzan el ambiente hostil y dantesco. Las actuaciones de elenco son excelentes, especialmente el mismo Oviedo, quien acaso por ser el autor, llega a exprimir del todo a su personaje, pues encuentra muchos matices en su caracterización. Árido es un discreto e impecable montaje, que constituye una verdadera sorpresa dentro de nuestro teatro independiente. Muy recomendable.

Sergio Velarde
06 de setiembre de 2013