sábado, 27 de julio de 2013

Crítica: EL OTRO APLAUSO

Cuando dejamos de soñar lo mismo

Luego de finalizada la segunda (y esperemos no la última) función de El otro aplauso, escrita y dirigida por Diego La Hoz y estrenada en el íntimo hogar de Espacio Libre, el director se dispone a realizar un foro con los asistentes, para que se cierre el círculo del proceso teatral. Como el mismo Diego lo afirmó en aquel momento, la pieza nació en medio de los difíciles momentos por los que atravesó el grupo a lo largo de sus 14 años: con cercanos colaboradores y amigos separándose para seguir nuevos y acaso, más rentables proyectos; y con objetivos y anhelos que quedaron truncos, acaso por la falta de compromiso y lealtad. El otro aplauso trata entonces, de aquella terquedad de un puñado de artistas que se empeñan en soñar lo mismo, de aquellos necios actores que sólo quieren actuar para conseguir una única recompensa, ese verdadero aplauso, el merecido.

Dos actores que se encuentran de gira en una provincia del país, conversan en su camerino antes de dar por iniciada su función. Este sencillo diálogo, que encierra una serie de guiños para los teatristas de grupo y free-lance, es la materia prima para desarrollar los principios que viene esgrimiendo el mismo grupo Espacio Libre, para considerarse un verdadero grupo de teatro. Mientras que el Actor 1 es necio y terco para defender la mística que todo teatrista debe tener para seguir con su sacrificada labor; el Actor 2 ya ha tomado la decisión de retirarse, pues su colegio “le ha pedido que reconsidere su renuncia”. El sarcasmo se hace presente también, por supuesto, para matizar la contundente denuncia que hace el grupo, hacia aquel teatro, visto por muchos como trampolín para la fama y el lucro.

La química entre los actores Natalio Díaz y Karlos López Rentería, que ya habían logrado buenos momentos en Mientras canta el verano, es un punto a favor del montaje. La puesta en escena deja de lado el estilo realista para involucrar elementos más surrealistas. El íntimo espacio que ofrece la Casa Espacio Libre favorece la atención del público, y lo involucra dentro del montaje. Diego La Hoz nos comentó durante el foro, que éste fue el momento propicio para llevar a escena su obra, publicada en 2011; pues El otro aplauso, efectivamente, trasciende con creces la premisa particular para consolidarse como un sólido montaje de temática universal, acorde con la personalidad del grupo Espacio Libre y la de su director, incansables en su terquedad de continuar su labor como verdadero grupo de teatro.

Sergio Velarde
27 de julio de 2013

miércoles, 24 de julio de 2013

Crítica: LA CASA DE LOS SIETE BALCONES

La vigencia de los clásicos

Alejandro Casona es el perfecto ejemplo del llamado Teatro Poético. Este destacado dramaturgo y poeta español, también conocido como El Solitario, escribió una serie de notables obras teatrales, llenas de lirismo y un profundo contenido humano, que fueron injustamente maltratadas por autores y críticos en sus últimos años de vida, por considerarlas equivocadamente anticuadas. Nada más alejado de la realidad: sus piezas representan el perfecto equilibrio entre la ilusión y la fantasía, con momentos dramáticos muy conseguidos, salpicados por un fino humor. El estreno de La casa de los siete balcones en el Teatro de la Asociación de Artistas Aficionados (AAA), no hace otra cosa que reafirmar la total vigencia del autor y nos presenta a la joven agrupación encargada de la producción de la misma, llamada Baúl de Esmeralda.

En esta casa de siete balcones habita un variopinto grupo de personas, visitado también por ocasionales fantasmas del pasado. Ramón (Marco Antonio Huachaca, a quien vimos este año en El ornitorrinco) ha perdido a su esposa, pero se encuentra en amoríos con la codiciosa Amanda (Micaéla Távara, de Ojos bonitos,cuadros feos), ama de llaves de la casa, que se encuentra tras un tesoro escondido. Uriel (Jhan Paulo Mendoza), el hijo de Ramón, no puede hablar, pero sí consigue hacerlo cuando se encuentra a solas con su tía Genoveva (Noelia Mejía), quien ha perdido la razón, esperando la carta de su novio por años y además, única conocedora del paradero del botín. En medio de ellos, la jovial sirvienta Rosina (Ana Paula Delgado), que observa sorprendida toda la acción. La historia avanza sin tropiezos, con personajes bien caracterizados y un buen ritmo dramático. Finalmente, la justicia llega de una forma inusitada, pero perfectamente coherente con el espíritu poético del autor.

El joven director Victor Barco ya había debutado con bastante seguridad con La espera, muestra de su taller de teatro en Los Olivos. Y también conocía el universo de Alejandro Casona, con su intervención en la puesta en escena de Los árboles mueren de pie, dirigida por Raúl Vásquez, con el elenco de la Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Se nota la mano firme del director en el presente montaje, aprovechando las posibilidades histriónicas de su joven elenco, destacando el trío conformado por Mejía, Távara y Delgado. La casa de los siete balcones demuestra la vigencia de Casona y es un esfuerzo particularmente meritorio por parte de la joven agrupación Baúl de Esmeralda, que inicia su actividad teatral con pie derecho.

Sergio Velarde
24 de julio de 2013

martes, 23 de julio de 2013

Crítica: EL PERÚ JA JA

Celebrando las historias del Perú y del Teatro

Abrió sus puertas un 23 de octubre del 2003, en pleno centro de Miraflores, e inmediatamente se convirtió en el point de referencia teatral por excelencia, en la distinguida sala en donde ocurría “el mejor teatro hecho en el Perú” para algunos señeros entusiastas, en el nuevo “niño mimado” del público y de los medios de prensa, opacando a otros interesantes grupos de teatro que pasaron al virtual anonimato, especialmente en las listas de lo más destacable de aquellos fines de año, y menguando también la afluencia de otras salas alternativas, terminando algunas inclusive, siendo demolidas. Nada menos. La espléndida obra Metamorfosis fue la primera en ser estrenada en el novedoso escenario con piscina incluida; y su fundadora, Chela De Ferrari, la primera directora. Este 2013, por celebrarse la primera década del Teatro La Plaza, llega nuevamente como homenaje, el Asu Mare del teatro, la gran Clase Maestra de HP en clave de joda y con espíritu Shakes incluido, la irreverente comedia El Perú Ja Ja, dirigida por Rocío Tovar y estrenada, eso sí, en el Teatro Peruano Japonés de Jesús María.

Ignoro si sobre la obra en cuestión, así como con la cinta Asu Mare, pesa la misma maldición hacia todos aquellos que se atrevan a criticarla. En todo caso, como simple espectador, resulta imposible no contagiarse del gran trabajo en conjunto, pleno de entusiasmo y energía, de Carlos Carlín (¿Quién es? ¡El que no era Machín!), Pablo Saldarriaga, Christian Ysla y la banda La Roja. Siendo más estricto, pues en algunos pasajes los intermitentes gags no terminan de engranar y de cuajar; en otros, los dejos utilizados impiden entender al 100% los diálogos; la coartada que genera todo el embrollo (un ángel que debe convencer a dos suicidas que ser peruano es chévere, para así obtener sus alas) tiene una simplona resolución final; pero todo es finalmente secundario frente a la exacerbada parafernalia ejecutada en escena, que disculpa cualquier minúsculo desacierto.

La directora Rocío Tovar, bien asesorada por Raúl Zuazo para esta nueva versión del 2013, consigue con El Perú Ja Ja un gran divertimento, cuyo ritmo y fluidez no decae en ningún momento, haciéndole olvidar al respetable la dilatada duración del espectáculo. A destacar del trío protagónico, a Carlín (tan lejos de su anodino protagónico en La Chica del Maxim), gran comediante e improvisador, que se lleva los mejores personajes de la puesta, como su alterada Perricholi y su pituca Santa Rosa de Lima. Felicitaciones al Teatro La Plaza, por sus primeros 10 años formando parte importante de nuestra historia teatral, y también por haber producido algunos extraordinarios montajes, con tantos brillos como los de los independientes. Y claro, si para algunos todo teatro es comercial mientras se cobre entrada, pues entonces ¡albricias para todo nuestro teatro!

Sergio Velarde
23 de julio de 2013

domingo, 21 de julio de 2013

Crítica: EL HOMBRE ELEFANTE

Digno canto a la tolerancia

Inspirada en el caso de Joseph Merrick, el premiado drama El Hombre Elefante viene presentándose por primera vez en el Perú en el Teatro Mario Vargas Llosa, con la producción del Teatro de la Universidad Católica (TUC) y la dirección de Joaquín Vargas. Escrita por Bernard Pomerance y estrenada en Broadway en 1979, la obra nos presenta la triste historia de un hombre con neurofibromatosis y Síndrome de Proteus (enfermedades incurables que producen deformaciones por todo el cuerpo), que sobrevivió como atracción de feria en la Inglaterra victoriana, para luego ser rescatado por un compasivo médico, el Dr. Frederick Treves. Con tantos reconocimientos en su haber (Premio Tony, New York Drama Critic’s Award, Obie Award y Drama Desk Award), y una inolvidable adaptación cinematográfica a cargo de David Lynch, resulta virtualmente imposible no llegar a buen puerto con la obra teatral, y el actual proyecto en mención no es la excepción.

En el apartado técnico, tanto la escenografía como el vestuario lucen muy cuidados; aunque en el actoral, algunas actuaciones no alcanzan los niveles esperados, como los antagonistas Miguel Vargas y Jorge Bardales, así como también Jaclyn Ancani, muy débil en su doble papel. Por otra parte, el oficio de Mónica Domínguez, quien interpreta a la Sra. Kendall, una actriz que visita a Merrick (Sebastián Reátegui, feliz descubrimiento) por encargo del Dr. Treves (un demasiado correcto Hernán Romero), contribuye a lograr acaso la mejor escena de la obra: cuando el público reconoce la verdadera humanidad de Merrick, dentro de su dormitorio, mientras charla con la actriz y construye el modelo de una catedral. Su triste y lírico final es muy logrado y conmueve, llevando a la oportuna reflexión sobre el abuso de minorías para obtener beneficios propios, tan vigente en nuestros días.

Luego de leer la crítica de Gabriela Javier Caballero, debo escribir que el uso de las proyecciones en blanco y negro no me parecieron particularmente impertinentes: por el contrario, no sólo sirven para rendir un inequívoco homenaje a la notable cinta de Lynch, sino que también contribuyen a generar maneras alternativas de presentar algunas escenas clave (como la del Metro, por ejemplo) o para sugerir con cierta creatividad otras, dentro del gran campo onírico (como la presencia de los elefantes y la madre de Merrick). Totalmente de acuerdo, eso sí, con el gran acierto del montaje: la presencia del joven actor Sebastián Reátegui, quien armado sólo con su voz y cuerpo, nos convence de ser El Hombre Elefante y le otorga el necesario aire de humanidad que el personaje reclama. La pieza teatral constituye uno de los pilares fundamentales del arte en contra de la intolerancia y el prejuicio.

Merrick: “¡No soy un animal! ¡Soy un ser humano! ¡Soy una persona!”

Sergio Velarde
21 de julio de 2013

sábado, 20 de julio de 2013

Crítica: LOS ÚLTIMOS DÍAS DE CLARK KENT

Tragicómico revés de la DC Comics

¿Qué pasaría si Clark Kent no fuera en realidad Superman y la verdad que todos conocemos resultara ser una falacia? Esta interrogante es contestada en escena en la comedia de enredos Los últimos días de Clark Kent, adaptación que dirige Alexander Pacheco del original perteneciente al dramaturgo español Alberto Ramos. Y es que Superman es un héroe muy especial: no es Spiderman o Batman, cuyos disfraces esconden al superhéroe; el personaje de Clark Kent “es” el disfraz de Superman o Kal-El, último sobreviviente del planeta Krypton. En un disparatado e ingenioso revés al universo que ya conocemos, Superman y Clark son dos personajes distintos, con rollos existenciales muy diferentes, pero con los problemas de pareja que tenemos todos.

Los temores de Clark comienzan con la certeza de que Luisa no lo ama realmente, sino al superhéroe. Y el silencio de Luisa ante dicha pregunta, no hace otra cosa que confirmar la hipótesis. Pero el verdadero problema (y seguro escándalo si se descubriera) es que Clark Kent y Superman, realmente, no son la misma persona, pero los dos se acuestan con Luisa; ambos han mantenido vivo el engaño, y ninguno de ellos ha denunciado al otro, ya sea por temor o conveniencia. Cuando ambos deciden intercambiar de roles, es decir, con Superman (ahora sí) disfrazado de Clark conviviendo con Luisa, esta última caerá en una terrible contradicción: no soporta la perfección del superhéroe. La aparición sorpresa de un personaje clave de Smallville no hará otra cosa más que complicar la situación.

El montaje entiende bien la propuesta del autor, logrando comiquísimas escenas, así como oportunos momentos de reflexión. Los cambios de escena, eso sí, podrían ser más veloces, contando aún con un asistente vestido de Flash como apoyo. El acompañamiento musical en vivo resulta perfecto para el estilo de la puesta en escena. El director Alexander Pacheco aprovecha muy bien a su inspirado elenco: no podría haber actor más adecuado para representar a Clark Kent que Mario Soldevilla, quien ya había dado muestras de un enorme registro para la comedia en pequeños papeles como en La otra Bolena o El anfitrión. Con un gran dominio de texto, Soldevilla consigue una caracterización difícil de superar, bien secundado por Pablo Pita (como Superman) y las gratísimas presencias de Alexia Brazzini como Luisa Lane y Michella Chale como Lana Lang. Los últimos días de Clark Kent es una divertidísima comedia que estará en temporada todos los miércoles en el Teatro Mocha Graña.

Sergio Velarde
20 de julio de 2013

Crítica: LA NOVICIA REBELDE

Magnífica revisión de clásico musical

Es el clásico ejemplo del musical imperecedero, cuya reposición jamás defraudará. La Novicia Rebelde narra la experiencia de vida de María Augusta Kutschera (nacida en Viena, cuando ésta pertenecía al imperio austrohúngaro en 1905), que entró como novicia en la Abadía de Nonnberg, un convento de monjas benedictinas en Salzburgo; para luego convertirse en tutora de los siete hijos de su futuro esposo, el capitán de la Armada Georg von Trapp; y posteriormente, lanzar a su familia como grupo musical. El público conoció la historia de María, cuando ésta publicó en 1949 The Story of the Trapp Family Singers; y luego, con la adaptación para el cine en dos películas austriaco-alemanas de los años 50.  En 1959 llegaría el musical a Broadway, alabado por público y crítica, llamado The Sound of Music; y, alcanzando los mismos resultados, la película del mismo nombre en 1965, dirigida por Robert Wise y protagonizada por la extraordinaria Julie Andrews.

Continuando con la actual “fiebre” por el teatro musical, la Asociación Cultural Épica viene presentando en el Teatro Marsano, una nueva revisión del musical La Novicia Rebelde, con música de Richard Rodgers y letras de Oscar Hammerstein II, con una impecable producción y un magnífico desempeño actoral con canto y música en vivo. La historia de María (María Grazia Gamarra) y el capitán von Trapp (Diego Bertie) sigue muy vigente y mantiene la atención durante las casi dos horas de espectáculo, desde su primer encuentro hasta su huida del imperio nazi a través de los Alpes suizos. Si bien el turbulento trasfondo político es tocado en el montaje someramente, sea acaso el carisma de la protagonista con sus contagiantes melodías, el principal atractivo del montaje.

El eficiente elenco, en el que destacan Nicolás Fantinato, Rebeca Escribens, Claudia Berninzón y Gustavo MacLennan, distrae la atención de un correcto Diego Bertie en piloto automático, y acompaña con mucha gracia el impecable trabajo actoral de una sorprendente y carismática María Grazia Gamarra, que no desentona en ningún momento, llegando al nivel histriónico de, por ejemplo, Tati Alcántara en La Chica de la Torre de Marfil o de Gisela Ponce de León en La Chica del Maxim. Sobre los jóvenes intérpretes, destacan más las señoritas que los muchachos, tanto en actuación como en canto. La Novicia Rebelde, dirigida por Jean Pierre Gamarra en el Teatro Marsano, es un excelente musical, acaso no tan idóneo para niños muy pequeños debido a su larga duración, pero que cumple con las expectativas del público y descubre a su protagonista como una interesante artista a la que se le debe tomar en cuenta.

Sergio Velarde
20 de julio de 2013

martes, 16 de julio de 2013

Crítica: LOS ROMANCES DE LORCA

Sólido homenaje al poeta español

Federico García Lorca, qué duda cabe, fue, es y será el poeta y dramaturgo español de mayor relevancia teatral en el mundo. Su obra en conjunto es extraordinaria; y sus textos para la escena, materia prima para realizar montajes de teatro puro. A pesar de ello, no todas las puestas en escena basadas en Lorca tuvieron el resultado esperado, específicamente cuando los responsables de dichos proyectos no atinaron en su momento a encontrar el verdadero significado de sus hermosas palabras, o cuando algunos directores pretendieron dar cátedra de equívoca sabiduría, priorizando sus propios gustos personales sobre la lógica y el sentido común que exigía el texto original, destruyendo así las bases lorquianas con total impunidad.

Por un lado, visitamos las casas en las que habitan Bernarda Alba y sus hijas: Ofelia Lazo brilló en la puesta en escena de Carlos Padilla en el Parra del Riego (1985), acaso el montaje más fiel al espíritu lorquiano del que tenga memoria. No les fue tan bien ni a Mariella Trejos ni a Milena Alva, pues sendos directores confundieron la verdadera razón de ser del texto en sus montajes: con buenos actores en terno interpretando a sus feas hijas, en uno (2003); y con las actrices más bellas del medio hablando distintos dejos españoles, a pesar de haber vivido todas encerradas en una misma casa por años, en el otro (2005). La adaptación de Yerma (2011), a cargo de María Laura Vélez y Ximena Arroyo, fue una gratísima sorpresa, reinventando el texto original con gran creatividad e ingenio.

Por otra parte, Franklin Dávalos fue un digno intérprete del propio García Lorca en Sangre como flores (2011), un intento por retratar la azarosa vida del poeta español, al lado de un elenco de excepción. Acaso la obra más popular de Lorca sea Bodas de sangre, que es prácticamente una pieza infalible, como lo demostraron varios montajes tanto profesionales como aficionados, todos ellos respetando en mayor o menor medida el espíritu lorquiano; y algunas otras obras no tan conocidas, como La zapatera prodigiosa (2009) o Así que pasen cinco años (2012), tuvieron interesantes puestas en escena, demostrando contundentemente la total vigencia del poeta español en la actualidad.

Podríamos afirmar, con cierta discreción, que Los romances de Lorca, espectáculo teatral a cargo de Kronopios Producciones y estrenado en el Centro Cultural CAFAE-SE, pertenece a este último grupo. Dejando a un lado los excesos de sus anteriores montajes, como El rapto de Perséfone o El marqués de Mangomarca, su director Carlos Rubin se ajusta el corsé y combina con mucha sensatez y estilo, cinco obras del autor: Rosita la soltera o el lenguaje de las flores, La casa de Bernarda Alba, Bodas de Sangre, Yerma y El Romancero Gitano, con el apoyo de un inspirado elenco que juega mucho con lo andrógino, en el que se encuentran Mirta Urbina (interpretando a una sólida Bernarda Alba), Jaime Lozada (convincente en sus diversos papeles masculinos y femeninos), Diana Patiño (demostrando una gran versatilidad) y el propio Rubin. La música en vivo suma puntos al montaje, y las danzas también lo harán cuando se fijen más durante la temporada. El espacio del CAFAE-SE está bien aprovechado y se percibe un especial cuidado en los valores de producción. Los romances de Lorca rinde homenaje al poeta español con mucho respeto y con una positiva contención, poco común en los trabajos de Rubin, que convierten a su espectáculo en uno muy recomendable.

Sergio Velarde
16 de julio de 2013

domingo, 14 de julio de 2013

Crítica: CÓMO APRENDÍ A MANEJAR

Escabrosas lecciones de vida

Paula Vogel es una destacada dramaturga y profesora universitaria de nacionalidad norteamericana, que recibió en 1998 el premio Pulitzer por su sólido drama Cómo aprendí a manejar, en el que examina la vida de una joven víctima del abuso sexual dentro de su propio círculo familiar. Un espinoso y controvertido tema, de los que Vogel acostumbra tocar en sus obras, afirmando que si el espectador se siente incómodo es porque la pieza teatral funciona. Sufrió una pérdida irreparable en 1998: su hermano Carl falleció víctima del SIDA. En el 2004 decide casarse con la profesora Anne Fausto-Sterling. Su valentía y lucidez al escribir se perciben claramente en el estreno de su laureada obra, en el Teatro Auditorio Miraflores, como un proyecto de Artes Escénicas de la PUCP, a cargo de Leticia Poirier (además, protagonista de la pieza) y dirigido con mucho tino por Ebelin Ortiz.

Cómo aprendí a manejar puede evaluarse desde varios puntos de vista, y en todos funciona a la perfección. La tensa relación entre Rayita (que se convierte indistintamente en niña, adolescente y mujer para cada escena) y el esposo de su tía, simplemente llamado tío Pico, es incestuosa, llena de momentos de abuso y manipulación psicológica. La obra funciona como representación de universo femenino y el despertar sexual dentro de una sociedad conservadora: en un pueblo de Maryland en la década de los 60, Rayita aprende las lecciones de la vida, a través de los consejos de su disfuncional familia y de la peligrosa presencia de su tío, en medio de las lecciones de manejo, metáfora perfecta para guiarnos en este crudo y difícil aprendizaje al que es sometido la joven. También funciona como propuesta para romper la tradicionalidad de la narración: la obra presenta los cuadros en desorden, pero no por ello confunde al espectador. En una hábil maniobra, vemos primero el quiebre emocional del tío Pico (en el que sentimos su dolor y frustración ante la negativa de Rayita para aceptar su oscura propuesta) y después, el primer y despreciable acoso consumado, en el asiento del conductor.

Leticia Poirier, en el rol de Rayita, logra salir airosa en sus transiciones a lo largo del tiempo, y en sostener sus monólogos, dirigiéndose al público narrando su historia. Por su parte, Marcello Rivera se aleja del fácil estereotipo del monstruo pedófilo, componiendo un ser humano equivocado y presa de instintos que no puede contener, muy contenido y lleno de sutilezas. El coro, integrado por Firelei Barreda, Tirso Causillas y Michella Chale, caracteriza al resto de personajes que intervienen en el drama, destacando nítidamente Chale, interpretando a la madre y la tía de Rayita, robándose las escenas en las que aparece. Impecables producción, escenografía y vestuario. Cómo aprendí a manejar, siendo un proyecto de Artes Escénicas de la PUCP dirigido por Ebelin Ortiz, alcanza los brillos necesarios para ser considerado como uno de los mejores estrenos en lo que va del año, confirmando también a Paula Vogel como una de las dramaturgas norteamericanas contemporáneas más lúcidas e interesantes.

Sergio Velarde

14 de julio de 2013

sábado, 13 de julio de 2013

Crítica: ¿ÉL ES MI MUJER?

Divertida e ilógica comedia

Luego del enorme reto que asumió Ariel Varela para regresar a los escenarios el año pasado (la poco convencional pero finalmente recomendable Candilejas en la AAA), el artista decide ahora recorrer un camino más sencillo, adaptando la comedia Mi mujer es el plomero del autor argentino Hugo Marcos, para inaugurar un nuevo espacio teatral en el corazón de Barranco, llamado ARCAM. ¿Él es mi mujer? es el nuevo título para esta peruanizada versión, en la que Varela no sólo dirige con la asistencia de Norma Berrade, sino que también actúa, al lado de Gloria Klein y Nico Ames.

Carlos (Varela) es un viudo que perdió a su esposa Daniela hace un año en un accidente automovilístico, y con algunas dificultades para rehacer su vida, se enamora de su vecina María (Klein). Un desperfecto en el baño obliga a Carlos a llamar al gasfitero (Ames), quien al tocar uno de los cables cae muerto en la sala y luego resucita con el espíritu de Daniela en su cuerpo. Todo se complica cuando Daniela, en el cuerpo del gasfitero, decide retomar su vida de casada, ante la mirada atónita de Carlos. Por supuesto, las complicaciones no tardan en aparecer, pero la lógica (si es posible mantenerla con semejante argumento) poco a poco va desapareciendo.

Varela reduce el número de personajes al mínimo (de siete a tres) y con ello, también todo el sentido común que debería tener el montaje. Las entradas y salidas de los actores al dormitorio, al baño, a la cocina y a la calle, resultan disparatadas a más no poder; sin embargo, esto no parece importarle al elenco, que se divierte a sus anchas contagiándonos su humor. A destacar la buena labor de Nico Ames (genial comediante en ¿Añejas… y?), asumiendo con bastante dignidad su doble papel. Varela logra con ¿Él es mi mujer? una comedia divertida, que hay que ver sin mayores complicaciones. Y por supuesto, saludamos la apertura de un nuevo espacio alternativo en nuestro medio teatral.

Sergio Velarde
13 de julio de 2013