jueves, 12 de marzo de 2009

Crítica: PRECIOSAS MALDITAS II


Verlas para creerlas  

El inefable e incansable Richard Torres vuelve a la carga, esta vez con un delirante espectáculo recargado llamado “Preciosas Malditas II”, definido por su creador como un “psicothriller - teatro experimental del surrealismo y del desorden” que incluye, además de la participación de las vedettes, cantantes, modelitos fashion y socialités más potables del medio, una expoventa de pintura, moda shock, música en vivo, instalación, performance y danza contemporánea. Todo esto, junto y revuelto, en las instalaciones de Casa Drama en Barranco.

Esta vez, la excusa esgrimida por Torres para parir semejante puesta en escena, es la de haber realizado una investigación en las cárceles de mujeres, que sirve de base para sacar a la luz el terrible drama de las internas, privadas de su libertad, muchas veces por razones injustificadas. El tema no deja de ser interesante y el inicio de la obra (con las “malditas” llegando escoltadas por los Impes desde la calle) no puede ser más promisorio, pero naufraga por la incontable diversidad de historias planteadas en escena por el director, algunas apenas bosquejadas y resueltas de manera bastante primaria, dejando como resultado que ninguna logre elevarse por encima del promedio. Demasiadas piezas que Torres se anima a mover, en un tablero colorinche lleno de escarcha, volviendo irremediablemente superficial su puesta en escena.

Y no podía ser de otra manera, contando con la participación artística de algunas señoritas más preocupadas en mantener bien sujetas las pelucas, bien delineados los ojos y bien puestas las siliconas, que en darle verosimilitud a sus personajes. Es decir, estas malditas “preciosas” son estética y superficialmente glamorosas y apetecibles, pero carentes de verdad y convicción en escena. Por ahí algunas sorpresas nos deparan Lula Valdivia en el papel de la recientemente liberada urraca, mucho más carismática que la “Magnolia Merino” televisiva, y la sorprendente Ana Ruíz, muy sincera y precisa como la asesina de su esposo violador.

Pero un espectáculo de Richard Torres jamás defrauda, nunca pasa desapercibido y siempre vale la pena su visión. Las mejores partes de la obra aparecen cuando estos despampanantes hembrones “actúan” en estricto muting, pues diálogos y monólogos resultan insufribles. Terrible escena la de la sicaria Claudia Portocarrero y la burrier Paula Marijuán (con amiga travesti incluida). A las chicas (y las ya no tanto) les va mejor cuando desfilan, coquetean y bailan por el escenario, mostrando las virtudes que Dios y el cirujano les dio, con la ya mítica Susan León a la cabeza. Los demonios, larvas, impes, periodistas y figurantes parecen pasarla muy bien como comparsas de estas divas, contagiándonos de su entusiasmo. Y toda la obra transcurre teniendo como “telón de fondo” imágenes de “Marat/Sade” de Peter Brook. Nada menos. De verlo para creerlo. Pero verlo al fin y al cabo.

Sergio Velarde

12 de marzo de 2009

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