sábado, 5 de diciembre de 2009

Crítica: EL SARGENTO CANUTO EN TIEMPO DE MARINERA LIMEÑA


A ajustar el paso  

Manuel Ascencio Segura (1805 – 1871) es considerado el creador del teatro nacional peruano, el padre de la comedia peruana, por ser uno de los representantes más importantes del costumbrismo del siglo XIX (junto a Felipe Pardo y Aliaga), escribiendo una de las más logradas comedias teatrales latinoamericanas: “Ña Catita”, que narra las peripecias de aquella vieja celestina, armando enredos amorosos para su propio beneficio. En sus piezas, Segura mostraba con acierto a la nueva sociedad limeña, enriqueciendo sus versos con todo el sabor criollo de dichos y refranes de la época, y retratando personajes amables y simpáticos, criticando las costumbres de su tiempo.

“El Sargento Canuto” ridiculiza las maniobras del militar fanfarrón que le da nombre a la obra, quien busca casarse a la fuerza con Jacoba, hija de don Sempronio, para su beneficio personal. También nos muestra la tosca autoridad del simpático viejo, quien cree que al casar a su hija Jacoba con el militar, logrará escalar de posición social. Los matrimonios por conveniencia (lugar común de las comedias de aquella época, incluida “Ña Catita”), los amores a escondidas (Jacoba ama en secreto a Pulido) y la crítica hacia el militarismo, convierten a “El Sargento Canuto” en una de las piezas más representativas de su autor.

Actualmente, se viene presentando esta clásica pieza en el Teatro Auditorio Miraflores con el grupo Aqualuna, pero ésta vez, en una adaptación a ritmo de marinera limeña. El director Ricardo Morante acierta en incluir algunos números de este baile para enriquecer la puesta en escena, pero dilata demasiado la duración del montaje (con el texto adaptado, éste no puede exceder la hora de duración). Y esto se debe principalmente a la falta de ritmo con la que se desarrollan algunos cuadros (como en la primera escena de Jacoba y Nicolasa, a cargo de Analía Laos y Sofía Rebata) y a un manejo del verso pausado y afectado (como en el simpático personaje de Pulido a cargo de Jonathan Oliveros). Si “El Sargento Canuto” es considerado clásico, se le debe más a aquellos notables textos que reflejan las costumbres e idiosincrasia de aquella época, que a su sencillo y predecible argumento. Los versos son muchas veces opacados por innecesarias contraescenas, que impiden gozar de todo el ingenio de su autor. Sin embargo, Paco Varela y Daniel Zarauz logran una buena dupla como Sempronio y Canuto, valorando sus diálogos y ejecutándolos con energía y dinamismo. “El Sargento Canuto” lograría un mejor resultado si todo su elenco ajustara el paso, disminuyendo así su duración.

Sergio Velarde
05 de diciembre de 2009

sábado, 28 de noviembre de 2009

Crítica: UN BUSTO AL CUERPO


Siliconas en el tapete  

¿Una hora escuchando a tres mujeres discutiendo sobre si deben ponerse siliconas o no? ¿Podría un tema tan trillado como éste sostener la acción dramática de una puesta en escena? Pues el estreno de “Un busto al cuerpo” en la acogedora sala de Teatro Racional parece confirmarlo. A pesar de los problemas con la dirección artística del montaje (comenzó el proceso Ina Mayushin y lo completó Sergio Paris), el texto del español Ernesto Caballero tiene el suficiente interés como para convertirlo en un vehículo de lucimiento para las tres actrices participantes: Ana Pfeiffer, Angelita Velásquez y Mónica Madueño, en logradas actuaciones, cada una en su estilo.

Una conductora de radio que aspira a entrar en la televisión (Pfeiffer), decide operarse los pechos para mejorar su figura. Su mejor amiga, una profesora universitaria (Velásquez) no aprueba semejante acción, pero sí lo hace su hija (Madueño) quien finalmente cae rendida ante el placer existente en modelar su cuerpo a su antojo. Si bien la acción demora un poco en arrancar, las primeras escenas sirven para presentarnos a los personajes y plantear los objetivos que busca el montaje: satirizar sobre la obsesión de las mujeres por su aspecto físico, llegando incluso a la transgresión de sus propios cuerpos y la “aparente” facilidad de lograrlo, gracias a los avances en la cirugía estética.

La puesta en escena es limpia, ordenada y funcional, con una escenografía compuesta por cajas de madera, que hacen las veces de sillas y mesas, y que contienen los elementos que utilizan las actrices. Las escenas avanzan con ritmo seguro y la repetitiva música nunca llega a cansar. Se percibe un gran trabajo y esfuerzo por parte de las actrices, especialmente Velásquez, quien se luce en la escena del comedor con algunos tragos de más. “Un busto al cuerpo” funciona como una hilarante comedia, aparentemente frívola y ligera, pero no carente de reflexión sobre los peligros físicos y sicológicos que implica la transformación de nuestra propia imagen.

Sergio Velarde

28 de noviembre de 2009

viernes, 20 de noviembre de 2009

Crítica: LA CHUNGA


Atractivo homenaje a Vargas Llosa  

Luego de la notable puesta en escena de "Los cachorros" (adaptación de la novela corta de Mario Vargas Llosa) se estrena, esta vez, en el teatro que lleva su nombre, una pieza dramática de su autoría titulada “La Chunga”. El multifacético Giovanni Ciccia le rinde así homenaje a Vargas Llosa, dirigiendo la obra con su productora Plan 9. Escrita en 1986, la pieza tuvo su estreno de la mano del grupo Ensayo, dirigido por Luis Peirano y con la actuación de la gran Delfina Paredes en el rol principal. Y si bien su dramaturgia es sencilla (predecible para algunos), ésta logra retratar con bastante acierto y fidelidad las costumbres de la época en la que se desarrolla la acción.

En una taberna ubicada en las afueras de la ciudad de Piura en 1945, de propiedad de la Chunga, una dura y hosca mujer no desprovista de atractivo y con inclinaciones homosexuales, se reúnen con regularidad cuatro hombres a tomar licor y jugar a los dados. Pronto surge la interrogante sobre qué le sucedió a Meche, una hermosa joven que trajo un día uno de ellos, un rufián llamado Josefino. Al perder en el juego de dados, Josefino pide dinero a la Chunga, a cambio de pasar ésta una noche con Meche. Ciccia sabe sortear lo escabroso del tema para entregarnos un sólido cuadro del comportamiento humano (peruano), en el que el machismo, la desidia y la frustración hacen mella en los personajes, impidiendo su realización personal. Saltando de la realidad a la fantasía (cada parroquiano tiene su propia historia sobre el encuentro de ambas mujeres), el montaje es ágil, entretenido y muy veraz, a pesar del desnivel actoral presente.

Porque quizás para el complejo rol de la Chunga no había otra opción que llamar a Mónica Sánchez, pero finalmente resultó ser ella misma la peor intérprete que la Chunga pudo tener. Con una caracterización superficial y pobre para una actriz de su calibre (acompañada por su perenne y molesto seseo), la Sánchez mastica sus líneas sin convicción, gritando y llorando como en sus peores momentos en “Eva del Edén”. Y si su personaje finalmente se redime en la puesta en escena, es por su oficio y recorrido en estas lides. Y es que Sánchez es buena actriz (qué duda cabe), pero por ello no podemos celebrar cada vez que interpreta a un personaje en piloto automático. A su lado, el resto de actores brilla con luz propia: las palmas para Oscar López Arias (joven actor que viene destacando últimamente), quien compone un Josefino absolutamente creíble, un seductor caficho, machista y sinvergüenza. Alberick García y Carlos Solano están intachables, especialmente el primero, quien tiene una escena bastante lograda, al declararle su amor a Mechita. Emilram Cossío, en una arriesgada caracterización como el Mono, logra convencernos en las primeras escenas.

Mención aparte merece la participación de la joven actriz Stephanie Orúe en el papel de Meche. Duramente criticada por un sector de la prensa debido a su inexperiencia, lo cierto es que Orúe no desentona en el montaje. Por el contrario, interpreta a Meche con una frescura e inocencia coherentes con su personaje, nada afectada, bella, sensual y muy natural, opacando incluso a la disforzada Sánchez en sus escenas juntas. El ya famoso encuentro lésbico está resuelto con mucha sobriedad y precisión, así como las escenas con fuerte carga sexual, con una agradecida estilización por parte del director. “La Chunga” de Giovanni Ciccia no supera a “Los cachorros” de Miguel Pastor, pero sí se convierte en una puesta en escena bastante atractiva y que rinde un justo homenaje a nuestro laureado novelista, en el teatro que lleva su nombre.

Sergio Velarde

20 de noviembre de 2009

domingo, 18 de octubre de 2009

Crítica: FANDO Y LIS


Gran texto sin dirección física  

Fando y Lis son dos sufridos seres marginales que habitan un mundo destruido y apocalíptico: él sufre de esquizofrenia, dejando aflorar por momentos su personalidad más salvaje y despiadada; y ella, de parálisis, pero se aferra a la compañía de Fando para no sentirse sola. Ambos buscan infructuosamente llegar a Tar, una inalcanzable (y presuntamente inexistente) ciudad prometida, encontrando en su camino a tres singulares personajes, tan perdidos como ellos. La corrosiva pieza “Fando y Lis”, con fuertes reminiscencias al teatro del absurdo, a Beckett y su Godot, fue escrita por el español Fernando Arrabal en 1955, que incluso llegó a la pantalla grande, en medio de gran escándalo, de la mano del director Alejandro Jorodowsky. El mes pasado se presentó en el Centro Cultural del CAFAE una nueva versión de la obra, a cargo del grupo Contempo Teatro, que nos permitió revisitar esta singular y cautivante historia.

La puesta en escena de “Fando y Lis” logra transmitir la desesperación y sufrimiento en la relación disfuncional entre los dos protagonistas, consiguiendo momentos álgidos y dramáticos, secundados correctamente por el trío de personajes comparsas, que no logran ponerse de acuerdo en una acción determinada a seguir. Algunos momentos notables son el sueño de Lis (que nos anticipa su irremediable destino) y su grotesco final en manos de Fando. La incomunicación, la sordidez y la desidia del ser humano son retratadas con mucha crudeza por el elenco, pero el conjunto se resiente de una sólida dirección que permita engranar las escenas coherentemente (la dirección del montaje fue colectiva) y evitar así algunas fallas elementales, como la de no acompañar los cambios de escena con música de fondo, para evitar escuchar a los actores preparando sus elementos.

Los actores Elizabeth Duarte y Miguel Ángel Malpartida asumen con bastante dignidad y convicción los papeles principales, dotando a sus personajes de humanidad: resistencia al dolor y necesidad de afecto en ella; descontrol e inseguridad en él. Franco Guerra, Beto Miranda y Eric Otero tienen a su cargo los intrigantes personajes secundarios, que cumplen la función de aliviar la tensión generada por la esquizofrenia de Fando. A pesar de las deficiencias propias por la carencia de dirección, “Fando y Lis” vale por su genial dramaturgia y por el trabajo coral de un esforzado y talentoso grupo de jóvenes actores, que de haber contado con un director inspirado, se hubiera convertido sin duda, en uno de los mejores montajes independientes del año.


Sergio Velarde
18 de octubre de 2009

sábado, 10 de octubre de 2009

Crítica: EN EL JARDÍN DE MÓNICA


Vigencia después de medio siglo   

Escrita y estrenada en 1961 en el Club de Teatro de Lima con la presencia de las actrices Aurora Colina y Alicia Saco, “En el jardín de Mónica” fue la primera obra de la incansable dramaturga y crítica peruana Sara Joffré. A pesar del casi medio siglo transcurrido desde su creación, la pieza no ha perdido vigencia, tal como lo demuestra su último reestreno a cargo del grupo Rosa de Fuego con la dirección de Gustavo Cabrera en el Teatro Auditorio Miraflores.

La sencilla anécdota de “En el jardín de Mónica” nos recuerda la delgada línea que separa la realidad de la fantasía en los niños. En un jardín abandonado y sucio, dominado por un árbol triste y seco, habita Mónica, una mujer de edad indescifrable con múltiples personalidades, quien juega incansablemente con hojas secas y pájaros muertos, e imagina que la niña y el niño que aparecen en dicho lugar son una ratita y un príncipe, respectivamente. La terca y convenida imaginación de Mónica contagia pronto a la perspicaz niña. Y luego ésta al niño, cuando Mónica es retirada abruptamente de sus dominios.

El director Gustavo Cabrera plantea un espacio de tonos ocres, desordenado y algo recargado pero funcional, y prefiere estilizar a sus personajes, como esa Mónica bien peinada y con su vestido planchado. El texto es interpretado correctamente y enriquecido con divertidos momentos, gracias al inspirado elenco. Buen trabajo actoral de Daisy Sánchez en el papel principal (quien regresa a las tablas luego de un prolongado periodo de tiempo), logrando destacar en mayor medida en sus diálogos con sus compañeros de escena, que en su monólogo inicial, debido a una saturada propuesta de luces y sonido que por poco boicotean la poesía del texto. Ruth Vásquez y el mismo Cabrera resultan intachables como los niños, aportando la cuota de ingenuidad y ternura necesaria.

Tal vez el mayor acierto de la presente puesta sea el haber respetado el texto original, sin traicionarlo en su pase al escenario. Y es que Sara Joffré no sólo transmite sensaciones en los diálogos, sino también en las acotaciones de su texto, como en la lograda presentación de Mónica. “Es una niña que podría tener hasta ochenta años, que es la máxima edad que puede tenerse. Ella no sabría decirnos tampoco cuántos años hace que está aquí. Es ágil. Delgadita. Nerviosa. Con una lamparita encendida dentro de cada ojo. Ahora está jugando. Juega incansablemente. No se detiene nunca. No puede detenerse. Ah, pero es la voz de Mónica lo importante. Eso es lo que realmente es Mónica: una voz. Envejece. Crece. Se hace pequeñita. Es agria y cortante. Es dulce. Es amarga. Retiene. Aleja. Nos acompaña, o nos deja terriblemente solos. Y luego están sus manos y su risa: la risa de Mónica no puede escucharse sin que produzca desazón, desconsuelo o el sentimiento de sentirnos abandonados en un lugar donde todos hablan un idioma que no entendemos y nos rodean miradas hostiles, impúdicas; las manos de Mónica no pueden olvidarse si se las ha visto mintiendo alguna vez. Nada más.”

“En el jardín de Mónica” continuará presentándose en diversos espacios y bien vale la pena apreciar este buen montaje y revisitar un texto muy vigente a pesar del tiempo transcurrido.

Sergio Velarde
10 de octubre de 2009

domingo, 4 de octubre de 2009

Crítica: ACHIKÉE, LA TIERRA SECA


Nuestro divertido espectáculo ecológico  

Sumándose a la necesaria campaña ecológica para preservar nuestro medio ambiente, se viene presentando en el Centro Cultural CAFAE-SE, la obra infantil Achikée, la tierra seca, escrita y dirigida por Ismael Contreras y producida por el grupo Palosanto. El espectáculo es una adaptación de la conocida tradición oral andina rescatada por José María Arguedas, que busca incentivar en los pequeños la defensa y el cuidado del medio ambiente, teniendo como principal atractivo las canciones y bailes en vivo, a cargo de la troupé de actores.

La bruja Achikée, que nace como resultado de la contaminación de la tierra, busca conseguir el calor que les puede proporcionar dos niños "semillas de maíz", quienes logran huir de ella gracias a los coloridos y simpáticos animales de nuestra sierra. A pesar del espacio alternativo que cuenta el grupo (la sala de cine del CAFAE), la utilización de vistosos vestuarios y cuidadas máscaras consigue aportarle vida propia a los variados personajes, especialmente a la lograda caracterización de la bruja Achikée. Y es en este personaje en donde radica la novedad de la obra: Achikée no es en realidad mala de por sí, sólo existe como consecuencia de los cambios climáticos producidos por la contaminación del hombre. Por lo tanto, la búsqueda del calor perdido se vuelve entendible para el espectador, así ponga en riesgo a los niños protagonistas.

Los actores Emilio Benavente, Julio César Delgado, Enrico Méndez, María Gracia Mires y Angie Rodríguez, todos ellos con estudios en la Escuela Nacional de Arte Dramático, cantan en vivo y bailan las alegres canciones de la puesta en escena acompañados por instrumentos andinos, contagiando su alegría a los más pequeños, quienes se vuelven cómplices de la trama. “Achikée, la tierra seca” es un espectáculo para toda la familia, no sólo ameno y entretenido, sino que contiene un mensaje que todo niño debería apreciar.

Sergio Velarde

4 de octubre de 2009

sábado, 26 de septiembre de 2009

Crítica: LOS CACHORROS


Excelente adaptación de un clásico literario  

¿Quién no leyó alguna vez “Los cachorros” y no se sintió profundamente conmovido con la historia de Pichula Cuéllar, un niño miraflorino castrado por un perro allá por los años 50, que debió adaptarse a vivir en una sociedad conservadora al lado de sus amigos, todos ellos ávidos de emociones y nuevas experiencias? Pues, luego de algunos años, el director Miguel Pastor reestrena su versión del clásico literario de Mario Vargas Llosa en el Centro Español del Perú, logrando un montaje ágil y entretenido, y sobre todo, respetando en gran medida la riqueza del texto original.

Hace unos días abordé, en el comentario de una puesta en escena, el tema de la trascendencia en el teatro, de si era necesario o no el dejar una huella indeleble en el espectador luego de apreciar un montaje teatral. Y lo cierto es, que cada obra se concibe de diferentes maneras, aborda diversos temas y plantea objetivos variados, por lo que los niveles de trascendencia de un espectáculo teatral pueden variar. En el caso de “Los cachorros” (adaptación de Miguel Pastor y Carmela Izurieta), el público se hace cómplice de la historia de Cuéllar y sus amigos, y esto sabiendo de antemano en qué acabará la historia. Contando sólo con algunos cubos, una mesa, un par de sillas y un notable desempeño actoral, Pastor consigue un montaje limpio, entretenido y conmovedor, sin traicionar el espíritu del original.

Algunos detalles que afinar en la puesta en escena: la voz en off de los padres de Cuéllar podrían ser interpretadas “en vivo” por alguno de los actores fuera de escena, pues la pista grabada crea algunos segundos vacíos durante el diálogo en el ritmo del actor. Los cinco intérpretes protagónicos tienen seguridad y destreza en escena, pero no deben descuidar el hecho de romper los cuadros en neutro al unísono, para buscar así la precisión (sobre todo en el caso de Mañuco, quien parece adelantarse siempre). A destacar la actuación de Juan Carlos Pastor en el difícil papel de Cuéllar, muy creíble y vital desde su timidez y engreimiento inicial, hasta su posterior y descontrolado deterioro. Lo acompaña un sólido grupo de actores: Germán Loero, Diego López, Miguel Torres-Böhl y Luis Alberto Urrutia, quienes relatan y teatralizan la historia al público. Si bien es cierto se trata de una puesta en escena servida para el lucimiento de los caballeros, el grupo de actrices se convierte en algo más que un mero elemento decorativo. Todas destacan en los números musicales y definen bien sus diversos roles, especialmente Giselle Collao como Teresita. “Los cachorros” trasciende, cautiva, alegra y conmueve y, así como su versión literaria, resulta de revisión obligatoria.

Sergio Velarde
26 de septiembre de 2009

viernes, 25 de septiembre de 2009

Crítica: ISMAELA Y LOS CAMINOS DEL JUEGO


Regreso al “Pueblo que no podía dormir”  

El veterano grupo Cuatrotablas, con más de 30 años en la escena local, retoma un montaje estrenado en la convulsionada década de los 90 titulado “El pueblo que no podía dormir”, en el que vivíamos aún bajo la amenaza terrorista. Casi veinte años después llega “Ismaela y los caminos del juego”, un unipersonal basado en dicho espectáculo y dirigido por Mario Delgado, presentándose de manera itinerante en los Auditorios de la Asociación Cultural Peruano Británica. Ismaela es una niña ya crecida, que armada de una gran imaginación, sale de un ropero para jugar a la misma historia, pero esta vez con la ayuda de varios muñecos.

El montaje juega con varios personajes, identificados no sólo por los muñecos, sino por el trabajo corporal de la actriz, quien asume las distintas personalidades conforme avanza la historia. A pesar de lo incómodo que pueden resultar los Auditorios del Británico (especialmnete el de San Miguel), se utilizan todos los niveles, logrando aprovechar eficientemente el espacio del escenario. Algunas simbolos presentes en el montaje, como las banderas peruanas cortadas a la mitad en los costados del ropero, refuerzan el mensaje de la obra, de la patria dividida por conflictos políticos y sociales, y en donde los débiles son los que siempre resultan los más afectados.

A destacar la limpia labor de Antonieta Pari, actriz perteneciente a la Quinta Generación de Cuatrotablas y co-autora del presente montaje, quien realiza una intachable performance en escena, representando con bastante precisión a los variados personajes de la historia, utilizando eficientemente los elementos escenográficos y el vestuario, y creando ambientes utilizando sólo su cuerpo y su melodiosa voz. “Ismaela y los caminos del juego” es un sólido espectáculo que nos devuelve la memoria sobre aquellos aciagos días en los vivíamos en una ciudad que, literalmente, “no podía dormir”.

Sergio Velarde
25 de septiembre de 2009

domingo, 20 de septiembre de 2009

Crítica: MUJERES


Una guerra de los sexos interactiva

El tan trillado tema de “la guerra de los sexos” se puede apreciar hasta el hartazgo dentro del ambiente teatral: desde las divertidas comedias de Oswaldo Cattonne hasta las peripecias de singulares personajes dentro de un bus en movimiento, pasando por innumerables piezas de todo calibre, en el que se nos restriega en la cara que la mujer debe ser considerada a la par del hombre y que el machismo ya pasó de moda. Muchas veces cayendo en lugares comunes o en montajes tan fallidos, que hasta provoca llevarles la contraria. Es por ello que resulta muy saludable el estreno de Mujeres en el Club de Teatro de Lima, catalogado como un “show” teatral, en el que seis actores recrean los mismos “sketches” de siempre, pero imprimiéndoles frescura y aires nuevos tan necesarios en nuestra cartelera teatral limeña.

Las escenas se suceden sin parar, manteniendo un ritmo parejo. Y si bien son cuadros predecibles y vistos mil veces, la participación constante del público en las secuencias, el uso de coloridos elementos escénicos y el evidente agrado de los actores por su faena, vuelven positivo y muy entretenido al resultado final. Le debemos también al director Paco Caparó (siempre en la búsqueda de novedades), el haber estrenado un espectáculo con banda en vivo ¡en el Club de Teatro de Lima! Que recuerde, en muy contadas oportunidades durante los más de 50 años de trayectoria de la Escuela de Teatro del Sr. D’Amore, se optaba por utilizar música y voz en vivo en escena. Si bien los actores no son cantantes profesionales, el sólo hecho de prescindir de pista grabada y entonar correctamente las voces, convierten a este y a cualquier espectáculo en impagable. Dos momentos notables de la puesta: las hipócritas amigas se reúnen para conversar y rajar cada una de la otra; y el “hábitat” preferido de las mujeres analizadas por un científico machista.

A pesar del título de la puesta en escena, son los caballeros quienes muestran mayor seguridad y aplomo en el escenario: Renato Pantigozo, Jhosep Palomino y Gerardo Cárdenas saben disimular los baches en escena (inevitables por tratarse de un espectáculo en vivo basado en la improvisación), haciendo uso hábilmente de su capacidad como improvisadores. Las señoritas Andrea Fernández, Ivonne Trujillo y Cintia Díaz del Olmo lucen algo acartonadas e inseguras por momentos, pero logran cerrar el montaje dignamente con monólogos inspirados (supuestamente)en sus propias experiencias, y si bien con cierto tufillo moralista, por lo menos consecuentes con la propuesta inicial de reivindicar a las féminas dentro de un universo mayoritariamente machista. “Mujeres” es un agradable espectáculo interactivo bastante recomendable.

Sergio Velarde

20 de setiembre del 2009

sábado, 19 de septiembre de 2009

Crítica: PUNTO CIEGO


Nada es lo que parece  

¿Cuándo se puede afirmar que una obra es trascendente? Acaso cuando el espectador siente que empieza una nueva vida luego de su visionado, acaso cuando el drama aborda temas sustanciales y “de fondo” que incumben a toda la raza humana, o acaso cuando al caer el telón resulta imposible retirar de la retina todo lo que hemos presenciado. El hecho es que el tema de las llamadas obras “trascendentales” abarca demasiados aspectos que aceptan múltiples interpretaciones. Y traigo este concepto a colación, luego de apreciar el nuevo montaje de Teatro Racional titulado “Punto ciego”, escrito por Claudia Sacha y dirigido por Carlos Acosta.

Las comparaciones resultan odiosas, es cierto, pero no puedo dejar de comentar que luego de ver la obra en cuestión, me sentí exactamente igual que al término de la función de "Solo dime la verdad", estrenada el año pasado en el CAFAE, escrita por Daniel Dillon y dirigida por el mismo Acosta. Esto fue lo que pensé: “La obra está bien actuada, bien escrita, bien dirigida, entretenida… pero, ¿y qué más?” ¿Es que acaso una obra teatral, para ser considerada “buena”, debe remecer al espectador y hacerlo reflexionar exhaustivamente sobre el aspecto que aborde? Personalmente, opino que no. Cada obra teatral, desde la dramaturgia hasta la dirección, deben estar encaminadas hacia un objetivo claro. Y si sólo se busca entretener, pues se trata de un objetivo muy respetable, que por cierto, muy pocas obras logran cumplir a cabalidad. Y “Punto ciego”, definitivamente, lo logra. Tanto Dillon como Sacha son dramaturgos contemporáneos, que buscan retratar, cada uno a su manera, nuestra turbia realidad desde lo cotidiano.

“Punto ciego” nos sitúa en la apartada morada de Agustín, un invidente que convive con su hermana Micaela y su enfermero Ernesto. En un inicio, la relación entre Agustín y la guapa Micaela resulta perturbadora, pero luego nos daremos cuenta que nada es lo que parece. Envueltos en la realidad en un perverso juego sexual, Agustín y Micaela tratarán de hacer participar en éste al noble personaje de Ernesto. La obra pudo haber seguido otros derroteros si Ernesto entraba de lleno en el juego, pero su negativa frustra un conflicto mayor y por ende, un final mucho más inquietante del que presenciamos.

Carlos Mesta, en el papel de Agustín, alcanza los momentos dramáticos con bastante fluidez, pero su invidente aún no resulta del todo creíble. Inclusive, conforme avanzaba esta trama de mentiras, podía suponerse que no se encontraba ciego en realidad. Sorprende la madurez de Nidia Bermejo en el papel de Micaela, quien resulta provocadora y sensual en las primeras escenas, para luego no desentonar en su transformación en la última parte. Tal vez este complejo papel estaba destinado a una actriz mayor, pero Bermejo lo asume sin tacha. A Tommy Párraga, como el enfermero Ernesto, no se le puede exigir más en un papel menor, que lo ejecuta con precisión y discretamente.

“Punto ciego” podría no tener una profunda trascendencia en los espectadores, pero sí que es un digno montaje, con ciertas fallas técnicas propias de cualquier estreno, pero que no ensombrecen los logros alcanzados por sus artífices, como por ejemplo el eficiente aprovechamiento del espacio que ofrece Teatro Racional.

Sergio Velarde
19 de septiembre de 2009

Crítica: ESPERANDO LA CARROZA


Tragicómica historia de familia disfuncional   

Jacobo Lagsner, dramaturgo rumano-uruguayo, estrenó en 1962 una de las comedias costumbristas más clásicas en Latinoamérica, titulada “Esperando la carroza”. Y adaptó también su versión cinematográfica en 1985, con actores como Darío Grandinetti y China Zorrilla, consiguiendo un gran éxito. En nuestro país, el director Alberto Isola estrenó en agosto en el Teatro La Plaza ISIL su propia versión, logrando un divertido espectáculo, no carente de una certera crítica hacia la absurda hipocresía de nuestra clase media. La inexplicable desaparición de Mama Cora, abuela de una peculiar y disfuncional familia, provoca numerosos enredos y confusiones durante un domingo familiar, mientras los tres hijos y sus coloridas esposas, no atinan a encontrar la solución más sensata y se revelan ciertos secretos que generarán el caos familiar.

El cinismo y la hipocresía dentro del núcleo familiar es el generador de todo tipo de conflictos y situaciones descabelladas, pues diferentes personalidades deben aprender a coexistir dentro de un mismo espacio. La familia no se escoge, con ella se nace. De ahí que los variopintos personajes que deambulan por el escenario en “Esperando la carroza”, nos deleitan con una historia que, en el mejor de los casos, debería hacernos reflexionar más que reír. Isola, buen actor y mejor director, consigue sacar provecho del elenco que cuenta y potencia sus interpretaciones, logrando ingeniosos y jocosísimos cuadros de familia pletóricos de un incisivo humor negro.

Mario Velásquez, Ricardo Velásquez y Bruno Odar interpretan con bastante veracidad a los hijos de Mama Cora (y constituye también un homenaje de los hermanos Velásquez a su padre, don Carlos Velásquez, quien dirigiera la obra hace ya varios años en el Parra del Riego con Haydeé Cáceres y Reynaldo Arenas). Pero quienes se lucen realmente son las esposas de estos disfuncionales hermanos, a cargo de tres formidables actrices de diferentes edades y registros: Jimena Lindo, Norma Martínez y Ana Cecilia Nateri, quienes consiguen las mejores escenas de la puesta. El resto de actores (entre quienes figuran las notables Delfina Paredes y Magali Bolívar) tiene a su cargo una serie de personajes menores, sin mayor desarrollo dramático, pero interpretados sin tacha. “Esperando la carroza” puede parecer un montaje demasiado sencillo para el calibre de los actores participantes, pero es en realidad un sólido homenaje al teatro costumbrista que retrata con acierto nuestra propia idiosincrasia.

Sergio Velarde

19 de setiembre de 2009

domingo, 13 de septiembre de 2009

Crítica: TEREZA


A medio camino entre el cuento y el drama

Se estrenó en agosto, en la Asociación de Artistas Aficionados (AAA), la obra Tereza, a cargo del grupo Pasión Mystica, escrita y dirigida por Martín Abrisqueta, que nos presentó la historia de una princesa embrujada, que nunca encontrará el verdadero amor, pero termina casada con un plebeyo por error. Pero a pesar de ello, no se trató de un montaje dirigido a un público infantil, pues la trama también involucró a la vida del escritor de dicho cuento, quien se inspiró en su propia vida para escribirlo. Si bien ambas historias paralelas le pudieron otorgar mayor vuelo al montaje, la ejecución de algunas secuencias (algunas demasiado dilatadas y otras demasiado confusas) perjudicó el resultado final, aunque sin restarle el interés por completo.

Los universos paralelos: el mundo de fantasía narrado por un Sapo y la dura realidad de su escritor, lucen convincentes, excepto cuando dentro del cuento se cuelan elementos de nuestra realidad (los pintorescos personajes usan celulares y navegan por internet), lo cual genera la risa del público, es cierto, pero empaña la fantasía que se buscaba conseguir. El Sapo tiene monólogos demasiado largos, que podrían ser compensados con la utilización de más elementos en escena, además del juego de sombras. Se podría también incluir rasgos o características más definidas para los mismos personajes en ambos planos de la realidad, sobre todo al ser interpretados por diferentes actores. La publicidad de "Tereza" debe ser más clara al definir el estilo del montaje, para evitar la asistencia de niños que esperan otro tipo de espectáculo y que a la larga perturban la atención del mismo. Para ser el primer trabajo de Abrisqueta como autor y director, el resultado final es bastante aceptable, teniendo en cuenta el material humano con que cuenta y que viene afianzándose como un sólido grupo.

A destacar en el elenco a Santiago Moreno como el Sapo, quien logra salir airoso de la difícil tarea de mantener la atención con un texto excesivamente narrativo. Jacqui Chuquillanqui diferencia bien sus personajes: es divertida y exagerada como la paródica bruja Egolia, pero también es conmovedora y sincera como la esposa del escritor, siendo su canto en vivo uno de los momentos más íntimos y logrados del montaje. El resto del elenco no desentona y son creíbles dentro de la historia, interpretando diversos roles: Josse Fernández, José Medina, Javier Quevedo, Azucena Prieto y especialmente Luz Barrios en el rol protagónico. “Tereza” necesita ajustes en la dramaturgia y mayor vuelo de los elementos en escena para darle mayor agilidad y claridad a este digno primer intento de Abrisqueta y Pasión Mystica por generar sus propios productos teatrales.

Sergio Velarde

13 de septiembre de 2009

sábado, 29 de agosto de 2009

Crítica: CONCIERTO FUGAZ PARA UN SOL DORMIDO


Las infinitas posibilidades de las sombras  

A lo largo del tiempo, las sombras siempre han fascinado al hombre, pues trascienden lo que nuestros sentidos pueden percibir. Como en la prehistoria, cuando los primitivos seres humanos las hacían frente a las fogatas dentro de sus cavernas. Éstas adoptan diversas formas y tamaños; hacen referencia a nuestra realidad, pero de manera trucada e inestable, por su intrínseca deformidad y abstracción. Las sombras invitan a la imaginación, a la magia y estimulan nuestra fantasía, pues insinúan sin dejar nunca ver, pues ellas permanecerán siempre en un plano ajeno, ajeno a nuestra realidad. Las sombras nos trasladan entonces, a un mundo fantástico, irreal, en donde se mezclan felizmente nuestros miedos, alegrías, sueños y pasiones.Es por ello, que las sombras siempre serán protagonistas de historias con fuerte carga fantástica, como en el caso de la puesta en escena de “Concierto fugaz para un sol dormido”.

El espectáculo está dividido en tres “tiempos”. En el primero, titulado “Canción de cuna para el recuerdo de un tiempo”, acompañamos a un anciano en su último viaje en bicicleta a través de sus recuerdos. En “Viento” asistimos a un divertido concurso de cometas en un barrio popular. Y en “La corrida”, el tercer tiempo y probablemente el más logrado, asistimos a una fiesta taurina, en la que el torero le tiene terror a un particular toro en dos patas. Estos tres cuentos de creación colectiva, alternan las sombras con los propios cuerpos de los “sombristas”: Helijalder Capristano Flores, Marie-Eve Lefebvre y Roger Méndez Águilar (quienes se encargan de la dirección y creación plástica del montaje), acompañados de títeres, múltiples pantallas, juego de luces y un retroproyector.

La agrupación peruano-canadiense El Cantar del Cárabo realiza un gran trabajo aprovechando las enormes posibilidades que ofrecen las sombras en toda su variedad. Perfeccionando y puliendo cada detalle aún más, como cuidar que ningún telón se mueva de su lugar, centrar las sombras de manera precisa en la pantalla y no permitir ningún resquicio por donde se pueda filtrar la luz, el grupo logrará que ningún espectador (especialmente los niños) pierda la magia que emana el montaje. "Concierto fugaz para un sol dormido" es un espectáculo muy recomendable, que se presenta actualmente en el Teatro de la Alianza Francesa de Miraflores los fines de semana.

Sergio Velarde

29 de agosto de 2009

sábado, 8 de agosto de 2009

Crítica: EL MARQUÉS DE MANGOMARCA


Los problemas del espacio escénico  

El escenario que brinda el Auditorio del Centro Cultural Ricardo Palma en Miraflores le impone al director de cualquier puesta en escena que se presente en ese lugar, una serie de dificultades que de ben ser resueltas con creatividad. Un enorme ecran como telón de fondo, la ausencia de salidas por detrás del escenario y un piano en uno de los extremos: un espacio muy similar al que ofrece la Casa de España, salvo que el Ricardo Palma le gana en ancho, pero no en profundidad. En el caso de “El Marqués de Mangomarca”, comedia escrita por Sergio Arrau y dirigida por Carlos Rubín, los inconvenientes del espacio le ganan a la propuesta estética, agravada por los colores principales del vestuario, a pesar de tener entre manos una farsa muy divertida, aunque irregularmente interpretada.

Como en todo buena comedia de Arrau, lo absurdo prima, ya sea en la descabellada situación o en sus hilarantes personajes, rematado en esta oportunidad con textos clásicos en los momentos precisos. En la lejana provincia de Mangomarca, el Marqués (Reynaldo Arenas) y el Conde (Luis Alberto Sánchez) hacen una apuesta para demostrar sus dotes seductivas en una joven aspirante a monja (Carolina Infante) y en una mujer que porta un molesto cinturón de castidad (Edith Tapia). Pero esta apuesta se comprende recién durante el desarrollo de la obra, pues en la primera escena (clave para el arranque de una buena comedia) las fallas con la dicción y el volumen de voz de Arenas y Sánchez impiden su total comprensión.

El director Carlos Rubín debe percatarse que algo no marcha bien, al obtener los personajes secundarios las risas y aplausos del público. A destacar en el elenco a Mirta Urbina, quien le saca provecho a su corta estatura para interpretar a la divertida criada. También Jeffrie Fuster se roba las escenas en las que aparece como el demonio amanerado invocado por el Marqués, con energía, precisión y un sorprendente oficio que lo vuelve el centro de atención, a pesar de compartir escenas con Reynaldo Arenas, quien luce algo perdido en determinados momentos. Pero es Úrsula Kellenberger, una actriz con un notable registro para la comedia, quien sobresale en sus dos papeles: como la madre superiora del convento y como Yocasta, la madre gaucha del Conde.

“El Marqués…” cumple la función de entretener, pero se resiente de un pobre diseño escenográfico y de vestuario. Los colores azulinos del vestuario no combinan con las maderas de los biombos, restándole puntos en el aspecto visual. Si no se puede cubrir todo el ecran con telones, es preferible no hacerlo, que esconderlo a medias. El piano es hábilmente integrado al montaje, acompañando el montaje con melodías interpretadas por Jairo Betancourt. La historia de los cuatro personajes principales debe ser interpretada con mayor energía, para disfrutar planamente este ingenioso texto de Sergio Arrau.

Sergio Velarde
08 de agosto de 2009

jueves, 30 de julio de 2009

Crítica: GRIEGAS. MALDITAS. GRIEGAS.


Los problemas de la auto-definición  

Todo espectáculo teatral debe primero definirse así mismo para poder salir a escena, antes de ser apreciado por el público. Es una regla de oro que todo grupo, director o creador debe tomar en cuenta. En el caso de “Griegas. Malditas. Griegas.” presentada actualmente en el Teatro Mocha Graña, esta indefinición le cuesta caro al director del proyecto Emilio Montero, quien en el blog oficial de su obra (de impecable presentación, por cierto) escribe sus variados puntos de vista, que lejos de echar luces sobre su creación, la torna difusa e incoherente.

Vayamos por partes: en su primera entrada, el 14 de mayo, Montero presenta su creación como un Taller Montaje, en el que realiza una invitación abierta a todas aquellas actrices que deseen explorar los personajes femeninos de la mitología griega, haciendo énfasis en sus características de víctimas y victimarias por las circunstancias en las que les tocó vivir. Como todo Taller, la muestra final será el resultado del trabajo de exploración por parte de los participantes, que debe ser apreciado y, por qué no, evaluado como lo que es: un Taller. Es decir, que tanto pudo conseguir el profesor (ojo, no director) con sus alumnos durante el proceso, para poder así medir los avances de cada uno. ¿Será entonces ”Griegas…” la muestra final de este Taller? ¿O entender Taller como un Laboratorio?

Por otro lado, la definición que acompaña al título del Blog reza así: “Espectáculo teatral en proceso de experimentación”. Pero, ¿acaso no es cierto que todas las obras teatrales se encuentran en un proceso constante? La evolución y el crecimiento de una puesta en escena siempre estarán presentes a lo largo de las funciones y es casi seguro, que aun habiendo terminado la temporada, su techo aún no habría sido alcanzado. Por último, (y este es el detalle más saltante y preocupante) en la entrada del 15 de junio, Montero afirma que el estreno OFICIAL de su obra será en OCTUBRE. Entonces, ¿cómo definir el presente “Griegas…”? ¿Una temporada de pre-estreno? ¿Ensayos pagados con público? Sea como fuere, el dato del futuro estreno OFICIAL no figura en el programa de mano que se le entrega al público, sólo en el blog. Y en la invitación para la presente temporada se le menciona como un “estreno”. En resumen: “Griegas…” se encuentra en un nebuloso (y peligroso) limbo, que necesita con urgencia que su creador adopte una postura firme, que le da la definición que tanto le urge al montaje.

Al no saber con precisión la naturaleza del espectáculo, se hace difícil ensayar una reseña: “Griegas…” combina monólogos de seis actrices, quienes interpretan a personajes mitológicos, con secuencias de danza que unifican las historias. En términos generales, al espectáculo le falta aún mucho camino por recorrer. Como todo estreno, los nervios hacen mella en la ejecución escénica de las participantes. La que mejor supo hacerle frente fue Jazmín Londoño como Medusa, quien logró emocionar con sus líneas llenas de fuerza y matices. Le sigue Yasmin Loayza, quien asumió con bastante energía su monólogo, aunque dicha energía disminuyó al interactuar con sus compañeras. Paola Ubillus muestra seguridad en su participación, pero la falta de matices la vuelve muy lineal y monótona. El vestuario favorece a algunas, como a la guapísima y muy bien conservada Gabriella Billotti; pero le arruinó el monólogo a la veterana Mariella Trejos, quien tenía que hacer malabares para no tropezarse con su vestido. Sobre la participación de Susan León, quien entró a reemplazar a Paula Marijuán días antes del estreno, hay que destacar su constancia y profesionalismo en estos últimos años. Pero debe decirse que para la Reina Helena, Susan era la menos indicada para interpretarlo, tomando en cuenta su voz y físico, sumados a un vestuario que rozaba la vulgar, especialmente en la coreografía inicial. Sobre las secuencias de danza, éstas lucen muy pobres, poco estéticas y para nada sincronizadas. Las repeticiones constantes de los mismos pasos hacen más evidente esta situación, que debe ser remediada prontamente por el coreógrafo y el director.

En la entrada titulada "A quién complacer", el director Emilio Montero afirma no tener ni la astucia ni el arte para asumir el riesgo de “mostrarse en público”. Y admira a quienes lo hacen. ¿Pero quiénes son los que enfrentan las opiniones de los demás al salir a escena? PUES TODOS AQUELLOS QUE HACEMOS TEATRO. Y Emilio Montero, así diga lo contrario, no es la excepción. ¿Acaso pretende que sus montajes sean intocables e inobjetables, sin estar sujetos a juicios de valor por parte del público y gente de teatro? Apenas suena la tercera llamada, el espectáculo pasa a ser del dominio público, le guste o no. Y obviamente no obtendrá las mismas apreciaciones de personas que hayan visto, inclusive, la misma función. Porque de eso es lo que se trata el ARTE. El arte es polémica. Siempre lo ha sido y lo será.

Y el que Montero se muestre reacio a las críticas (sugiriendo que aquellos a los que no les guste su obra son "sombras inconformes y frustradas, que miran desde la acera de enfrente", según el blog) no le ayudará a mejorar sus continuos intentos de dirigir espectáculos teatrales. No tuvieron suerte ni su propia versión de “Bernarda Alba” (con un incomprensible cambio de género en las hijas de Bernarda) ni la puesta en escena de “Algún día trabajaremos juntas” (sin conseguir que tres veteranas actrices se escucharan en escena). Pero sí acertó con su adaptación de “El enfermo imaginario”, gracias a que él mismo asumió el papel principal: recordemos que Emilio Montero es, ante todo, un extraordinario actor. Y su emblemática actuación en “Tiernísimo animal” aún permanece en nuestra memoria, a pesar de los años transcurridos. ¿Se imaginan si Emilio hubiera utilizado el tiempo invertido en “Griegas…” para ensayar su tan esperado regreso a los escenarios?

Ningún artista puede pretender el complacer a todos. Pero tampoco, a nadie más que él mismo. El público está ahí, como último juez de todo el proceso creativo. Todos trabajamos para él. Siempre es positivo escuchar las opiniones de los demás, nunca temerles. Y debe entenderse la crítica como el único camino para mejorar el producto que tenemos en nuestras manos.

Sergio Velarde
30 de julio de 2009

sábado, 18 de julio de 2009

Crítica: MORIR


Un año caótico para Sergi Belbel  

Terminó hace poco la temporada de “Móvil” en el Teatro El Olivar de San Isidro y ya se anuncia el inminente estreno de “Caricias” en la Alianza Francesa. Ambas piezas le pertenecen al autor y director español Sergi Belbel, al igual que "Morir", estrenada en las AAA en su 71º aniversario y dirigida por la suiza Marianne de Pury. Debemos reconocer lo interesante que es la dramaturgia de Belbel (no por nada se volvió un autor recurrente en este año), tan inspirado para retratar con sarcasmo e ironía las relaciones humanas; como también la agilidad otorgada por la directora a una obra de dilatada duración (14 escenas en 2 actos), a pesar de un evidente desorden en su ejecución escénica.

“Morir” nos describe como la Muerte se hace presente de manera aleatoria en la vida de 14 personajes y como un pequeño aunque significativo giro argumental, la vuelve errante y en reversa, hasta encontrar su víctima final en aquel que inició la racha. De Pury, quien también es responsable de la adaptación del texto, cambia las reglas propuestas por el autor para convertir esta versión de “Morir” en una comedia negra muy entretenida, con un repetitivo lamento muy celebrado por el público, cada vez que un personaje muere, pero que banaliza finalmente a la Muerte, restándole el peso dramático que el autor buscaba. Y este aspecto se nota claramente en las escenas que dan inicio y final a la obra (en la que se discute la importancia que tiene la Muerte en nuestras vidas), pues parecen no encajar con el resto de la puesta en escena.

“Morir” inicia con un guionista de cine, quien le cuenta a su mujer su última idea para una película. El tema es evidentemente la Muerte, que se convierte en su destino final a raíz de un paro cardiaco. Aparentemente. Pues la imagen del guionista hace apariciones constantes durante el resto del montaje, mientras deambulan los demás personajes: un heroinómano y su hermana, una niña y su madre, un paciente y su enfermera, una alcohólica, un motociclista y dos policías, una víctima y su asesino. Esta omnipresencia del guionista hace suponer que el resto de la historia es sólo ficción, convirtiéndola en un divertido juego escénico, pero nada más que eso.

En cuanto a las actuaciones se debe destacar a los jóvenes Mariananda Schempp y Rodrigo Palacios, quienes logran ser muy creíbles cada uno en su doble papel. Especialmente la primera, quien les da la justa réplica a actores tan consumados como Enrique Victoria y María Laura Vélez. Sorprende la poca energía y falta de matices en una actriz de enorme potencial como Gabriela Velásquez. Haysen Percovich y Ximena Arroyo aportan toda la dignidad que pueden en sus roles y en esas escenas claves tan discursivas y narrativas.

La puesta en escena es ágil, entretenida y amena, pero caótica por algunos pequeños detalles que a la larga se vuelven descomunales:

El color rojo, presente en las medias del guionista y en la ropa interior del heroinómano hacía suponer que dicho color sería el característico de las víctimas, sin embargo ¿por qué no se utilizó este simbolismo para el resto?

Si en algunas escenas se utilizaban ciertos elementos como vasos, botellas, jeringas, etc., ¿por qué en otras se trabajaba con elementos imaginarios y de manera tan primaria?

La inversión horizontal, como si fuera el reflejo del espejo, resulta notable en el séptimo cuadro, ¿pero entonces por qué no se hizo lo mismo en la escena del hospital?

Los actores deambulan de manera visible por el foro antes de iniciar su escena, o al terminarla, sin ningún orden u objetivo particular. Entonces, ¿por qué la madre de la niña caminaba de espaldas antes de iniciar la suya?

“Morir”, en medio del desorden que su directora no pudo controlar, se convierte en un entretenido espectáculo, pero sin la contundencia que el tema ameritaba.

Sergio Velarde
18 de julio de 2009

lunes, 6 de julio de 2009

Crítica: COPENHAGUE


Drama intenso sobre mecánica cuántica y física atómica 

“A todos les digo que, antes de entrar a ver esta obra, deben tomarse un buen café. Hay que verla descansado. Es una obra que reivindica el placer que hay en lo intelectual”, nos dijo la directora Marian Gubbins en una entrevista realizada por El Comercio, unos días antes de estrenar el premiado drama “COPENHAGUE” de Michael Frayn en La Plaza Isil. ¿Cómo habrían interpretado los virtuales asistentes a este espectáculo estos necesarios requisitos que exponía la propia directora? Quizá los menos reflexivos habrían optado por “perderse” una obra en la que no comprenderían nada y quedarse a dormir en casa. Lo cierto es que, sin prejuicios de por medio, esta pieza dramática ganadora del Premio Tony en la que tres personajes dialogan sobre la bomba nuclear en un escenario con sólo tres sillas durante 1 hora y 45 minutos, logra finalmente envolvernos en su atmósfera, siempre y cuando se hayan seguido estrictamente las instrucciones de la directora.

“COPENHAGUE” expone la compleja relación entre dos hombres de ciencia, una relación que puede ser ya sea fraternal, entre padre e hijo o entre maestro y pupilo, en medio de la Segunda Guerra Mundial. Y si bien es cierto, la política los divide y el lenguaje científico que emplean les sirve de salvavidas para continuar la charla, el tema central es el encuentro de dos seres humanos llenos de memorias, afectos y rechazos. Además, estos hombres no son dos científicos ordinarios: son el físico danés Niels Bohr (Alfonso Santistevan) y el matemático y físico alemán Werner Heisenberg (Gerardo García Frkovich) , cuyo trabajo fue fundamental para la creación de la bomba nuclear, estando ambos en diferentes bandos durante la guerra. Este encuentro se realizó en Copenhague y la conversación de la que somos testigos es sólo una especulación de lo que en realidad pudo suceder. En medio de ellos, la esposa de Bohr, Margrethe (Bertha Pancorvo) es el necesario nexo entre estos dos hombres muy competitivos entre sí, pero que en el fondo se admiran y quieren.

Muy al estilo de “A puerta cerrada” de Sartre, de entrada caemos en la cuenta que estamos ante una reunión de espectros, que teatralizarán esta conversación en varias oportunidades para encontrar respuestas a las interrogantes planteadas. Es cierto que la dilatada duración de la puesta en escena puede cansar al espectador poco acostumbrado a este estilo de teatro. Pero es en el fondo, buen teatro. Y una dramaturgia de alto nivel. “COPENHAGUE” es un drama intenso, denso y bien interpretado. Especialmente la notable Pancorvo, quien asume con gran solvencia y dignidad el rol que le llevó a Blair Brown ganar el Premio Tony 2000 a la mejor interpretación secundaria femenina. Sin duda, un buen espectáculo en cartelera.

Sergio Velarde
06 de julio de 2009

lunes, 29 de junio de 2009

Crítica: LA ZAPATERA PRODIGIOSA


Rescatando el espíritu lorquiano  

El grupo Eureka Teatro viene desarrollando una interesante e ininterrumpida labor artística desde hace once años, siempre bajo la batuta de los incansables Juan Carlos Díaz y Ruth Vásquez, con frecuencia en dirección y dramaturgia, respectivamente. Su nueva propuesta teatral para este año es la adaptación de un texto clásico de Federico García Lorca titulado “La Zapatera Prodigiosa”. La historia gira en torno a un zapatero cincuentón y su aburrida esposa, casados por conveniencia. Las interminables discusiones provocan que el marido huya, para volver luego disfrazado de titiritero y por medio de un ingenioso ardid recuperar el amor de su amada.

La puesta en escena, como de costumbre dirigida por Juan Carlos Díaz, logra un buen aprovechamiento del espacio escénico que brinda el Auditorio del CAFAE-SE, y es a la vez sencilla y funcional. Unos cuantos elementos escénicos, acompañados por un juego de luces que puede aprovecharse aún más, sirven de marco para una obra en la que el peso recae en su totalidad en los personajes. La Zapatera (Ruth Vásquez) es tosca y engreída con sus pretendientes, entre ellos el Alcalde (Juan Carlos Díaz), pero encuentra momentos de ternura cuando interactúa con el Niño del pueblo (Kariuska Yucra en lograda caracterización). Mientras que el Zapatero (notable Ismael Contrareas) pasa de una inicial pasividad, a tomar la decisión de recuperar a su mujer, tomando la personalidad de un titiritero, logrando un divertido y conmovedor remate para el drama.

Las actuaciones de los cuatro intérpretes son bastante acertadas. Ruth Vásquez le confiere una fuerte y ruda personalidad a su zapatera, no carente de sensualidad. Kariuska Yucra y el propio director Juan Carlos Díaz interpretan diversos personajes dentro de la pieza con bastante aplomo y precisión. Pero es Ismael Contreras quien se roba cada escena en la que aparece como el Zapatero, teniendo su punto más alto al escenificar la función de títeres. Se agradece al grupo Eureka Teatro por acercarnos al espíritu lorquiano auténtico y verdadero, respetando casi en su totalidad la riqueza del texto, que extrañábamos luego de tantas Bodas y Bernardas, tan empecinadas en encontrar nuevas e inútiles personalidades o en lucrar con el nombre de su autor. No perderse por ningún motivo esta “Zapatera Prodigiosa”.

Sergio Velarde

29 de junio 2009

domingo, 21 de junio de 2009

Crítica: EL LIBRO DE LA SELVA


Original y divertida propuesta  

Desde hace varios años el teatro infantil está muy enfermo. ¿Qué duda cabe? Algunos productores no tienen mayor creatividad que la de presentar Caperucitas, Cenicientas, Chanchitos, Hadas, Brujas, Ogros y demás, en enésimas repeticiones sin aportar absolutamente nada nuevo. Y en los últimos años, para agravar esta crónica condición, nos llegan los “originales” cruces de universos paralelos: “Los Backyardigans presentan a los Tres Chanchitos”, “Los Hi5 presentan al Mago de Oz”, “Spiderman y los Teletubies”, entre otras increíbles combinaciones, dependiendo de la coyuntura actual. Pero contar una historia clásica no es necesariamente malo, siempre y cuando sus creadores logren imprimirle nuevos aires, innovando los personajes y la historia en general. Este último caso sucede en la última puesta en escena de “El Libro de la Selva”, que se presenta todos los domingos en el Teatrín de la ENSAD, con la producción de La Cometa de Tomasa.

La historia es ya conocida: Mogwli es un niño criado por lobos en plena jungla y que no quiere volver a la civilización, mientras su mortal enemigo, el tigre Shere Khan, planea su venganza. El director Sergio Ota prefiere alejarse de la notable cinta animada de Walt Disney para presentarnos su propia versión de la clásica historia de Joseph Rudyard Kipling, pero mantiene algunas canciones de contagiante ritmo para acompañar ciertas escenas. Sin embargo, se nota un cierto abuso en el playback (lo ideal sería que los propios actores interpretaran las canciones sobre la pista) y más aún, en algunos diálogos grabados en los que los actores debieron utilizar la fonomímica, que pudieron fácilmente ser retirados, bajando el volumen en ese momento.

A destacar ese personaje bala llamado Mowgli, interpretado con carisma y agilidad por Ricardo Ota, joven actor de tan sólo 10 años, acompañado por un efectivo grupo de actores de la ENSAD, quienes con gran dominio de escena y plasticidad interpretan a los variopintos personajes de la historia. Ellos son: Dante Marchino, Herlinda Collazos, Natalyd Altamirano, Onasis Toro y Rossana Torres. Buen diseño escenográfico y original vestuario (trampa en la que muchos grupos infantiles caen al utilizar “disfraces” para sus obras). “El Libro de la Selva” se convierte en un verdadero y sano divertimento para toda la familia.

Sergio Velarde

21 de junio de 2009

Crítica: HISTORIETAS


Historias paralelas en primera velocidad


Escrita hace ya algunos años por Paco Caparó, “Historietas” fue llevada a escena por el grupo Eureka Teatro con la dirección de Juan Carlos Díaz, consiguiendo excelentes resultados con esta obra que aborda el tema de la violencia a través de tres historias paralelas: las dos hermanitas encerradas en una habitación teniendo como única compañía a un televisor; unas jóvenes pandilleras que buscan enfrentarse a grupos más fuertes; y una mujer llamada Mercedes, quien debe convivir con su sobrina, mientras espera al hombre ideal. Se trata de un texto dramático bien escrito, pero que bajo la dirección de Richard Romero, no logra ser resuelto adecuadamente en la reciente temporada presentada en el Centro Cultural CAFAE-SE.

El estilo expresionista que Romero eligió para su puesta en escena no fue precisamente el más acertado. Presentar a sus actores vestidos de blanco al inicio, moviendo los elementos escénicos y creando la convención que estamos frente a un ejercicio actoral, no es una mala idea de por sí. Pero sí lo es cuando atenta contra el ritmo de la obra: los cambios de escena resultan largos, tediosos y totalmente prescindibles. Bastaba sólo una correcta disposición de las luces para delimitar los espacios y unos cuantos practicables que hicieran las veces de sillas, mesas y bancas. Las entradas y salidas por los telones debieron ser más limpias y ordenadas. Y los niveles de los ambientes (las escenas ocurren en azoteas y patios de un mismo edificio) tampoco estuvieron del todo definidos.

Existieron también deficiencias para redondear las historias de los personajes: el juego escénico de las niñas encerradas se pudo aprovechar más, incidiendo en la importancia del televisor como único escape para su aburrimiento. Las pandilleras no lograron transmitir incomodidad ni sorpresa, salvo en la última escena en la que finalmente se consiguió una atmósfera de desesperación y tragedia. La relación de Mercedes con el locutor de radio resultó desdibujada, pues no se sabía a ciencia cierta cuando este último personaje aparecía de verdad, y cuando era sólo una fantasía provocada por las drogas que consumía la mujer. Si “Historietas” logró tener finalmente algunos aciertos, se debió sin lugar a dudas al elenco, que logró un buen desempeño en líneas generales y que debió ser mejor aprovechado por la dirección de actores. Siempre es grato volver a ver en escena a una actriz tan competente como Viviana Andrade. Y acompañada de nuevos talentos, como en el caso de Miluska Morillo. No basta tener un buen texto y buenos actores para lograr una obra teatral aceptable, también se necesita a un director que tenga como objetivo principal insuflarle vida, energía y ritmo a la puesta en escena.

Sergio Velarde
21 de junio del 2009

martes, 2 de junio de 2009

Crítica: PALINTRÓPOLIS


La ciudad del palo o del pecado  

Asistir al Centro Cultural El Averno para ver la obra “Palintrópolis”, a cargo del grupo de teatro Cuer2 con la dirección y dramaturgia de Roberto Sánchez Piérola, puede tener una doble lectura: la obra transita en medio del caos y la violencia de nuestra querida y maltratada ciudad, con personajes conflictivos y conflictuados en medio de la asfixiante contaminación que nos embarga. Y es así como lucen los alrededores del Averno en horas de la noche, con prostitutas, fumones, locos y mendigos pululando por la zona, que supongo de alguna manera determina la escasa concurrencia a una de las obras más logradas e interesantes en lo que va del año. Y ojo que asistí a la última función de una corta temporada con pasada de sombrero.

“Palintrópolis”, descrita como una oda a la ciudad donde se pierde el logos (la razón, el conocimiento), nos presenta la historia de Francisco (homónimo del fundador de Lima) y su terrible vida, pasión y muerte en una ciudad tan apocalíptica como reconocible. Desde su nacimiento hasta su muerte y a lo largo de quince escenas, el grupo nos propone una oscura visión de una sociedad en la que reina el caos, el miedo y el desconcierto, de la mano de Francisco y de dos grotescos personajes enmascarados (dos figuras masculina y femenina), que representan los estereotipos clásicos que deambulan por las calles. Armados con una teatralidad poética o poesía teatral, tal como el grupo describe su propuesta, los cuadros se suceden con energía y ritmo, elaborando una interesante metáfora sobre la contaminación, representada por bolsas de plástico blancas o negras (según sea el caso) y que le dan un respiro a Francisco y a la contundencia de algunas escenas bastante chocantes.

Tratándose de una creación colectiva del director junto con los actores, es justo resaltar la excelente performance de los tres intérpretes: José Luis Urteaga, Rosa Jiménez y Roly Dávila, quienes convincentemente alternan las tres figuras que intervienen en la puesta en escena (Francisco, el hombre y la vieja). Las escenas tienen un nivel bastante parejo, destacando “Plato de perro” y “El micro”, que confrontan al espectador con sus deseos e instintos más básicos y primarios. El escenario del Averno es por cierto, uno de los más incómodos y marginales del medio, pero el grupo logra adaptarse y aprovechar cada recoveco del espacio, pero sin lograr acallar la bulla pachanguera dentro del mismo local, que merecería una llamada de atención a la administración.

“Palintrópolis” o “La ciudad del Palo” es un montaje salvaje, directo y brutal, que no hace concesiones con el espectador y lo confronta con sus miedos y temores más comunes. Acaso la contundencia de la puesta en escena sea la razón por la cual sólo asistieron once personas (incluyéndome) a la última función de su temporada en “El Averno”. O tal vez sea la zona, que por cierto, cada vez luce más peligrosa en el trayecto por Jr. Quilca hacia la Av. Wilson. Sea la razón que fuera, no es excusa para dejar de ver uno de los montajes más interesantes y polémicos del año. Y que ciertamente no merece “palo”, sino hartas palmas. “Palintrópolis” se presentará todo el mes de abril en el Centro Cultural Apu Teatro en Las Calezas 275 Urb. El Manzano Rímac, alt. Cdra. 6 de la Av. Alcázar, Parque del Avión. Imposible perderse esta siniestra mirada a la “Ciudad del Palo o del Pecado”.

Sergio Velarde
Marzo del 2006

sábado, 16 de mayo de 2009

Crítica: CAUSA COMÚN


Un montaje a destiempo   

Se viene presentando en el Auditorio de la AAA, una obra bastante particular titulada “Causa común”, escrita y dirigida por el novel dramaturgo y director Omar Honores. Y es particular, pues la génesis del proyecto se remonta a la década de los noventa, en tiempos de la dictadura mediática de Fujimori, época en la cual su posible estreno habría adquirido otra significación. “Causa común” fue (es) un llamado de alerta ante el autoritarismo y el abuso de poder, por parte de los dirigentes de turno frente a cualquiera que oponga resistencia y haga valer sus derechos. O por lo menos, pretende serlo. Debemos señalar que, en términos generales, la obra estrenada no aporta nada verdaderamente novedoso a la larga lista de espectáculos de denuncia social, pero al menos sí le hace recordar tiempos pasados a un público que, como en el caso del limeño, es tan propenso al olvido.

Honores, quien ostenta entre sus trabajos previos el haber sido parte del primer “No amarás” (debut teatral de Aldo Miyashiro), pretende AHORA hacernos reflexionar sobre los peligros de otorgarle el poder a las personas equivocadas, a través de una historia urbana, presumiblemente atemporal, bastante sencilla, ingenua y predecible, pero que logra sostener el interés gracias a la puesta en escena, que incluye algunas correctas actuaciones y funcional música en vivo, a cargo del grupo Mortero. Las tribulaciones de un grupo de jóvenes universitarios frente a la dictadura de turno y al secuestro de su líder Tito, pierden parte de su fuerza al descubrirse al traidor demasiado pronto (aparte de ser evidente desde un inicio). Un desliz en la dramaturgia que podría corregirse al presentar las escenas en otro orden. Por otra parte, algunas imágenes resultan acertadas (como la de Tito, encerrado en su celda y arengando contra el gobierno, detrás de tres guardias armados) y otros diálogos aparecen impostados pero divertidos (como la seducción de Rody, uno de los estudiantes, a la novia de Tito).

En términos generales, las actuaciones del elenco, sin ser destacables, cumplen finalmente su cometido. Fernando Montenegro, en el papel protagónico, logra transmitir la opresión y la angustia de verse encerrado y privado de su libertad. Paco Onofre se divierte a sus anchas como el caradura de Rody. Bien Anabella Bellota, sincera y conmovedora como la madre de Tito, así como Roberto Cuba como uno de los dirigentes estudiantiles. “Causa común” puede no ser el montaje perfecto y luce fuera de contexto, pero al menos sirve para recordar a todo aquel que asista a la temporada, sobre una vergonzosa etapa de nuestra historia que de ninguna manera debe quedar en el olvido.

Sergio Velarde

16 de mayo de 2009

jueves, 14 de mayo de 2009

Crítica: PONY


Corrupción política y familiar


Usualmente toda la creación dramatúrgica del premiado escritor venezolano Gustavo Ott, tan entretenida como punzante, utiliza el humor como vehículo para realizar una incisiva denuncia social, pertinente a todo el ámbito latinoamericano. Siguiendo la senda marcada por las divertidas “Bandolero y malasangre”, “Fotomatón”, entre otras notables pruebas de fuego para la versatilidad de los intérpretes, se presentó en la Sala Alzedo dentro del marco del IV Festival UCSUR de Teatro Internacional, la tragicomedia “Pony”, proyecto teatral que venía de ser estrenado en el Festival “Saliendo de la Caja” de la PUCP.

Ott consigue esta vez, un acertado paralelo entre la corrupción dentro de la esfera política (es tiempo de elecciones presidenciales) y dentro del ámbito familiar (una hija es víctima de su padre, su madre y su hermano), todo visto desde la perspectiva de una mujer que pierde emocional y económicamente todo. Excepto la esperanza, representada casi al final por la metáfora del “pony”, tan ingenua como ridícula, que se debe escuchar y procesar con cuidado para entenderla. Mónica (Cecilia Collantes) es la víctima eterna, noble y confiada, que busca desesperadamente ayuda en las personas que (aparentemente) más confía: su familia. Y sus tres integrantes: padre, madre y hermano (todos interpretados por Pold Gastello), cada uno en su particular estilo, no sólo se aprovechan descaradamente de ella, sino que le aseguran que nunca le negarían nada, “ni siquiera una lágrima”. Como lo haría cualquier politiquero en plena campaña electoral.

La puesta en escena, divida en cuatro cuadros, en los que Mónica solicita ayuda a cada miembro de su familia, mantiene el interés gracias al ingenioso texto, rico en referencias urbanas bastante reconocibles, a pesar de conocer de antemano el público que cada uno de los personajes se aprovechará de la cándida muchacha. Es entonces la (re)presentación de cada familiar, en donde radica el factor sorpresa del montaje. Gran trabajo del versátil Pold Gastello, en convincente triple papel, marcando con precisión características específicas para el hilarante clan Morales, a pesar de la impostada réplica de Cecilia Collantes. Tratándose de un proyecto teatral de egresados de la PUCP, se debe reconocer el fino acabado de producción por parte de Collantes y Lenybeth Luna Victoria, así como la limpia dirección escénica de Carlos Andrés La Rosa. “Pony” logra ser una digna representante del humor de Ott, que pone sobre el tapete aspectos de la problemática latinoamericana, tan necesarios para la autocrítica y la reflexión.

Sergio Velarde

14 de mayo de 2009

miércoles, 13 de mayo de 2009

Crítica: CUATRO HISTORIAS DE CAMA

Verdades al desnudo

Elásticas, eléctricas, plegables, redondas, turcas, de agua. Las camas, en toda su variedad de presentaciones, cumplen una función crucial en nuestras vidas. Y no sólo por pasarnos en dicho mueble varias horas de nuestro día, sino porque se trata de una superficie, a veces acogedora a veces incomoda, en la que se pueden realizar innumerables actividades, no necesariamente destinadas al ocio. Y una de ellas, quizás la más peligrosa al estar acompañados, es la de revelarnos tal como verdaderamente somos. El dramaturgo Eduardo Adrianzén nos propone algunas de esas situaciones en Cuatro historias de cama, dirigida por Diego La Hoz y presentada en el marco del IV Festival UCSUR de Teatro Internacional, con las actuaciones de Camila Mac Lennan, Nidia Bermejo, Alonso Cano y Juan Carlos Pastor, en la acogedora Sala Alzedo en el Centro de Lima.

En la obra, dividida en cuatro cuadros, la cama se convierte en refugio para un joven traumado, en campo de batalla para dos amantes, en lecho de muerte para una enferma terminal y en escenario de un imprudente secreto. Y son las verdades de estos seres, junto con las de sus acompañantes, las que salen a relucir, originando los diversos conflictos. Tratándose de una obra con cuadros “aparentemente” independientes, no es de sorprender el encontrar un desnivel al momento de llevarla a escena. Y Cuatro historias… no es la excepción. La mejor es la tercera historia: la conversación entre dos hermanas, una sana y otra enferma, sobre su conflictiva vida en común. Bien escrito y resuelto actoralmente con mucho brío, este cuadro vale el completo visionado de la obra. Le siguen de cerca la primera (un singular blogger obsesionado con su engreída ex pareja) y la segunda (una pareja de novios enfrentando sus más grandes temores), provistas ambas de diálogos inteligentes y divertidos. La decepción resulta ser la última, en el que se descubren los nexos, de manera un tanto forzada, entre todos los personajes de la puesta en escena: un joven casado despierta en la cama luego de una borrachera con un homosexual. La situación podría resultar entretenida, pero no lo es, básicamente por las actuaciones sin matices que no logran elevar el cuadro del promedio.

En términos generales, las actrices destacan en mayor medida que los actores. Nidia Bermejo es creíble y sincera en sus dos papeles, pero es Camila Mac Lennan quien logra un desempeño sobresaliente en las escenas que interviene, como la novia histérica y la hermana desahuciada. En el primer personaje, Mac Lennan logra interpretarlo hábilmente sin caer en el trillado estereotipo; pero es sobre todo en el último personaje, complejo y espinoso, en el que logra combinar hábilmente el drama y la comedia. Juan Carlos Pastor cumple sin mayores brillos, pero es Alonso Cano quien decepciona en sus dos interesantes personajes, con bastantes dificultades en volumen y dicción. El desplazamiento escénico de los cuatro intérpretes al cambiar los diferentes ambientes es limpio y preciso. Pero el director debería definir cómo deben esperar los actores que no intervienen en escena, pues algunos permanecen neutrales, pero otros ríen y se mueven, distrayendo la atención. A pesar de estos reparos, la dilatada duración de la puesta en escena no se hace notar. Cuatro historias… cumple las expectativas del público, consolidando a La Hoz como uno de nuestros directores jóvenes con mayor proyección y a Adrianzén como uno de los dramaturgos contemporáneos más importantes del medio.

Sergio Velarde
13 de mayo de 2009