domingo, 6 de julio de 2008

Crítica: LA CASA DE BERNARDA ALBA


Demoliendo la casa  

¿Dónde se encuentra la delgada línea que separa el dirigir una obra citando al autor como fuente primaria de la puesta en escena y el crear un espectáculo tomando el texto como vaga referencia y entregar una versión libre del mismo? Valgan verdades, toda obra de teatro resulta una evidente "adaptación" de parte del director sobre el texto, es decir, una visión particular del universo que propone el autor. Sin embargo, el demoler las bases principales de una pieza clásica de la literatura universal como es el caso de "La casa de Bernarda Alba", convierte a cualquier resultado obtenido en una versión libre del mismo. Pero para Jorge Guerra, director de la más reciente puesta en escena del clásico de Lorca en el Centro Cultural de la Católica, su trabajo es "antes que nada, un desciframiento del texto", lo cual convierte al presente montaje en una estocada más hacia los cimientos más básicos de la dramaturgia lorquiana.

El esposo de Bernarda Alba ha muerto y con él las esperanzas de libertad de las cinco hijas que habitan la casa. Angustias, la mayor, espera casarse con Pepe el Romano para huir de esta prisión, pero ignora que Adela, la menor, no puede contener sus instintos por mucho tiempo. Al interpretar esta obra, Guerra pretende "evitar el anquilosamiento y el melodramatismo y seguirle dando una mirada fresca, vital y provocadora, que es lo menos que se puede esperar." Estos controvertidos conceptos que maneja el director lo lleva a convertir esta casa de paredes blancas en una suerte de escenario artificial y atemporal, en el que estas mujeres lloran sus penurias a la manera de un performance en medio del humo que precede al conflicto y con una distractiva música de fondo.

¿Y dónde queda el personaje de Bernarda en medio de este caos? Pues completamente aplastado en medio de toda la parafernalia que rodea el montaje. Milena Alva luce demasiado débil para ceñirse el ajustado corsé de la severa y autoritaria Bernarda. El resto del elenco cumple, más por mérito propio que por la dirección de actores. Sofía Rocha como la sirvienta mayor Poncia tiene un poco más de suerte que Magali Bolívar como la criada. Tal vez lo más delirante de este montaje sea la caracterización de las hijas de Bernarda. Según el "desciframiento del texto de Lorca" que aplica Guerra, las muchachas lucen hermosas, espectaculares y altamente apetecibles, lo que pone en evidencia las envidiables dotes detectivescas del director, pues no existe ni rastro de ese concepto en el texto. Desde la vieja Angustias (Bertha Pancorvo), pasando por la jorobada Martirio (Kareen Spano), hasta la incontenible Adela (Urpi Gibbons), las actrices destilan glamour, visten arrebatadores vestidos con telas transparentes, recargado maquillaje y hasta nos deleitan con pasos de flamenco al acercarse la presencia de Pepe el Romano.

Todos los artificios y simbolismos que emplea Guerra para contrarrestar el "melodrama" en el que se encuentra este "anquilosado" texto de Lorca, hacen que sea imposible tomarse en serio el espectáculo, lo cual provoca las inconvenientes e incontenibles risas del auditorio, que celebran las bufonadas y equívocos de estas cinco calenturientas bailaoras, cada una con un dejo español más inverosímil que el otro. Es así que este oscuro drama de encierro a la fuerza se convierte en un divertido y previsible enredo de alcoba. Y es que el mayor "mérito" del actual Coordinador del Centro de Formación del TUC es el haber tenido en sus manos a un puñado de nuestras mejores actrices nacionales y haberlas hecho cómplices de la mayor hazaña teatral jamás realizada: convertir el drama más clásico de Lorca en la mejor comedia del año. Albricias y que siga la demolición. ¡Y olé!

Sergio Velarde
9 de Diciembre de 2005

1 comentario:

Anónimo dijo...

si en verdad quieren ser investigadores del teatro peruano deberian entrar a:
http://www.grupoteatralabeja.blogspot.com/

todo tiempo que pasa es el mejor